La mañana del primero de febrero de 2020, entre 15 y 20 peregrinos y peregrinas llegamos al municipio de Granada temprano, dispuestos a caminar escuchando las historias de dolor y de resistencia. Entre nosotros no nos conocíamos muy bien, pero sabíamos que compartiríamos un andar por los mismos caminos por los que transitó la guerra en su momento. Mientras desayunábamos, se respiraba un aire de expectativa. Al terminar, varios taxis nos llevaron en grupos de a cuatro o cinco personas al primer punto de peregrinación.
Fueron cuatro las masacres ocurridas en este punto del municipio de Granada. El 3 de junio de 1992 fueron asesinados varios dirigentes sindicales, cercanos a la Unión Patriótica: María Mercedes Méndez, quien fuera alcaldesa del municipio de El Castillo; William Ocampo, alcalde elegido para el periodo 1992–1994; Rosa Peña, tesorera de la Alcaldía; Ernesto Sarralde, coordinador de la UMATA, y Pedro Agudelo, conductor de la Alcaldía.
El mural que honra la memoria de las personas asesinadas en Caño Sibao ha quedado, como los últimos años, lleno de colores. Las pinturas retratan unas aves sobre una puesta de sol llanera. El amarillo llena de color el muro. Alrededor están consignados varios nombres de pila, de las personas que fallecieron en el lugar. La hija de María Mercedes, Tania, está presente y afirma que estos actos no son solo para evitar el olvido, sino también para exigir la no repetición. Nos desplazamos del sitio con las manos untadas de pintura. Así comenzó la peregrinación del año 2020. Caminamos un rato hasta llegar al río Ariari, el cual cruzamos en un planchón; en medio del ambiente sentimos la energía de todos por haber comenzado este recorrido.
La comunidad reclama que el 7 de enero de 2003 de esta vereda el Batallón 21 Vargas del Ejército Nacional se llevó con vida a los tres hermanos Paz Pérez: Andrés, Hanleth y José Efraín, y que al día siguiente aparecieron sin vida en El Castillo y fueron presentados como guerrilleros muertos en combate. Esto fue tildado como un acto de intimidación hacia la comunidad, pues los cadáveres de los tres hermanos fueron exhibidos en la cabecera municipal de El Castillo. Durante varias horas ninguna autoridad se hizo presente para recoger estos cuerpos. En esta vereda ocurrieron varios hechos violentos, asesinatos y desapariciones. Hoy en día se ven decenas de árboles de cacao, que representan una nueva oportunidad de vida para varias personas de la vereda.
En esta vereda nos encontramos con las iniciativas de memoria impulsadas por el Comité de Memoria de El Castillo. Allí pudimos observar los mapas corporales que recuerdan situaciones de dolor y tristeza, así como de esperanza y resistencia. También pudimos ver el proyecto de unas muñecas sonoras, hechas en tela, que pronto contarán con un sistema de sonido que permitirá que las muñecas ‘cuenten’ la historia de lo que sucedió en el municipio.
El segundo día de la peregrinación un camión de carga rojo nos recogió temprano en la mañana, en el casco urbano de El Castillo. En ese vehículo emprendimos el recorrido hacia las diferentes veredas que en algún momento fueron despensas agrícolas. Hoy, de a poco, vuelven a ser pobladas por personas resistentes y tenaces que aman la tierra. El paisaje del alto Ariari revela, a un lado, la cadena montañosa que deja atrás el Sumapaz, y al otro, la gran extensión de llanura, con sus afluentes y ríos cristalinos, que aun en verano corren caudalosos por esta tierra. Salimos de El Castillo, llegamos a la vereda Alta Cal, pasamos por San Luis de Yamanes y llegamos al final del día a la vereda Miravalles. Allí pasamos la noche.
Una niebla fría acarició nuestras caras la mañana siguiente mientras subíamos a pie hacia la vereda La Esmeralda, una de las del municipio que se encuentran a más altura sobre el nivel del mar. A lo lejos vimos a algunos campesinos que ya llevaban algunas horas despiertos ordeñando vacas, a la espera de que llegara el camión de la leche. La señora María nos recibió con un sabroso desayuno, que incluía un tostón de patacón y tinto o limonada, según la elección. Ella, que hizo parte de la Comunidad Civil de Vida y Paz de El Castillo (Civipaz), regresó a la zona humanitaria junto con cerca de 22 familias, y ahora está de nuevo en la tierra de donde fue desplazada. La sazón de María y de las otras mujeres de la comunidad que nos recibieron llenó de vitalidad a los miembros de la peregrinación.
Esta región estuvo totalmente copada por actores armados, tanto guerrilla como militares y paramilitares. Pese a esto, gracias a las organizaciones comunitarias hoy en día hay un regreso parcial a la vereda, aunque el miedo y las amenazas persisten en el recuerdo de las personas que volvieron. María les agradece a los misioneros claretianos y a la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz por su apoyo en el proceso para volver. También recuerda a Reinaldo Perdomo, el impulsor del regreso, quien fue asesinado en Villavicencio por su labor social.
En un montículo donde antes los militares y los actores hostiles se hacían para divisar el terreno, ahora hay una serie de monumentos. Fueron dispuestos para honrar la memoria de Reinaldo, para celebrar la dignidad campesina y para agradecer a la Virgen María. Debido a que en ese lugar también hay personas enterradas, la comunidad les pide a las autoridades una exhumación integral y transparente, que tenga en cuenta a las víctimas.
Cuatro o cinco caminantes intentaban bajar unos mangos de un árbol que se veía a lo lejos, cerca de la que fuera la casa de Reinaldo Perdomo. La otra parte del grupo ya había emprendido camino hacia La Cima, la próxima vereda, donde descansaríamos. Se avecinaba un recorrido largo, debido al calor y la pendiente del camino. ¡Vaya sorpresa y alivio!: una pareja de campesinos en un camión de carga azul decidió recogernos. De a poco se fue llenando la parte de atrás del automotor con los y las caminantes. Entre risas, el padre Henry dijo que estábamos haciendo trampa. Llegamos a La Cima antes de lo esperado. Hubo tiempo para jugar en la cancha polideportiva de la escuela, hablar entre nosotros o simplemente descansar, tras el agotador peregrinaje en camión.
El acto de memoria que ocurrió en la escuela veredal de La Cima fue uno de los más concurridos de toda la peregrinación. Muchas personas que vivían cerca participaron. En el centro del encuentro había un velón, en el cual fuimos depositando los pensamientos que queríamos dejar atrás. Un espíritu renovado se extendió entre caminantes y habitantes.
A pesar de haber sido fundada por familias desplazadas de otras regiones del país, en La Cima hubo desplazamientos masivos, especialmente tras la finalización de la Zona de Distensión, en 2002. Esto no impidió que muchas personas resistieran o volvieran a la región luego del periodo más fuerte del conflicto. Actualmente, en la vereda se producen muchas variedades de frutas, verduras y animales. En esta región se trabaja de manera colaborativa y a través de la organización social.
El 6 de febrero de 2005 integrantes de Civipaz, junto con organizaciones sociales e internacionales, hicieron un recorrido desde Medellín del Ariari hasta La Cima con la intención de recordar la memoria de María Lucero Henao, defensora de derechos humanos que un año atrás había sido asesinada junto con su hijo Yamid Daniel.
En la mañana del tercer día empacamos todo el equipaje, levantamos las carpas y desayunamos. Se nos hizo tarde y el sol se levantó sobre el horizonte. Su picor se sentía incluso a la sombra. Esta vez sí tendríamos que cargar los pesados morrales. Salimos hacia las nueve de la mañana con rumbo a Caño Dulce y Caño Claro. Algunas de las familias de La Cima nos acompañaron y trajeron dos caballos. Las caras de alivio en algunos de los caminantes no se hicieron esperar; los caballos nos harían más ligera la carga.
Emprendimos rumbo por un camino estrecho, que a un lado nos mostraba el paisaje montañoso y al otro el paisaje llanero. Grupos de vacas huían al vernos pasar por sus terrenos de pastoreo, inclementes pastizales sin sombra. Una vez entramos al bosque, el calor amainó un poco. Sin embargo, el camino fue duro, lleno de subidas y bajadas pendientes. En el camino, familias salieron a nuestro encuentro para brindarnos preparada: agua helada con limón y panela. Más que una bebida, fue un gesto de aliento por parte de la comunidad. Nos sentimos bienvenidos e invitados a seguir caminando el territorio.
Al llegar a Caño Dulce, al calor de un sancocho escuchamos las historias de desplazamiento. Esta fue una de las veredas que quedaron parcialmente vacías durante muchos años. De 48 familias que había antes del conflicto ‘fuerte’ entre 2002 y 2005, hoy en día apenas hay 11.
Caminamos hasta el cruce del río La Cal, en el que aprovechamos para refrescarnos. Jorge Castillo, uno de los habitantes de la zona, quien no salió del territorio incluso en los años más difíciles, dijo que se alegraba de tener a la peregrinación en su vereda. Con la tarde ya cayendo, caminamos un poco más, hasta llegar a nuestro destino del día, Caño Claro.
Cerca de la vereda sucedió una de las historias más escabrosas que nos contaron en lo corrido de la peregrinación. Una persona fue torturada, desmembrada y botada en medio del platanal de una finca vecina. Las personas que fueron a buscar el cuerpo nunca alcanzaron a imaginar una atrocidad de este tipo.
En Caño Claro se lucha en defensa de la vida, pero también del territorio y el medioambiente. Una serie de abejas dibujadas con nombres de víctimas del conflicto armado decoran la caseta comunal, en un símil de cómo estos animales son necesarios para el florecimiento de las especies vegetales, así como los líderes sociales son necesarios para el desarrollo de la región y la salvaguarda de los derechos humanos.
En este lugar hubo tiempo también para que surgieran otras expresiones; en este caso fue la poesía. Fidel Gualteros nos contó sus relatos, llenos de grandilocuencia. Sus poemas narran lo magnífico de la región, su exuberancia, sus atardeceres, sus personas. A su vez, narran la zozobra, las dificultades, las heridas que ha sentido el territorio ante tanta violencia. Fue la primera noche de la peregrinación en que tomamos agua de canela al finalizar la jornada. Ya empezábamos a sentir el cansancio, tanto el físico como el emocional.
En las primeras horas de la mañana del cuarto día de peregrinaje fuimos a conocer las fincas de las mujeres de Agroempo, quienes llegaron a la zona en busca de una vida campesina digna. Actualmente tienen sembradíos de plátano, yuca y otros alimentos para el día a día. Uno de los problemas principales es que las cosechas no son rentables al momento de vender los productos, situación que dificulta la cadena de producción. Por esta razón, las mujeres de Agroempo han decidido vender plántulas de plátano e invertir en otros proyectos productivos, que les ayuden a subsistir.
Nos despedimos de ellas para seguir nuestro rumbo hacia la vereda Malavar. Allí fue cometido un hecho atroz en contra de la vida de Elías Fajardo, en su casa, ante la presencia de sus familiares. En el lugar ahora hay un monumento que recuerda su vida y obra, de lucha por la dignidad campesina. Uno de los sobrevivientes del lugar, el señor Samuel, un hombre de edad que nunca salió de la vereda, nos contó varias historias de zozobra y terror, de intimidaciones y silencio. Luego hubo una celebración y acto por la memoria en esta casa, alrededor del monumento erigido en la memoria de Elías. Disfrutamos de un almuerzo preparado por las vecinas y vecinos de la vereda. Algunos peregrinos cantamos; otros aprovecharon para echar una rápida siesta antes de retomar la caminata.
Al caer la tarde llegamos a Medellín del Ariari, centro poblado que ha sido estigmatizado a lo largo de los años por su filiación política. En la casa de los Misioneros Claretianos nos recibieron con un vino de café. Allí descansamos un poco, conscientes de la jornada que se nos venía encima. En menos de seis horas tendríamos varias experiencias que nos recordarían por qué en este centro poblado casi la mitad de la población tuvo que desplazarse en algún momento.
Cerca de la salida de Medellín del Ariari el padre Henry narró aquella vez que el Ejército lo retuvo y después lo dejó ir, gracias a que toda la comunidad salió en su búsqueda y presionó para que fuera liberado. Durante la peregrinación de 2020 ocurrió también un hecho extraordinario: luego de más de 20 años de no sesionar, se reunió de nuevo el Sindicato de Trabajadores Agrícolas Independientes del Meta (Sintragrim), que tiene su sede en este centro urbano.
Encendimos velas durante este tramo del recorrido, que terminó en un mural al lado de una casa que la comunidad señala como un sitio en donde se cometieron hechos atroces durante los años más crudos de la guerra. Con diversos colores, peregrinos y habitantes escribieron sus respuestas ante la pregunta “¿Somos memoria de qué?”.
En el salón comunal del centro poblado, dos grupos de niños, niñas y jóvenes presentaron múltiples coreografías de joropo. De un momento a otro, los bailarines empezaron a sacar a los visitantes a la pista de baile. Peregrinos y peregrinas rápidamente nos sobrepusimos a la pena de no bailar tan agraciadamente como los y las jóvenes danzantes, y disfrutamos en medio de risas y celebración.
Ya de noche, y sin que importara la hora, visitamos el cementerio de Medellín del Ariari. La memoria y el duelo afloraron. El silencio se apoderó del lugar, las velas fueron encendidas de nuevo. Hubo un momento para recordar a las personas desaparecidas. En medio de la reflexión, el padre Henry recalcó la importancia de que cualquier familiar de una persona desaparecida se asegure de que su material genético esté en el banco genético de la Unidad para la Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas. En este lugar se exaltó el centro de oración, que no hace parte de ningún credo en específico, sino que es un lugar de reflexión y de espiritualidad para cualquiera. Puede ser considerado un sitio de conciencia.
El cansancio se extendió entre los caminantes luego de las celebraciones y actos de memoria que tuvieron lugar en Medellín del Ariari. Tras una noche de descanso, el último día de la peregrinación partimos temprano hacia Puerto Esperanza, de nuevo en el camión rojo que nos trasladó el segundo día. En una parada que hicimos en el caserío de Bajo Cumaral, en medio de grandes matas de caña nos contaron el relato de asesinatos y desapariciones a orillas del río. Este lugar fue estratégico para las estructuras paramilitares, pues desde allí hacían vigilancia y generaban zozobra en la comunidad. Después, continuamos el camino hacia Puerto Esperanza.
Es día, 6 de febrero de 2020, de la mano de Helena Henao honramos la memoria de su madre, María Lucero Henao, y de su hermano, Yamid Daniel, ambos asesinados por paramilitares, justamente el 6 de febrero de 2004. A Puerto Esperanza la vida cotidiana ha vuelto de a poco. El paisaje ahora está compuesto por niños y niñas con sus maletas luego de salir del colegio, tiendas abiertas, habitantes que transitan el pueblo montando un caballo de paso y una empresa de transportes que ha retomado sus actividades. Cayó un atardecer fulgurante.
Llegamos a Civipaz, la comunidad civil de vida y paz que se constituyó como una zona humanitaria que sirvió como escalón intermedio para las familias que querían volver a sus fincas abandonadas. Además de que ha sido plataforma para el regreso a la región, es alternativa para familias amenazadas en otras regiones del país que se refugian de persecuciones y violencia.
Una casa colorida, la primera de la hilera de las viviendas que componen la zona, se erige como el Museo de la Memoria de Civipaz. Alberga pendones, líneas de tiempo, ilustraciones y otras manifestaciones para enaltecer la lucha que han librado las comunidades para volver y habitar el territorio en paz. Ellos nos contaron la historia del árbol de la vida, una gran ceiba que pierde sus hojas a finales de año, pero que vuelve a florecer con fuerza hacia mitad de año.
La noche del 6 de febrero de 2020, aproximadamente 15 peregrinos y peregrinas terminamos el recorrido, sentados en un gran círculo, en el salón comunal de Civipaz, en medio de un gran cansancio físico y emocional. Habían terminado siete días de historias de dolor pero también de resistencia y de organización comunitaria. El peso de los relatos no cabía en las maletas de quienes se preparaban para finalizar este peregrinaje.
Al cierre, cada persona compartió aquella palabra que marcaba el aprendizaje de todos estos días. Unos dijeron ‘resistencia’, otros ‘empatía’ y otros tantos más ‘regreso y no retorno’. Una vez más, tomamos agua de canela.
En nuestros recuerdos resuenan los cantos, los murales, las danzas y todos aquellos actos simbólicos que atravesaron la peregrinación, construidos desde las prácticas culturales propias de la región. Estos actos demostraron ser vehículo de resistencia y transformación espiritual, individual y colectiva. Nunca habíamos asistido a una peregrinación en donde la historia y la organización política de la comunidad se trenzaran tan fuerte y armónicamente con sus convicciones religiosas.