El nuevo mundo
Antes de la llegada de los españoles, sobre lo que hoy conocemos como el departamento del Cauca existieron diversas comunidades indígenas que tenían lenguas, costumbres y cosmovisiones diferentes. Cultivaban principalmente yuca, maíz y algodón, y se dedicaban a la orfebrería. Según Mateo Mina, pseudónimo del etnólogo Michael Taussig, que escribió el libro 'Esclavitud y Libertad en el valle del Rio Cauca', las comunidades indígenas estaban mucho mejor materialmente antes de la llegada de los europeos que ahora.
La época de La Conquista cambió por completo la vida en estas tierras. Mina explica que el hambre por el oro llevó a los españoles a diezmar a la población indígena de todo el continente, que en pocos años se redujo drásticamente. Los pueblos americanos se vieron obligados a dejar las riberas y las tierras bajas, para asentarse en las zonas altas de las cordilleras, desde donde fraguaron la resistencia a los invasores.
Pedro Cieza de León, el primer cronista español que recorrió la región, relató entre 1540 y 1550 cómo el pueblo Nasa, en Tierradentro, al que le calculaba entre 6.000 y 7.000 guerreros, resistió aguerridamente la invasión de los europeos que atacaban desde Popayán.
La mayoría de indígenas de esa región decidieron enfrentarse a los españoles o huir. Un punto de encuentro frecuente fue Tierradentro, ubicado al nororiente del departamento del Cauca, sobre las faldas occidentales del nevado del Huila. Al cabo de unos años, los invasores se encontraron ante un territorio rico en oro, pero sin manos suficientes para saquearlo.
Una sociedad esclavista
Popayán fue fundada en 1537 y rápidamente se convirtió en el epicentro de la colonia en ese enclave del continente. Fue nombrada capital de la provincia que llevó su mismo nombre, un vasto territorio que arrancaba en el occidente, en la costa pacífica, hasta las fronteras actuales con Brasil en el oriente y Ecuador al sur.
Arrancando el siglo XVII, los españoles comenzaron a traer masivamente al puerto de Cartagena africanos esclavizados. Llegaron a América a suplir la necesidad que tenían los conquistadores de llenar las minas y sacar el oro.
Con el tiempo, la demografía del continente cambió por cuenta de los africanos esclavizados, que fueron sometidos a trabajar incansablemente, pero que también comenzaron su propia forma de lucha y resistencia.
La clase alta de la provincia de Popayán construyó su riqueza gracias a los esclavos que traían a las haciendas y las minas. Ricardo Peñaranda, autor del informe 'Guerra propia, guerra ajena sobre el Movimiento Armado Quintín Lame', lo explica así: “La evolución de esta enorme y poderosa región hasta finales del siglo XIX estuvo determinada por los ciclos de producción minera en sus zonas de influencia y por el desarrollo de las haciendas, basado en el trabajo de la mano de obra esclava.”
Una de las familias de esclavistas más célebres fue la de los Arboleda, que llegaron a convertirse en una de las más ricas y respetadas en Colombia. Según Mateo Mina, para 1620 ya estaban sacando oro en Caloto, al norte del Cauca, convirtiéndolo en la principal fuente de oro de la Provincia de Popayán en esa época.
Claudia Leal narra en su libro ‘Paisajes de libertad’ que, para inicios del siglo XVIII, catorce payaneses poseían 356 de los 821 esclavos que habían en el Chocó. Leal también explica que los principales propietarios de minas y esclavos del Pacífico vivían lejos de esas propiedades e invertían sus ganancias en los Andes, donde también estaban radicados.
Los suelos generalmente ácidos y las condiciones de baja luminosidad hicieron que el Pacífico no fuera una región apetecida para el desarrollo de la agricultura a gran escala. Lo anterior, se tradujo en el interés exclusivo de las élites caucanas para la explotación minera en esa región. La estrategia cumplía su ciclo, relata Leal, “cuando las élites usaban las ganancias de la minería para seguir desarrollando sus haciendas, de manera que al final en los Andes se consumía la riqueza generada en el Pacífico”.
Ítalo Barrientos, narrador oral y conocedor de las historias de las comunidades afro en el Patía, Cauca, cuenta que los esclavos que llegaron a esa región en el siglo XVI, traídos por Thomas Solano, se rebelaron y reclamaron su libertad. Y después formaron la casa del Castigo, en el plan de Tiburgio, que tenía linderos bien definidos entre la orilla del río Patía y la cordillera de Balboa.
Barrientos rememora que la guerra por la libertad empezó allí. Las comunidades afrodescendientes del Patía también fueron muy eficaces defendiéndose del yugo español y de los hacendados blancos de Popayán.
El resguardo, una figura colonial
Mientras los españoles y los hacendados payaneses llenaban sus arcas de oro, las comunidades indígenas continuaron resistiendo y defendiendo el territorio. Entre los siglos XVII y XVIII apareció una de las figuras más míticas de la resistencia del pueblo nasa: El Cacique de Vitoncó, Juan Tama de la Estrella, alrededor de quien se tejieron muchas leyendas.
Cuenta la historia que nació en las aguas del páramo de Moras, en la cordillera central.
Durante su liderazgo, logró que la Corona española les entregase a los indígenas titulaciones escritas sobre el territorio que habitaban. La antropóloga Ximena Pachón escribió en el libro 'Geografía humana de Colombia' de 1996, que al cacique de Vitoncó se le debe la creación de los resguardos y la delimitación del territorio del pueblo.
Los resguardos les permitieron a las comunidades indígenas defender sus derechos, consolidar el territorio que ocupaban y tener autonomía política en la época de la colonia. Finalizada su misión, continúa la leyenda, Juan Tama dejó a su pueblo enseñanzas y mandatos, retornó a las aguas donde había nacido y no volvió a ser visto.
Para el siglo XIX, los indígenas de Tierradentro eran vistos como aliados de la Corona, pues pagaban tributo y les era respetado el territorio. Por eso, al final de la época colonial, la República comenzó a restringirles su autonomía y dominio territorial, que igual ya era poco para lo densamente poblado que estaba el territorio indígena.
Por esta razón, muchos habitantes de estas comunidades abandonaron los resguardos en busca de subsistencia y fueron a trabajar a las grandes haciendas. Fue durante esa época que empezaron a surgir comunidades campesinas, compuestas por indígenas, afros, pero sobre todo, por mestizos.
Del terraje y cómo perpetuar el dominio
Con la transición de la independencia de España, la economía dejó de concentrarse en la extracción del oro en las minas y la república comenzó a exportar víveres y materia prima. En los cultivos tropicales recayó la economía del siglo XIX, mientras las haciendas del centro del Cauca, que no tenían salida a las costas, quedaron desconectadas de ese ejercicio mercantil.
En un esfuerzo por detonar la economía agrícola del país, el gobierno emergente impulsó a las nuevas comunidades campesinas para que se trasladaran a zonas baldías. La consigna era que llegaran a tumbar el monte, abrieran caminos y trabajaran la tierra. Catherine LeGrand, explica en ‘Colonización y protesta campesina en Colombia’, que a ese tipo de campesinos se les llamó colonos. Lo anterior, significó un nuevo capítulo rural en el país.
En 1851 el gobierno del liberal José Hilario López, prohibió la esclavitud y los hacendados caucanos se quedaron sin el principal motor de su economía, “Muchos exesclavos se resistían a los intentos de sus antiguos dueños para persuadirlos a que permanecieron en las haciendas. En busca de independencia económica, se iban a trabajar por su cuenta en los baldíos cercanos”, narra LeGrand.
Pero comenzando el siglo siguiente, las haciendas fueron recuperando la mano de obra trabajadora, esta vez transformada bajo la figura del jornal. Los grandes terratenientes del Cauca se aprovecharon de la tenencia de la tierra para que los campesinos, afros e indígenas trabajaran para ellos.
La Unión Sindical del Cauca, publicó en 1920 que los hacendados acataron en resolver las necesidades inmediatas de los negros recién liberados. Los acogieron dándoles comida y pequeñas parcelas dentro de las grandes haciendas, en las que podían cultivar su comida y llevar su vida, y a cambio, los jornaleros debían pagarle a los arrendatarios en especie o en trabajos. Así fue como se estableció el terraje en el departamento del Cauca, lo que permitió que las clases altas siguieran sometiendo a las comunidades.
Mateo Mina señala que cuando el Gran Cauca se dividió en 1905 y perdió la influencia política y económica que tuvo, la élite concentró todos sus esfuerzos en explotar el territorio que aún controlaban, y en consecuencia, las comunidades que lo habitaban fueron aún más reprimidas.
Después de siglos de resistencia, la región de Tierradentro fue por fin invadida. Ricardo Peñaranda lo concluyó así: “La ocupación española, que había sido repelida con éxito durante la Colonia, simbólicamente se llevaba por fin a cabo. La capital del nuevo municipio de Paez, conformado por el decreto 1510 de diciembre de 1907, llevaría el nombre del conquistador: Belalcázar.”
La Quintinada
El terraje se agudizó entrando el siglo XX y muchos indígenas, afros y campesinos que no tenían tierra fueron a parar a las haciendas. En ese contexto, empezó a hacerse conocido el nombre de Manuel Quintín Lame, un indígena nasa instruido en la ley colombiana, nacido en el seno de una familia de terrazgueros de la hacienda La Polindara, ubicada en las goteras de Popayán. Quintín Lame se convirtió en otro hito de la resistencia indígena del Cauca.
Su lucha comenzó propiamente en la segunda década del siglo XX. La lectura del código Civil y del manual “El abogado en casa”, le dieron las herramientas para oponerse al terraje y exigir a los terratenientes del Cauca la devolución del territorio indígena. En 1916, en la región de Tierradentro, que había sido dividida en 1907 en los municipios de Inzá y Belalcázar, comenzó un levantamiento indígena que se extendió hasta 1919, este movimiento se conoció como La Quintinada.
Uno de los puntos neurálgicos del levantamiento indígena fue la toma de la cabecera de Inzá, en noviembre de 1916. Las autoridades fueron expulsadas por el levantamiento, el comercio fue saqueado y proclamaron el ‘Gobierno chiquito de Tierradentro’. El orden sería restablecido poco después por tropas del Ejército provenientes de Cali, La Plata y Popayán.
En 1917 Quintin Lame cayó preso. La Quintinada, que había comenzado con él y con otros campesinos como José Gonzalo Sánchez, de afiliación comunista, no perduró en el tiempo y el movimiento indígena se diluyó.
La República Independiente de Riochiquito
Tierradentro no solo fue el epicentro de la resistencia indígena, sino también uno de los lugares que vio nacer la lucha guerrillera en Colombia. En 1961, el político conservador Álvaro Gómez Hurtado bautizó como Repúblicas Independientes a porciones de territorio habitadas por campesinos comunistas y liberales, organizados autónomamente y que contaban con grupos mal armados de autodefensas para mantener y defender el territorio. Gomez se refería a regiones como Sumapaz, El Pato, Marquetalia y Riochiquito, donde había influencia del partido comunista.
Los colonos que llegaron a Riochiquito construyeron mejoras en el monte y sembraron maíz y frijol, vivían en sus parcelas y trabajaban para ellos mismos. El líder de esa comunidad y de la autodefensa era Ciro Trujillo, conocido también como Mayor Ciro, un campesino que había llegado con su gente desde el Tolima y que creó la Unión Sindical de Trabajadores de Tierradentro y Riochiquito.
El 18 de mayo de 1964 el Ejército comenzó a bombardear Marquetalia, en Tolima. Así inició la operación militar que quería recuperar la soberanía sobre las Repúblicas Independientes. Después del bombardeo, escribió el periodista Alfredo Molano en ‘A Lomo de Mula’, los campesinos huyeron por un sistema complejo y muy estratégico de trochas hacia Riochiquito, dónde prepararon la retaguardia. El líder de la autodefensa de Marquetalia era Pedro Antonio Marín, que después se hizo llamar Manuel Marulanda.
Una vez en el Cauca, los líderes de las otras regiones que Gómez Hurtado bautizó como Repúblicas Independientes, enviaron emisarios a esa zona y realizaron una conferencia en la que trazaron la hoja de ruta con la que actuaría la organización que estaban gestando y acordaron reunirse en una segunda conferencia. Esa vez se bautizaron como el Bloque Sur.
En septiembre de 1965 comezaron los bombardeos sobre Riochiquito. Las familias de colonos huyeron por el monte, donde se replegaron por las trochas. El Ejército izó la bandera colombiana, y esas autodefensas campesinas, perdidas en el monte, se transformaron para siempre en guerrillas móviles.
Por años se diluyeron entre la selva y la montaña, y el Ejército no volvió a tener rastro de ellos. Dos años después, el Bloque Sur llevó a cabo la segunda conferencia, en la que se rebautizaron como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC.
El nacimiento de la ANUC y el CRIC
Para esos años, la concentración de tierra en manos de los terratenientes continuó creciendo en el Cauca, las comunidades rurales siguieron perdiendo territorio y continuaron aún más sometidas al terraje. Para finales de los años 60, el territorio indígena del norte del departamento había perdido casi todo lo que les había sido titulado durante La Colonia.
La Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) fue una iniciativa del gobierno liberal de Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) para el desarrollo de la reforma agraria, pero también para aprovechar la relación con los campesinos en futuros comicios. Nació en 1967 e intentó crear asociaciones veredales, municipales y departamentales que estuvieran integradas por campesinos, quienes por primera vez podrían alzar su voz, participar en la toma de decisiones y crear propuestas políticas para mejorar la vida rural.
La ANUC no fue el fruto de una iniciativa genuina del campesinado sino una nacida de la entraña del Estado. Eso se expone en el Informe del Centro Nacional de Memoria Histórica y del Comité de Integración del Macizo Colombiano, Cima, ‘Crecer como un Río’, donde uno de los testimonios señala que los campesinos eran renuentes a integrar la ANUC en un principio, “porque nosotros veíamos que la ANUC era una organización creada por el Estado más con unos fines políticos tradicionales, es decir, crear como para que fuera una dependencia del Partido Liberal”.
Lo anterior, se tradujo en la formación de dos ANUC, una oficial, alineada con el gobierno y otra que era conocida como la línea Sincelejo. Tal como señala el informe, el campesinado caucano pertenecía mayoritariamente a esta segunda línea.
La asociación la integraban campesinos, pero también afros e indígenas, quienes exigían la reivindicación de sus derechos alineados bajo la misma bandera. Pero el 24 de febrero de 1971 nació el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). “Llega un momento en que ellos juzgan que su cosmovisión es muy particular, que su expresión no encajaba necesariamente en el término campesino”, explican en ‘Crecer como un río’.
El consejero mayor del CRIC, Ermes Pete, afirma que los líderes indígenas no se sentían del todo identificados con los colores de la ANUC. El CRIC buscó devolver la soberanía sobre el territorio indígena, recuperar la tierra que le quitaron a los resguardos, fortalecer los cabildos y abolir el terraje. Desde su fundación, construyeron sus cimientos sobre tres principios fundamentales: Unidad, tierra y cultura.
El nuevo movimiento tuvo mucho éxito y las recuperaciones de tierras comenzaron a ser efectivas y frecuentes. La Ley 89 de 1890, que determinaba inalienable al territorio ancestral de los pueblos indígenas, garantizó el retorno de las tierras a los resguardos. El CRIC se expandió por todo el norte del departamento y para 1974 logró recuperar 10.000 hectáreas.
Las recuperaciones de tierra eran actos colectivos en los que las comunidades invadían los predios a los que las haciendas se habían expandido, y allí se plantaban hasta que los terratenientes o la administración política se cansaran y decidieran devolver el terreno u ofertarlo al estado.
Esos plantones fueron altamente reprimidos por los hacendados y el gobierno local, que no dudó en enviar a la fuerza pública a recuperar el terreno a las malas. Muchos comuneros murieron durante esos enfrentamientos y para el epílogo de los años 70, la respuesta de la élite caucana, que no quería perder el terreno ganado, agudizó la violencia.
Para 1978 más de 30 miembros del CRIC fueron asesinados y sus líderes fueron altamente perseguidos y estigmatizados. No obstante, a finales del siglo XX, el CRIC logró recuperar entre 70.000 y 80.000 hectáreas, casi la totalidad del territorio que habían perdido en 100 años, y el terraje quedó prácticamente abolido del Cauca.
La lucha subversiva y el narcotráfico echan raíces en el Cauca
Si bien la ley 11 de 1920 restringió los usos de la marihuana y la coca, en el Cauca eran cultivos comunes debido a sus usos tradicionales. Pero para la década de los 70 las cosas cambiaron. Se ha documentado que el boom cocalero comenzó después de que los Cuerpos de Paz llegaron a trabajar en sitios marginales de barrios y zonas rurales de municipios como Bolívar, al sur de la cordillera central caucana.
“En Bolívar se tiene la cultura de mascar coca, por eso llegan los Cuerpos de Paz, se enseña de una forma disimulada y oculta a preparar la base de coca. En todo esto: El Morro, Lerma, (Bolívar, Cauca) empieza el narcotráfico en Colombia”, señala un testimoniante en ‘Crecer como un río’. A partir de ahí, los cultivos para uso ilícito se desbordaron, especialmente en el norte y la cordillera caucana, lo que cambió las formas de vida de las comunidades.
Además, para finales de los 70, las FARC llevaron a cabo la séptima conferencia, y con ella, adoptaron una posición más ofensiva, acogieron las siglas EP, por Ejército del Pueblo, y establecieron un plan para consolidarse territorialmente en el país. Ese plan llevó a las FARC-EP a tratar de financiarse acorde a sus nuevos intereses. Camilo Echandía explica en ‘El conflicto armado y las manifestaciones de violencia en las regiones de colombia’, que la coca jugó un papel protagónico en el crecimiento económico de la extinta guerrilla.
En 1978, llegó al norte del Cauca el frente sexto, que se convirtió en el bastión de esa guerrilla en el departamento. Antes de que acabara la década, surgió el frente octavo en El Tambo, en la región del Alto Patía. Después, entró en escena el frente 13, que se creó inicialmente en Caquetá y luego se desplazó hacia Santa Rosa, al sur del departamento.
Finalizando el siglo XX, aparecieron el frente 60, con presencia en Argelia y con proyección al municipio costero de Guapi, y la columna móvil Jacobo Arenas, que actuaba entre los frentes sexto y octavo.
La presencia histórica se completó al extremo noroccidental, en los límites con el Valle del Cauca, donde apareció el frente 30 con influencia en el río Naya. En esa región aparecieron también las estructuras Miller Perdomo y la Gabriel Galvis, ambas columnas móviles con presencia en ese área limítrofe.
Pese a que el movimiento indígena del Cauca ha sido estigmatizado por muchos sectores que lo asocian a la guerrilla, desde su aparición en el teatro de la guerra del departamento, las FARC-EP fueron disonantes a las comunidades étnicas. Ricardo Peñaranda explica en ‘Guerra propia, guerra ajena’, en lugar de alinearse con los intereses de la reivindicación indígena y afro, se aliaron con hacendados y terratenientes para impedir que las comunidades rurales siguieran recuperando tierra y reduciendo los linderos de sus terrenos.
Las FARC-EP no fueron la única guerrilla que actuó en el departamento. Según el escritor Christian Gros, en el Cauca tuvieron presencia todas las guerrillas que había en Colombia durante la década de los 80. Esa situación se dio, entre otras cosas, porque el Cauca es una zona estratégica para recorrer el país entre el sur y el norte, y posee corredores naturales con salida a la costa Pacífica. A finales del siglo XX, en el departamento ya había presencia del EPL, el ELN y el M-19.
El Movimiento Armado Quintín Lame
Según Ricardo Peñaranda, preocupados por la arremetida de violencia, algunos indígenas promovieron la creación de escuelas de entrenamiento de grupos de autodefensa indígena en Puracé e Inzá. Allí recibieron ayuda del M-19, una relación de conveniencia mutua, pues los indígenas necesitaban defenderse, y esa guerrilla, apoyo popular. Así fue como surgió el Movimiento Armado Quintín Lame, que logró hacer frente a los ataques y defender el territorio indígena.
Pero en febrero de 1985 el movimiento indígena del Cauca publicó la Resolución de Vitoncó, con la que se desligaron de cualquier movimiento armado y exigieron a esos actores y a las autoridades locales y nacionales que respetaran su autonomía territorial. Denunciaron que las instancias comunitarias no eran respetadas por las guerrillas, quienes aplicaban justicia por mano propia, reclutaban jóvenes indígenas y además, propiciaban las condiciones para una respuesta militar del ejército en el territorio.
El Quintín Lame siguió activo seis años más, hasta que en 1991, aprovechando el proceso de paz que tenía el M-19 con el gobierno de la época, fueron coherentes con el clamor del movimiento indígena y se desmovilizaron.
En el epílogo del siglo pasado las dinámicas de violencia en el Cauca se hicieron más complejas. Las FARC-EP se fortalecieron y se proclamaron como la principal autoridad en muchas zonas del departamento. Además, surgieron grupos paramilitares y el ELN se instaló con más peso en la región del Patía y el sur del Cauca.
El fenómeno paramilitar y la llegada del Bloque Calima
Los grupos paramilitares jugaron un papel importante en el conflicto armado en el Cauca. Secundaron los intereses de los hacendados, se enfrentaron a los grupos subversivos y atacaron a la población civil.
La prensa payanesa denunció el accionar de distintas estructuras paramilitares durante los 80. Los grupos más activos fueron la Falange Bolivarista del Cauca, la Falange Caucana y Justiciera, Popayán Bella y Limpia y La Alianza Anticomunista del Cauca.
En muchas ocasiones los grupos paramilitares han actuado coordinadamente con la fuerza pública. En 1991 ocurrió la masacre de El Nilo, cuando paramilitares acompañados por miembros de la Policía de Santander de Quilichao llegaron a la hacienda El Nilo, en Caloto, que había sido ocupada por indígenas Nasa y asesinaron a 21 de ellos. Un exparamilitar que participó en los hechos, narró ante Justicia y Paz que la masacre fue perpetrada por hombres de Fidel Castaño, al que contactaron varios terratenientes para que expulsara a los indígenas de sus tierras.
Finalizando el siglo XX, surgió en el Valle del Cauca el Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Según el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, CNMH, sobre ese bloque paramilitar, narcotraficantes que tenían cercanía con hacendados y la fuerza pública, solicitaron a los hermanos Castaño una franquicia de las AUC, para combatir a las FARC-EP y al ELN. En 1999, 50 hombres provenientes de Urabá desembarcaron en Cartago, Valle del Cauca.
Desde su llegada, el Bloque Calima se concentró en los municipios del centro del Valle y desde ahí trató de cortarle el paso a las guerrillas. Sin embargo, el informe del CNMH señala que, “La estrategia paramilitar no se concentró en combatir a la guerrilla, sino en violentar a la población civil”.
A mediados del año 2000, cuando alias ‘HH’ asumió la comandancia del bloque, los paramilitares aceleraron su proceso de expansión hacia la costa Pacífica y el norte del departamento del Cauca. De nuevo, los narcotraficantes se acercaron a los Castaño para llevar paramilitares al departamento y el Bloque Calima se dividió. La estructura que operó en Cauca se denominó el Frente Farallones y fue responsable de atroces crímenes en contra de la población.
En abril de 2001, 200 hombres del Bloque Calima entraron en la región del Naya, en la frontera occidental entre los departamentos del Cauca y Valle del Cauca, y siguiendo la directriz de incursionar en el territorio llamando la atención y causando pánico en la población, recorrieron los poblados masacrando a la población civil, acusándolos de pertenecer a la guerrilla. Aunque las víctimas denunciaron cientos de muertos, solo fueron reconocidos 27 cuerpos y 3.000 personas fueron desplazadas hacia Jamundí y Santander de Quilichao.
A pesar de la arremetida violenta que sufrieron las comunidades por este grupo paramilitar, el Bloque Calima no logró consolidarse militarmente en los territorios y tuvo que replegarse. Adicionalmente, los narcotraficantes de la región se enfrascaron en sus propias pugnas y luchas territoriales, y dejaron de financiarlos. En medio de ese caldo de cultivo, nacieron los Rastrojos, el ejército privado de alias Jabón.
Finalmente, aprovecharon las negociaciones de las AUC con el gobierno de Álvaro Uribe y el Bloque Calima dejó las armas. El 18 de diciembre de 2004, 540 hombres y 24 mujeres se desmovilizaron como integrantes de ese bloque en la cancha de fútbol del corregimiento de Galicia, en Bugalagrande, Valle del Cauca.
La guerra se recicla
Mientras los bloques paramilitares se fueron uniendo al proceso de paz, el ELN y especialmente las FARC-EP, afianzaron su influencia en el territorio caucano. Las rentas ilegales del narcotráfico y la minería se volvieron imperativas para el financiamiento de los actores armados, que se encargaron de reproducir esas economías en el departamento. La resistencia de las comunidades caucanas dejó de centrarse en la recuperación de tierras y se concentró en la lucha por ratificar su autonomía territorial ante el Estado y los grupos armados.
Aunque la presencia histórica del ELN en el departamento tuvo menor influencia que la de las FARC-EP, lograron posicionarse militarmente en el Cauca con el frente José María Becerra en el centro occidente, y el frente Manuel Vázquez Castaño y las compañías Camilo Cienfuegos y Lucho Quintero al sur.
El Alto Patía fue quizás la zona con mayor intensidad de combates entre las FARC-EP y el ELN en el nuevo milenio. El municipio de Argelia tuvo influencia de los frentes 60 y octavo de las FARC-EP, mientras el ELN se posicionó en El Tambo, con el frente José María Becerra, que actuó en alianza con los Rastrojos desde el 2005 para combatir a la otra guerrilla.
Según el portal Insight Crime, los Rastrojos llegaron a convertirse en el grupo criminal más poderoso post desmovilización de las AUC. En 2008 se expandieron hacia otras zonas del país, hasta que en el 2012 cayeron tres de sus cabecillas. Paulatinamente, el grupo fue perdiendo influencia y perdió el peso militar que tenía.
Las alianzas entre actores armados han sido comunes en el departamento. En el conversatorio '¿Por qué continúa la guerra en el Cauca?', organizado por la Comisión de la Verdad, los participantes recordaron el Pacto de la Cordillera, un acuerdo entre el ELN, los Rastrojos y la fuerza pública en contra de las FARC-EP, lo que causó el repliegue de los frentes 8 y 60 del Patía hacia la costa Pacífica.
“La Policía Nacional jugaba fútbol con los rastrojos en pleno caserío del corregimiento El Mango, donde también secuestraban campesinos que hacían parte de Fensuagro, y los trasladaban por zonas controladas por los militares. Los llevaban a un campamento de los rastrojos. El ELN permitía el tránsito y todo esto como parte de una política de guerra”, concluyó Cristian Raúl Delgado, vocero de Marcha Patriótica en el departamento.
Especialmente en el norte del Cauca, las FARC-EP llenaron el vacío estatal y se convirtieron en quienes departían justicia y controlaban el departamento. El frente sexto, que posteriormente se llamó el frente Alfonso Cano, mantuvo la hegemonía militar en esos territorios lucrándose de los cultivos para uso ilícito que fueron inundando la región.
Durante los años que precedieron la firma de los Acuerdos de Paz de La Habana, las confrontaciones y los atentados comenzaron a disminuir. Finalmente, la guerrilla más longeva del mundo dejó las armas y llegaron tiempos mejores para los territorios que padecieron la violencia. Los asistentes a los Diálogos para la No Repetición de la Comisión de la Verdad coincidieron en que tras la firma de los acuerdos de paz se sintió tranquilidad. Ese fue el panorama que sintieron por un año y medio las comunidades caucanas, donde por fin parecía llegar la paz.
Sin embargo, el Gobierno colombiano no fue capaz de llenar los vacíos que dejó la guerrilla y rápidamente llegaron nuevos actores armados a copar el territorio. Después de la firma de los Acuerdos de Paz, el conflicto hizo metástasis y el ELN, el EPL y grupos paramilitares como el Clan del Golfo entraron a disputar las rentas ilícitas del departamento. El surgimiento de grupos residuales de las FARC-EP recrudecieron el conflicto armado y las masacres, asesinatos y hostigamientos a las comunidades volvieron a ser noticia.