EN CALI
SE SIEMBRA LA CONVIVENCIA

Al oriente de Cali, en el distrito de Aguablanca, en el año 2000 se creó la Fundación Nacederos (FN). Encabezada por el padre Julio López, la FN apoyó a un grupo de jóvenes preocupados por la cercanía de niños y jóvenes con el conflicto de pandillas en la zona. Por medio de talleres, clases en la calle y la iniciativa Cine pa’l barrio, la fundación inició su trabajo con las tres comunas del distrito, que integran 39 barrios.

Hace seis años, aproximadamente, la fundación le dió vida a otra iniciativa comunitaria, llamada Huertas pa’l Barrio. Recuperando espacios públicos impactados con basuras y escombros, crearon huertas en las comunas 14 y 15 del distrito y están trabajando para poder llegar a las comunas 13 y 21. Con las huertas, la fundación busca tratar el problema de fronteras invisibles que existe en el marco del conflicto urbano entre pandillas y dar solución al problema alimentario del oriente de Cali.

“Este proyecto, primero, no implica una cantidad de recursos financieros, sino que implica más la voluntad de las personas, la fe en lo que hacemos y digamos que el amor por las cosas en las que ponemos nuestros objetivos, que es la recuperación ambiental, el trabajo con niños, la reconciliación entre jóvenes en las barreras invisibles”, afirma María Helena Moreno, trabajadora social y representante legal de la Fundación Nacederos.

LaLa huerta principal está ubicada en el barrio Puertas del Sol y lleva por nombre El Edén. Fue fundada en el año 2000 por habitantes del sector, quienes posteriormente se unieron al proyecto. Han logrado convenios con la Universidad Santiago de Cali y el Departamento Administrativo de Gestión del Medio Ambiente (DAGMA). En 2017, gracias a esta alianza, realizaron un proyecto de siembra con mujeres del Centro de Formación Juvenil Valle de Lili, de Cali. Ese mismo año, el proyecto Huertas pa’l Barrio ganó el Premio Paz Lab 2017 de la Alcaldía de Cali, con el que se reconoció su ejercicio de construcción de paz en el territorio.

La huerta nutre con alimentos y convivencia

Para María Elena Moreno, uno de los retos es que la gente vuelva a creer en lo comunitario al incentivar una cultura de siembra y cosecha, para así recuperar alimentos ancestrales, como el zapallo y la cidra, que actualmente están ayudando a mitigar las dificultades nutricionales que hay en el distrito.

Ese gran reto ha sido abordado por el proyecto bajo el principio de fortalecer el sentido de la colectividad. María Elena cuenta que en las huertas poco a poco se está recuperando una práctica cultural que ha permitido ir reconstruyendo el tejido social, pues “entre todos sembramos, entre todos arreglamos la tierra, entre todos ponemos la semillita, entre todos cuidamos y entre todos luego cosechamos… lógicamente se genera otro tipo de relaciones, otro tipo de interacción personal que permite que la gente se reconozca más, se reconozca más como vecino, como amigo, como familiar, o simplemente como habitante de un barrio donde vos estás”.

Esto se ve reflejado en el compromiso que tienen los participantes tanto con las huertas comunitarias como con las pequeñas, que han instalado en sus casas para aplicar lo aprendido. Poco antes de nuestra visita, la huerta casera de Ligia, una de las participantes, dio cosecha de zapallo, que fue compartida con los compañeros de Huertas pal’ Barrio y algunos vecinos. Así como se nutren las relaciones entre vecinos, también se nutren los estilos de vida saludable de los participantes. “Hacer una huerta en la ciudad significa que la gente pueda acceder más a la alimentación, sin tener los $500 o $1.000 que vale una fruta o un plátano”, añade Moreno.

Aquellos alimentos cultivados también traen tradiciones culturales. La razón de esta siembra es, en palabras del padre Julio Flórez, “preservar costumbres de cocina con alimentos que mucha gente desecha porque creen que no sirven; simplemente no los consumen. Nosotros los usamos en los talleres de cocina ancestral con niños que aprenden a valorar estos alimentos”.

En esos talleres, a los que no solo asisten niños sino también jóvenes y adultos mayores que participan en las huertas, se brindan diversas recetas que conservan ingredientes y procedimientos de preparación provenientes de diversas experiencias familiares. Lo que se busca es conservar las tradiciones, además de tener una alimentación sana, con una cosecha libre de químicos y sembrada con sus propias manos.

Así, de la huerta a la cocina, se lucha por reemplazar el consumo de alimentos modificados bajo ingeniería genética. Justo esta motivación llevó a Jaime Miranda, el profesor de cocina, a iniciar investigaciones acerca de la historia de los alimentos ancestrales y la soberanía alimentaria. “A raíz de esto me dediqué a diseñar programas de alimentos como Cocina ancestral gourmet, Cocina vegana y vegetariana y Cocina con biorresiduos. Esta última quiere decir que utilizamos las cáscaras de los alimentos: las aprovechamos para hacer deliciosos platos de sal y de dulce”, explica Jaime, quien cuenta con más de 20 años de experiencia culinaria y brinda todos sus conocimientos en los talleres semanales. Para él, lo más importante es no olvidar las tradiciones campesinas: sembrar, cosechar y cocinar los alimentos que han consumido desde siempre y que han seguido procesos naturales.

A Cali llegaron abriendo camino

“Aguablanca era una laguna. En los años veinte empieza el proceso de secamiento; eran puros humedales y Cali necesita expandir la zona agrícola y empiezan desde los años treinta y cuarenta a rellenar. Como eran lotes baratos, ahí llegó la gente, a montar el distrito”. - Judith González, historiadora de la Universidad del Valle.

Tal como lo cuenta Judith, el distrito de Aguablanca tomó su nombre de la gran masa de agua que era antes de 1920. Luego de su secamiento, se convirtió en el lugar elegido por aquellos que necesitaban lotes o viviendas a muy bajo costo. Unos llegaban de otras partes de Cali y otros de distintas zonas del país, de las que salieron a causa de la violencia del conflicto armado.

Dicha ola migratoria provenía de Putumayo, Viejo Caldas, el norte del Valle del Cauca y parte de Antioquia. En la década de los noventa, las cifras de desplazamiento por el conflicto armado empezaron a crecer rápidamente, y con ellas la migración del Pacífico hacia el distrito. Según el Registro Único de Víctimas, entre 1984 y 1999 llegaron a Cali 6.279 desplazados por la violencia.

Para los años ochenta, los barrios del distrito empezaban a delimitarse. En ese momento solo un 30 % de la expansión de la ciudad era legal y la clase alta calificaba a los sectores populares como un gran riesgo para los ‘caleños puros’. Letras del historiador Santiago Arboleda denominaron a esta época como la ola migratoria de ‘la otra Cali’.

Una gran cantidad de población vulnerable se asentó en esta zona. También llegaron el microtráfico y el conflicto entre pandillas, que aún hoy regulan la movilidad en el distrito. Los de un barrio no pueden pasar al otro porque arriesgan la vida, y viceversa. A esta realidad se le conoce como fronteras invisibles. “Ese es un conflicto que marca, se impone, genera miedo entre los habitantes de los barrios. A ese conflicto nadie le ha parado bolas, y es permanente”, asegura María Elena.

Para Eduardo Gutiérrez, habitante del distrito y participante de Huertas pal’ Barrio, el conflicto que narra María Elena tiene mucha relación con el conflicto armado que ha dejado miles de desplazados en todo el país. Poco antes de los años noventa, Eduardo salió de la zona rural de Buenaventura hacia Cali por la falta de empleo. Desde su llegada a la ciudad, y con el pasar de los años, ha sido testigo de la violencia urbana del oriente de Cali, que para él es una consecuencia del conflicto nacional.

“La violencia en el distrito por lo general es a raíz de la falta de empleo; no hay estudio, y la gente se está levantando en condiciones de pobreza, con la delincuencia y la drogadicción. Y se relaciona con el conflicto en el campo por el desplazamiento del campesino que cultiva la comida, que sale sin nada y llega a estos barrios del distrito sin empleo. Todo es por la tierra, porque los ricos tienen que ser más ricos; esa es la causa de todos los problemas”, concluye Eduardo.

Ante esta situación de conflicto urbano, Huertas pal’ Barrio aporta espacios de encuentro entre vecinos y habitantes de distintos barrios, para fortalecer el esfuerzo colectivo y el reconocimiento de los demás desde la amabilidad. “Lo más importante es que con la siembra colectiva podemos articularnos con otras personas, dejar a un lado la violencia que se vive y que estigmatiza a la zona de Aguablanca, y vemos que podemos salir adelante”, comenta José Ney Pulido, uno de los fundadores de Huertas pal’ Barrio.

Las huertas se han convertido en lugares de encuentro de los jóvenes que prefieren sembrar antes que hacer parte de enfrentamientos o actos delictivos. Esto último, dice María Elena, es todavía un reto que asumen día a día.

Un pulmón para la selva de cemento

Las huertas están ubicadas en puntos estratégicos para el cambio de los modos de relacionarse, tanto de la comunidad entre sí como con el medio ambiente. Estos predios eran zonas impactadas por grandes cantidades de basura y escombros; eran puntos olvidados por la comunidad, que en algún momento se volvieron basurero público, al aire libre y sin control. También se habían convertido en focos de delincuencia y riesgo.

“Lo que hemos venido haciendo es que al recuperar el espacio y volverlo una huerta o volverlo un jardín, como en el que estamos en este momento, lógicamente la gente de la comunidad entra en un proceso de consciencia, en el sentido de que es más bonito ver el jardín, es más bonito ver la huerta que ver un sitio impactado por escombros y basura”, explica María Elena Moreno, trabajadora social y representante legal de la Fundación Nacederos.

Esa consciencia ambiental se fomenta tanto en adultos como en sus hijos y nietos. Cada sábado se reúnen alrededor de 50 niños en los talleres Guardianes del Planeta, donde aprenden a sembrar, cuidar las huertas y reciclar.

En las huertas, niños y adultos comparten por medio de la cultura ambiental que promueven estos encuentros. “Además de ayudar a la mitigación del cambio climático, aprendemos a sembrar, intercambiamos semillas, saberes y afianzamos nuestra identidad con la madre tierra”, comenta José Ney.

Huertas pal’ Barrio es una muestra de defensa del territorio urbano, un esfuerzo por hacer efectivo su derecho a la ciudad por medio de mecanismos y estrategias de orden cultural. Si en sus inicios el distrito se formó con familias en su mayoría despojadas de sus tierras, ahora la iniciativa anima a que estas huertas, que conforman un espacio urbano a su alcance, sean protegidas y utilizadas para beneficiar a la comunidad. Quienes participan en las huertas asumen el compromiso de preservar y hacer un uso adecuado de estos espacios, que son lugares públicos.

RECETARIO

““De nuestra cosecha, nuestra cocina”, dice Sixta a la hora de referirse a aquella seguridad alimentaria que tanto han promovido. En las huertas se siembran plantas aromáticas, algunas frutas como el limón y las uvas, y otros alimentos, como el zapallo y la sidra. Con ellos preparan recetas de cocina ancestral que reúnen tanto los conocimientos del profe Jaime Miranda como los de Sixta y otros amantes de la cocina.

Las siguientes son tres recetas que Sixta comparte; son un tesoro para la fundación, pues son novedosas, deliciosas y saludables.

MASATO DE LULO

INGREDIENTES

- Maíz

- Panela

- Clavos de olor

- Canela en astillas

- Hojas de naranjo agrio

- Limoncillo

- Lulo

PREPARACIÓN

CANELÓN

INGREDIENTES

- Zapallo

- Panela

- Clavos de olor

- Canela en astillas

- Piña

- Manzana verde y roja

PREPARACIÓN

MERMELADA
DE PIMENTÓN

INGREDIENTES

- Pimentón

- Melado de panela

- Miel o azúcar

PREPARACIÓN

CONOZCA MÁS SOBRE LA
MACROTERRITORIAL SURANDINA EN

La información en esta página web no es información oficial del Gobierno de Estados Unidos y no representa las opiniones o las posiciones de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) o del Gobierno de Estados Unidos.