“Yo tengo derecho.
A mis derechos tengo derecho.
A expresarme tengo derecho”
Yo pienso que la verdad es fundamental como parte del desarrollo de cualquier sociedad, la historia no puede tergiversarse. Y esta es mi historia.
Tengo 44 años y desde niño vi cómo el conflicto nos quitó lo que teníamos. Mi familia es víctima, yo soy víctima. A mis papás y a mi tío los secuestraron, a mi tía la mataron, a mi abuelo también. A mí, el M-19 cuando tenía 11 años. Era 1987, estaba con mi papá en la finca, jugábamos parqués y llegaron unas 20 personas armadas con fusiles y bazucas, un armamento fuerte. Vi cómo golpeaban a mi papá: lo tiraron y le pegaron tan duro con un arma en la cabeza, que se le abrió. A mí me tiraron hacia el otro lado, me ataron una cuerda al cuello y atrás con un nudo de amarre. Me llevaron como si fuera un perro, mientras mi papá arrodillado gritaba, suplicaba que por favor no. Entre gritos le dijeron que tenía, sí o sí, que conseguir una cantidad de dinero, que no teníamos, para pagar mi rescate.
Me llevaron en una lancha. No me pegaron ni me violaron ni me manosearon, tampoco me encerraron en una fosa, pero sí dormía amarrado y se burlaban de mí. Recuerdo que me decían frases feas, que para un niño de 11 años no son fáciles de asimilar. Por ejemplo, me preguntaban “¿Cómo se llama el señor de allá?”, mientras señalan a un hombre con armas, y volvían a hablar para decirme “desde ahora hasta que se muera, dígale papá”. Estuve secuestrado ocho días; una vez dejamos la lancha, caminamos tres días, hasta un lugar muy lejano. En ese tiempo pensé que a mis papás los habían asesinado, que nunca volvería a verlos. Me imaginé tantas cosas.
Entre mi mamá y mi papá tuvieron que pagar 45 millones de pesos por mi rescate; para esa época era mucho dinero. A mí me interesa que la sociedad colombiana sea consciente de que guerrillas como el M-19 también secuestraron niños como yo, que nada teníamos que ver con el conflicto armado de este país.
Ahora que ya soy adulto, me doy cuenta de que los hombres armados que me secuestraron no eran tan grandes como los recordaba. También eran niños. Ellos no superaban los 16 años, se les veía físicamente. En ningún momento estuvo conmigo un adulto. Involucrar a los niños, niñas y adolescentes es la canallada más grande que pueden hacer. Es un crimen. Cuando te quitan a tu hijo, te quitan la vida. Quitarle a la fuerza a un niño es lo más bajo que pueden hacerle a un ser humano.
Al regresar del secuestro, mi familia decidió enviarme a Estados Unidos, para un tratamiento psicológico. Me devolví gordo y fue peor. Años más tarde, cuando ya estaba por graduarme del colegio, a mi papá lo secuestraron . La historia se repetía una vez más. No estuvo ocho días, sino cinco meses. A mi papá le quitaron todo. En esa época, en los noventa, a los secuestrados y sus familias les congelaban las cuentas bancarias para no pagar el rescate. Mi familia hizo hasta lo imposible para pagarlo. Lo soltaron sin un peso, sin oficina, sin casa, mejor dicho, sin vida. Hasta el día de hoy, soy yo quien lo mantiene. Hace poco entré en quiebra y me duele no tener con qué pagarle la seguridad social a mi papá.
Después del secuestro de mi papá, ya no teníamos el mismo estilo de vida. Ya no íbamos a la finca, ya no íbamos a esquiar, ya no teníamos lujos. La razón por la que nos secuestraron fue la opulencia en la que vivíamos, y eso no es un crimen. En el colegio me sentía humillado por parte de mis amigos, porque se burlaban de la situación económica de mi papá. Mi mamá, en cambio, todavía era una persona adinerada. Ella me patrocinó irme del país. Me fui a vivir a Costa Rica, para alejarme de todo esto, pero no me gustó y decidí irme a Francia, a estudiar cocina.
Cuando iba a graduarme, en el año 2000, la guerrilla de las FARC volvió a arremeter contra mi familia. Secuestraron a mi abuela materna y a mi tío. En 2001, mi madre, desesperada, vendió todo para pagar el rescate de su mamá y de su hermano. Pero el grupo armado les tendió una trampa: soltaron a mi abuela y cogieron a mi mamá. La retuvieron por seis meses. Al regresar de Francia, me encontré con que mi mamá estaba secuestrada. Hicieron que mi abuela vendiera todo su patrimonio para salvar a sus hijos.
En diferentes años tuve a mis dos papás secuestrados y viví el martirio del secuestro, tanto adentro como afuera. Es horrible tener esa intriga de no saber qué les estaban haciendo, si les pegaban, si los estaban alimentando o en algunos casos si habían escapado y seguían con vida.
Recuerdo que para la época en que mi mamá estaba secuestrada, yo le pregunté a mi abuela cómo había hecho para vivir con dignidad. Primero, en la época de La Violencia le mataron a su esposo por ser liberal, a pesar de que algunos artículos que he guardado de mi abuelo dicen que era “tan bueno como el pan”. Tiempo después la secuestraron a ella, y posteriormente a su hija. Mi abuela lo único que hizo fue generar mucho empleo, y casi todos sus trabajadores terminaron con casa. Es injusto que le pasen estas situaciones a una persona como ella, que ha luchado por generar patrimonio para su familia.
Ni mis abuelos ni mis papás han estado involucrados en la política o el narcotráfico. Yo quisiera saber por qué las FARC secuestraron a toda mi familia. Es injusto que solo por tener mucho dinero tuviéramos que vivir estas situaciones, que jamás vamos a superar. Las cosas son del que las trabaja, las consigue y las posee, no de otros que se la roban a punta de secuestros y extorsiones. El problema no somos nosotros; son ellos, que decidieron tomarse las armas. Creo que va a ser muy difícil pasar la página de lo que nos ha ocurrido, porque cuando los sentimientos de las personas se llevan a esos extremos, los daños son irreparables.
Hace siete años reclamé ante la Unidad de Reparación de Víctimas por mi secuestro, pero descaradamente me dieron a entender que yo me había ido por cuenta propia, como si hubiera sido una excursión, así que no me incluyeron en el registro como víctima y no he recibido ningún tipo de reparación por lo que me ocurrió. En cambio, mi papá recibió 20 millones por su secuestro, pero el dinero solo alcanzó para pagar algunas deudas.
A pesar de esa reparación, mi papá no ha superado lo que nos ocurrió, porque él siente que le quitaron su vida, su trabajo, su patrimonio y le secuestraron lo más preciado para un padre, que es su hijo, sin él haber estado involucrado en el conflicto armado. En este momento, mi papá vive con un hermano. Después de los secuestros, le cerraron todas las puertas; pasó de ser un empresario exitoso como importador de carros a no tener absolutamente nada. Muchos dirán que por lo menos tiene un hermano que le brinda un techo, pero pienso que no hay una víctima mejor que otra; independientemente de nuestra situación económica, todos hemos sufrido este conflicto de diferentes maneras.
Para mí es una vergüenza no poder ayudar a mi papá. He pasado por muchas dificultades económicas; hasta hace poco tenía un restaurante muy exitoso, pero me quebré por la pandemia. Con mucha pena, he tenido que pedirle dinero a mi mamá para mi papá. Ella no lo ve hace más de 20 años. Mi papá es una persona que sigue teniendo mucho odio por los grupos armados, que le causaron tanto daño; desde que se levanta tiene resentimiento por todo lo que ve y oye.
Yo no lo he superado. Si voy a una finca y escucho ladrar mucho a los perros, quedo paralizado. No me he ido de Colombia porque acá está mi familia, y además ¿por qué tendría que irme, si acá está la gente con la que crecí? ¿Para estar tranquilo, tengo que irme de Colombia? No es sencillo, aquí está todo, mi familia, las reuniones familiares, y ya he vivido muchos años por fuera y decidí regresar a mi país.