Título Buen vivir
  • Los bosques
  • La Madre Tierra
  • Cultura, arte y deporte
  • Jóvenes
  • Volver a las raíces

    El conflicto ha deshilado el tejido social y el equilibrio del medioambiente. Por eso, comunidades indígenas, campesinas, afrodescendientes, jóvenes, deportistas y artistas prestan sus manos, su voz, sus cantos y bailes para fortalecer sus tradiciones y recuperar las relaciones con los otros y con el territorio.

    Convivir es unirse por un buen vivir en torno a nuestra casa común

    Se llora por un muerto que quizá no lo está. En lugar de tumba, solo hay una cruz de madera adornada con velas blancas. Alrededor, cuatro mujeres de vestido blanco sostienen una vela cada una, entonando un canto triste, narran cómo los grupos armados desaparecieron a sus seres queridos. Y en medio del ritual, aparece un hombre alzando la imagen de una silueta que representa a cada desaparecido de Buenaventura.

    Al finalizar se escuchan los aplausos del público. Pero el ambiente cambió. No hay arengas y celebración, pues no es fácil ver una puesta en escena de la propia realidad.

    Se trata de una presentación del grupo Arambeé, el semillero cultural de la Corporación Centro de Pastoral Afrocolombiana, Cepac. El performance que acaban de presentar se llama Cuerpo Presente/Ausente, creado en 2015 con el fin de honrar a las familias que esperan a sus desaparecidos, además de exigir justicia y verdad.

    Originalmente, el cuerpo presente es un ritual propio del Pacífico Colombiano en el que, a través de cantos y oraciones, se espera que pronto retornen a su hogar aquellos pescadores a los que la marea alejó de su destino. Sin embargo, el conflicto armado que se asentó en todo el país, y especialmente en Buenaventura, llevó a que el ritual se usara también en aquellos casos de desaparecidos en el marco de la violencia.

    La pieza denominada Cuerpo Presente/Ausente creada y puesta en escena por el grupo Arambeé, iniciativa de CEPAC/Buenaventura, es un performance propuesto en 2015, el cual muestra escenarios de desaparición forzada, a la cual fueron sometidas muchas personas en el Pacífico y Buenaventura.

    Para Arambeé, esta puesta en escena dignifica a las víctimas. Luis Carlos Caicedo, miembro del grupo desde 2018, cuenta un poco de esta transformación a través del arte:

    “Estar en Cepac ha implicado en mí un crecimiento espiritual, ancestral, y el conocimiento de muchas de las realidades que padecen las comunidades étnicas en el territorio. Desde el 2018 para acá soy un hombre distinto, más consciente de rescatar algunos valores que se han perdido en la comunidad”.

    Luis Carlos nació hace 24 años en el barrio La Piña Madura, y durante toda su vida, ha sido testigo de lo que la violencia ha causado en cada uno de los bonaverenses. De acuerdo con el Centro Nacional de Memoria Histórica, en el lugar ocurrieron 26 masacres entre 1995 y 2013, de las cuales 20 se presentaron entre 2000 y 2003. Además, la cifra de desplazados es de 153.000 personas. Desde 1990 es la urbe con el mayor índice de desplazamiento interurbano de Colombia.

    En medio de este panorama de violencia, Cepac se propuso hacer intervención social basada en las prácticas culturales que permiten que Buenaventura resista. En palabras de Héctor Micolta, coordinador de Cepac, el principal objetivo es “atender a una población que lo necesita, con la fuerza que implican las prácticas ancestrales y todas las tradiciones de nuestras ancestras y ancestros”.

    Para Luis Carlos, esta visibilización es clave para construir paz y convivencia en el territorio. Su llegada a Cepac se dio luego de su experiencia como monaguillo de la iglesia El Firme. La defensa de los derechos de los jóvenes y la dignificación de las víctimas del territorio fue lo que lo animó a hacer parte de este proceso. El lema del semillero es "Nuestro grito de lucha, es por el arte y la cultura", pues trabajan por visibilizar el rol que tiene la ancestralidad para la cultura negra.

    Esto, además, responde a la razón de ser de Cepac. “La Pastoral Afrocolombiana dentro de la Iglesia Católica, es una conquista y un logro alcanzado por las comunidades negras afrodescendientes del Pacífico, pues es necesaria una Iglesia con rostros negros” cuenta Héctor.

    Esos rostros negros son los que hoy hablan de paz. Resaltando sus valores ancestrales, Luis Carlos da un mensaje de reconciliación:

    “Es muy importante dejar esos sesgos que prácticamente han llevado a la población de Colombia, a estar derramando sangre, son sangre de hermanos, donde los orishas lloran demasiado que estemos matándonos entre mismos hermanos. Abramos espacios de diálogo, abramos espacios de poder nosotros escucharnos, nosotros los colombianos no nos sabemos escuchar y eso mismo hace que nosotros entremos de una manera impresionante a la confrontación.”

    Así, en Cepac el arte y la cultura transforman. Algunos llantos, fotografías y relatos tristes sobre la violencia han cambiado su tono y hoy son un grito de esperanza, de memoria y de justicia.

    No solo la cultura afro se hace sentir a través de la memoria ancestral. Los campesinos y los indígenas también se unen para que sus cantos no queden en el olvido.

    Volver a las raíces es una forma de resistencia. El campesino, el afro y el indígena se han dedicado a recuperar sus costumbres, sus cantos y sus cosechas ancestrales para reconstruir el tejido social que la violencia destrozó. Estas son sus voces y sonidos.

    Recuperar el agua, los bosques, la memoria y la paz

    Son las cinco de la mañana, y el viento frío de la Cordillera de los Andes recibe a Rocío Rivera para iniciar las labores del campo. Cada día se levanta no solo para recoger la cosecha u ordeñar las vacas, sino también para adelantar las actividades de la Asociación de Campesinos Minga Gualmatán, de la que hace parte desde sus inicios en 1998.

    Gualmatán es un municipio ubicado al sur de Nariño, en el costado oriental del volcán Galeras y a pocos pasos de la frontera con Ecuador. Allí, hace 23 años los campesinos iniciaron su proceso de capacitación y formación, para constituir luego su personería jurídica en el año 2000.

    “Como campesinos, el más orgullo de nosotros los campesinos es poder tocar esa tierra, sentir lo que tenemos que es nuestro mayor orgullo de ser campesinos, el cultivo de la tierra”.

    *Rocío Rivera

    Pero la Minga de Gualmatán no es la única asociación en pro de los derechos de los campesinos nariñenses. Es solo una de las organizaciones base de la Asociación de Desarrollo Campesino, ADC.

    La ADC nació en la década de los ochenta, en el corregimiento El Encano, cerca a la Laguna de la Cocha. El objetivo fue claro: vivir en armonía, conservando el medio ambiente, la soberanía alimentaria y el diálogo de saberes entre distintas etnias presentes en el territorio.

    Para la época, dos problemas aquejaban a la población. Por un lado, la explotación del carbón mineral, que significaba una tala y quema indiscriminada de árboles y que causó un desgaste ambiental considerable; y por el otro, el conflicto armado que se extendió en el territorio a causa de la presencia de los grupos guerrilleros.

    Inicialmente, las FARC-EP usaban este territorio como zona de retirada y descanso. Sin embargo, hacia la segunda mitad de los años 90 intensificaron su accionar, lo que trajo consigo una ola de desplazamiento de miles de campesinos saliendo del departamento. De acuerdo con la Unidad de Víctimas, al final de la década, en el año 1999, Nariño tuvo 1.424 desplazados.

    El ELN también tuvo presencia en Nariño con el frente Comuneros del Sur, que surgió en 1989. Por su parte, el paramilitarismo se asentó en Tumaco.

    Así, ADC quedó en medio de un conflicto que amenazaba constantemente sus objetivos como organización.

    El 5 de enero del año 2000, hombres vestidos con prendas militares llegaron a la vereda Santa Lucía, en el corregimiento El Encano, y se llevaron a Eusberto Jojoa, líder fundador de la ADC. Mientras tanto, el también líder del proceso, Octavio Duque López, recibió amenazas en su casa en Pasto.

    Dos días después, el cuerpo sin vida de Eusberto fue encontrado al lado de un camino. Octavio decidió exiliarse en Canadá.

    Eusberto Jojoa Pardo (izquierda) y Octavio Duque López (derecha) cofundadores de la ADC. (Diario del Sur, Pasto, 13 de septiembre de 1998, p. 3a).

    Vicente Revelo, actual presidente de la ADC, cuenta un poco de lo que sentían en la Asociación en esa época: “Estos pasos que se dieron de cambio de la dirección era como el avanzar hacia algo desconocido, no sabíamos para dónde íbamos”.

    Siguieron avanzando, y consolidaron lo que hoy es la ADC, un proceso que se extendió por todo el departamento y hoy cuenta con más de 3.500 personas asociadas, pertenecientes a 600 familias campesinas.

    Las estrategias de la ADC para resistir al conflicto y transformar su estilo de vida son principalmente cuatro:

    La Minga de Mingas

    ADC reúne a cuatro mingas campesinas: Gualmatán, Asoyarcocha, Asounificados y Asorquídea. Las mingas tienen como objetivo generar tejido social, construir comunidad y ser espacios de interacción para lograr metas comunes.

    “Con la participación comunitaria hemos logrado realizar la protección de fuentes de agua, aislamiento, descontaminación de aguas residuales y reforestación en predios familiares”.

    Jorge Chávez
    Asorquídea
    Herederos del planeta

    Con esta propuesta, la ADC involucra a niños y niñas en la apropiación y cuidado del medio ambiente, de manera que valoran su tierra y los saberes ancestrales de sus antepasados.
    Soberanía alimentaria

    A propósito de la tala y quema de árboles para la explotación del carbón mineral, la comunidad comenzó a cambiar sus prácticas de cultivo y alimentación, por lo que, en lugar de emplearse en la tala, se dedicaron a gestionar sus propias huertas, lo que les significó tener una mejor alimentación, con productos propios de su tierra, cosechados con sus propias manos.

    Como apoyo a esta estrategia, con los niños de Herederos del Planeta se llevan a cabo diversos proyectos para preservar esos saberes y sabores del territorio:




    Comunicación popular

    Históricamente, las comunidades campesinas se han visto en la necesidad de dar su propia versión de la historia, pues en los grandes medios de comunicación, su voz no ha sido amplificada lo suficiente. Por ello, dentro de las acciones de la ADC han gestionado una estrategia de comunicación popular, enfocada en producir contenidos informativos sobre lo que sucede en la comunidad, construir memoria alrededor de sus saberes y sus procesos organizativos.

    Para ello tienen una página web, una emisora, red de altoparlantes y boletines.

    En la misma línea de comunicación popular, a pocos kilómetros de allí, las Voces de Nuestra Tierra resuenan en el aire caucano.

    El pueblo que le presta su voz a la Madre Tierra

    La voz de Milciades Menzucué se escucha a través del micrófono que es testigo de su emisión radial matutina. La cabina 1, desde donde habla esta vez, es el corazón de una casa ubicada en el barrio Las Dalias, zona alta de la cabecera municipal de Jambaló, Cauca. En la fachada, sobre la pared blanca, resaltan las letras negras que evocan un símbolo de la comunidad: Voces de Nuestra Tierra, 107.4 FM.

    Voces de Nuestra Tierra es un proyecto del tejido de comunicación de la Asociación de Cabildos del Norte del Cauca (ACIN), en el que participan indígenas Nasa y Misak del resguardo de Jambaló, compuesto por 35 veredas y 4 barrios.

    Todo comenzó en 1991, cuando la nueva Constitución Política les permitió a las comunidades indígenas del país crear un plan de vida, enfocado en implementar el desarrollo de manera alternativa, sin tener que seguir los planes de desarrollo convencionales. En el caso de Jambaló, este plan se enfocó en el proceso de liberación de la Madre Tierra y el fortalecimiento de la autonomía en el territorio. En 1994 se inician los primeros estudios para la Emisora Comunitaria, y en 1997 recibió la aprobación por el Ministerio de Comunicaciones.

    Así, los sonidos de la emisora están compuestos por 17 horas habladas en lengua Misak y Nasa Yuwe cada día, con lo que se reafirman sus raíces y se mantiene la importancia de la tradición oral de los pueblos.

    Para el resguardo, mantener viva su identidad cultural es vital para hacer frente a la violencia. Históricamente, el departamento del Cauca ha sido el territorio donde se han enfrentado todos los grupos armados, creando un conflicto sin fin en el que las comunidades indígenas son las más afectadas.

    En 1999 se promulgó la Declaración de Jambaló, que enunció las varias consideraciones del pueblo indígena frente al conflicto. Entre ellas, seguir ejerciendo la autonomía territorial, mantener la prohibición de cultivos ilícitos, exigir el respeto a sus creencias, ratificar a los cabildos como representación política y, finalmente:

    “Apoyar todo esfuerzo hacia un proceso de paz que se desarrolle en el territorio nacional, siempre y cuando se realice mediante el diálogo, la concertación con la población civil y plantee soluciones prácticas a corto, mediano y largo plazo”.

    *Fragmento del libro “Nuestra vida ha sido nuestra lucha”: Resistencia y memoria en el Cauca Indígena, del Centro Nacional de Memoria Histórica.

    En clave de ello, Voces de Nuestra Tierra se ha encargado de promover la conservación de las expresiones artísticas propias del resguardo, mantener presente su cosmovisión y espiritualidad, así como hacer eco de las acciones de resistencia que se dan día a día para defender el territorio, en las voces de líderes y lideresas. Sus valores principales son el respeto, el entendimiento y el diálogo colectivo.

    “Decirles que las comunidades indígenas se trata solamente siempre de llevar buena armonía y equilibrio, y pues trabajar todos en comunidad. O sea que la paz creo que llega desde la casa, siempre se promulga acá en las comunidades eso, y que siempre se tiene que trabajar en comunidad”.

    *Misael Calambás, integrante de Voces de Nuestra Tierra. Fragmento del video “Voces de Nuestra Tierra y el ejercicio de emitir paz”, de Agenda Propia.

    Al igual que en la Minga Indígena, en Voces de Nuestra Tierra se camina la palabra, se enaltece la tradición oral y los saberes de la comunidad, acompañando cada lucha y cada resistencia que proteja siempre a la Madre Tierra.

    La cultura, el arte y el deporte para transformar imaginarios y salvar la vida

    Las heridas de la violencia son profundas. Además del dolor, quedan fracturados los procesos sociales que proponen una alternativa a la guerra. Por ello, cuando estas apuestas sobreviven y resisten, facilitan encuentros y dan vía libre a nuevas visiones de la vida, la paz y el territorio. Estas son las historias de algunas de ellas.

    La región de los Montes de María tiene mucho por contar sobre la violencia en el Caribe Colombiano. Según el Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica, en los 16 municipios de Sucre y Bolívar que conforman esta región, entre 1985 y 2017 se registraron 3.197 asesinatos selectivos, 117 masacres, 1.385 personas desaparecidas y 657 víctimas de violencia sexual. Allí, en aquel territorio de tradición agrícola y ganadera, nació Jaime Enrique Trespalacios.

    El matrimonio de Jaime estuvo acompañado de gaitas y tamboras. El baile de los recién casados al ritmo de un les recordó el día en el que se conocieron, cuando la danza los unió.

    Desde ese momento, hace más de diez años, toda su familia ha estado sumergida en experiencias culturales: bailan, tejen y hasta cocinan para propiciar la paz territorial que les permita recuperar el tejido social y proponer alternativas de vida para los jóvenes de los Montes de María.

    La sombrilla de estas acciones es la fundación Hijos de la Sierra Flor, que formó la Comunidad Franciscana de la Provincia de Santiago Apóstol de Colombia hace 41 años en Sincelejo, Sucre. Allí llegó Jaime un 17 de noviembre.

    Corría el año 1987, y Jaime era estudiante de la Universidad de Sucre. Un compañero y amigo lo invitó a unirse al grupo de danza de la Fundación, y desde ahí conoció lo que él describe como “Una historia maravillosa que lleva más de 30 años”.

    Jaime Enrique Trespalacios (der) en una presentación cultural de la Fundación Hijos de la Sierra Flor.

    Además de pertenecer al grupo de danza, empezó a involucrarse cada vez más en las diversas actividades de la Fundación. Por ejemplo, ha impulsado la participación y liderazgo de las mujeres de la comunidad en procesos de sanación colectiva por medio del rescate de diversas prácticas ancestrales, como el tinto conversado, la trenza hablada, el sancocho sanador, y muchos más espacios de encuentro liderados y gestionados por las mujeres como su esposa, a quien conoció en el grupo de danza de su juventud y ahora es terapeuta popular.

    Los niños, por su parte, aprenden sobre diálogo, inclusión, participación, respeto por la pluralidad y equidad social, con rondas, cantos y juegos. Cuando ya están más grandes, se convierten en jóvenes que intervienen en espacios de construcción de políticas públicas y las presentan ante las entidades estatales correspondientes; y lo más importante, ejercen la resistencia cultural a través de la danza, en 16 grupos de jóvenes que bailan al ritmo de distintos géneros musicales, desde pulla y mapalé, hasta hiphop y break dance.

    “La cultura convertida en la posibilidad de la vida”.

    Con esto, Hijos de la Sierra Flor ha hecho frente a la violencia y ha transformado el territorio. Según Jaime, quien hoy es el representante legal de la fundación, durante los festivales de Montes de María, las actividades culturales se han convertido en una bandera de la comunidad que ha permitido tener un territorio sin enfrentamientos entre grupos armados. Para él, esto solo significa una cosa: “la cultura convertida en la posibilidad de la vida”.

    El conflicto ha deshilado el tejido social y el equilibrio del medioambiente. Por eso, comunidades indígenas, campesinas, afrodescendientes, jóvenes, deportistas y artistas prestan sus manos, su voz, sus cantos y bailes para fortalecer sus tradiciones y recuperar las relaciones con los otros y con el territorio.

    Construir la no repetición desde los jóvenes y los más pequeños

    Mientras los jóvenes de Hijos Sierra Flor bailan al son del mapalé, en otro punto del Caribe Colombiano, a orillas de la Ciénaga de Simití, un equipo de rugby corre tras un balón que les promete un futuro alejado de la violencia.

    Rugby por la paz es una iniciativa en la que jóvenes del corregimiento Monterrey en Simití, Bolívar, dedican su tiempo libre a este deporte como alternativa al reclutamiento forzado por parte de distintos grupos armados.

    A Simití la violencia lo ha visitado en distintas ocasiones. En la década de los setenta llegó el ELN, con el Frente Héroes y Mártires de Santa Rosa. En los ochenta llegaron las FARC-EP con el Frente 24, y en los noventa el Frente Vencedores del Sur del Bloque Central Bolívar de las AUC hizo presencia en el territorio.

    Luego de la desmovilización de las AUC, entre 2003 y 2006, y de la firma del Acuerdo de Paz con las FARC-EP en 2016, la Agencia para la Reincorporación y la Normalización, ARN, gestó el proyecto Rugby por la Paz, dirigido a niños y jóvenes entre los 10 y los 19 años, quienes, además de aprender un deporte, recibieron charlas y talleres sobre prevención de violencias.

    ¿Por qué rugby? El rugby es un deporte que no se puede jugar de manera individual, ni siquiera en un entrenamiento. A pesar de que cada equipo tiene entre 7 y 15 jugadores, a la hora del partido, cada equipo se organiza en tríadas, por lo que los deportistas son responsables de su bienestar y el de dos compañeros más. La tríada se protege entre sí, y en el equipo nadie se queda atrás, dentro o fuera de la cancha.

    Así, el compañerismo es uno de los valores principales del rugby, y la resolución de conflictos es lo más importante. Aunque es un deporte de fuerte contacto físico, la violencia adrede no es una opción. Por el contrario, este deporte cultiva una cultura de bienestar colectivo que es clave para la vida en contextos que están sanando las heridas de la violencia.

    Integrante de Rugby por la paz.

    Sobre un pliego de papel blanco puesto sobre la mesa, los niños de Buenos Aires, Cauca, empezaron a dibujar y escribir todo aquello que para ellos significaba la paz. La consigna era clara: plasmar su devenir, elegir lo que querían vivir y dejar constancia de ello. Era su mapa del futuro.

    El mapa hace parte de las actividades del proyecto Usa tu poder para construir paz. Esta iniciativa tiene como objetivo cultivar en niños y niñas una cultura de paz preservando la memoria de lo ocurrido en sus territorios.

    Para el caso de Buenos Aires, la comunidad afro ha sido la más afectada por la violencia. En la década de los noventa, las FARC-EP llegaron al municipio para controlar las rutas de tráfico de armas y coca. Diez años después, el Bloque Calima de las AUC entró a disputarse con la guerrilla estos corredores clave. Eso afectó las prácticas tradicionales de la comunidad.

    Debido a esta historia de violencia, la fundación Plan decidió iniciar este proyecto, con una metodología llamada “El camino del amor”, que consta de cuatro momentos:

    La Llamada, enfocada en visibilizar las afectaciones del conflicto armado, especialmente en los niños y las niñas, para desnaturalizar la violencia. Aquí realizan cartografías sociales y recorridos por el territorio.

    La Travesía Transformadora, donde se fortalecen las capacidades de resiliencia de niños y niñas y sus familias, lo que les permite pensar en nuevas alternativas para su futuro y mitigar el impacto del conflicto armado. Entre las actividades hay talleres de formación en aspectos como sus derechos como víctimas y festivales de memoria.

    La creación de una nueva realidad, donde los niños trabajan por la reconstrucción del tejido social y la reconciliación en su comunidad.

    La celebración, que constituye el último paso del proceso, en el que se presentan los resultados de lo aprendido.

    Dentro de estas actividades, además, se impulsaron proyectos artísticos como el grupo musical Semillas del Futuro.

    Ensamble musical - Buenos Aires, Cauca.

    "Todo este proceso cierra un ciclo en el que construimos paz, y donde inicia otro en el que vamos a empezar a vivir en un Buenos Aires tranquilo, en un Buenos Aires en paz, donde la gente perdona y se reconcilia, donde todos y todas construimos una paz estable y duradera y una convivencia pacífica”.

    *Yadis, niña integrante del proyecto Usa tu poder para construir paz.

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