Durante la década de los 90, especialmente, el conflicto armado expulsó a cientos de familias de sus tierras en el área rural del departamento de Bolívar, obligándolas a desplazarse hacia los centros urbanos más cercanos. Al municipio de Turbaco, conocido como la tierra de los indios yurbacos y de la famosa arepa e’ huevo, llegaron muchas de estas personas que huían de la guerra.
Allí, en 1998, se creó la Liga de Mujeres Desplazadas (LDM), una organización que reúne a más de 300 mujeres, 195 integrantes activas, que luchan por sus derechos como mujeres y como víctimas del conflicto armado. Las asociadas de La Liga viven o provienen de diferentes zonas del departamento de Bolívar como Cartagena, Turbaco y la cabecera municipal de Carmen de Bolívar.
Durante más de veinte años de resistencia, la LDM ha logrado grandes cosas a partir de la confianza y el trabajo entre mujeres. No solo levantaron un barrio entero con sus propias manos; también han implementado proyectos en áreas como “derechos humanos, justicia de género, infancia, juventud, liderazgo, gobernabilidad, salud sexual y reproductiva, vivienda, entre otros”, según relatan en su cartilla, que se titula igual que su monumento: ‘Que nuestras voces no se silencien en el tiempo’.La autogestión les ha permitido acceder a talleres, jornadas médicas, contar con asesoría legal, apoyo psicosocial, crear redes para generar visibilidad de sus iniciativas, e incluso, generar control político de escenarios como las Mesas de Víctimas o los Comités de Justicia Transicional. Son un sinfín de aprendizajes sobre los procesos organizativos de víctimas con enfoque de género, que en la actualidad pasan de una generación a otra, debido a la creación y puesta en marcha de la Liga de Jóvenes, de la que participan los y las hijas de estas mujeres.
Aunque algunas instituciones las retrata como un ejemplo de la reparación en el país, la Liga de Mujeres Desplazadas es en realidad un referente de autogestión. Poca ha sido la participación del Estado o las instituciones en este proceso, comparada con la agencia que ellas mismas han tenido sobre su propio camino hacia la reparación integral.
Por su ubicación estratégica, el departamento de Bolívar ha sido un foco de interés para los grupos armados al margen de la ley: limita con siete departamentos, tiene acceso al río Magdalena y junto a Sucre compone la región de Montes de María. Ya en los 70, el territorio se lo disputaban las FARC, los paramilitares y el ELN, como lo expone la Misión de Observación Electoral (MOE) en su informe “Monografía Político Electoral del departamento de Bolívar”.
En el 1997, cuando las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) se consolidaron en Santander y Sucre, ingresaron por el sur del departamento de Bolívar en su intención de dominarlo. A finales ese año, y bajo el mando de Carlos Castaño, disputaron el dominio de la región con las FARC y el ELN. La lucha se dio por el acceso al río Magdalena, la explotación minera y el tráfico de cocaína, de acuerdo con el portal periodístico Rutas del Conflicto.
La incursión paramilitar se dio con ayuda del frente Rito Antonio Ochoa y del bloque Héroes de los Montes de María, que estaban bajo la jurisdicción de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU). La fusión de estos grupos dio paso a la organización del Bloque Norte, que operó bajo el mando de Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’, en los municipios de Arjona, Cartagena, Calamar, Córdoba, El Carmen de Bolívar, San Estanislao, El Guamo, Magangué, María La Baja, San Jacinto, San Juan Nepomuceno, Turbaco, Turbaná, Villanueva y Zambrano hasta 2005, año de su desmovilización.
El informe Desde el corazón de las mujeres, una estrategia de resistencia jurídica de la Liga de Mujeres Desplazadas relata que entre 1999 y 2004 se presentó el mayor índice de desplazamiento de los Montes de María hacia Turbaco. La violencia sexual basada en género, ejercida por parte de los grupos armados partícipes del conflicto, fue otra acción victimizante perpetrada en el departamento de Bolívar. En este hecho se contemplan desplazamiento en estado de embarazo, lesiones personales a mujeres embarazadas con el consecuente aborto forzoso, amenaza de violencia, acceso carnal violento y esclavitud sexual, según el mencionado informe. En el caso puntual de la Liga, de 144 mujeres encuestadas para el informe, el 14 % reportó haber sido víctima de violencia sexual basada en género, siendo el desplazamiento en estado de embarazo el más recurrente.
De acuerdo con la última fecha de corte (31 de marzo de 2020) del Registro Único de Víctimas, más de 4.600 personas en Turbaco fueron sujetos de desplazamiento, homicidio, amenaza y desaparición forzada, entre otros hechos. Frente a la violencia sexual, se registran más de 90 casos denunciados y tan solo 38 en proceso de reparación. Según la Política de Atención y Reparación a Víctimas, en los casos de violencia sexual el proceso de reparación a la víctima consta de acompañamiento psicosocial y acceso a la justicia.
A marzo de 2020, según el Registro Único de Víctimas, cerca de 7.114 víctimas de desplazamiento viven en Turbaco, y actualmente cerca de 6.300 personas radicadas allí están siendo reparadas. Las acciones de atención y reparación por parte del Estado van encaminadas a indemnizar, restituir y facilitar créditos y la obtención de empleo, entre otras acciones, según la política pública para la prevención, protección, atención, asistencia y reparación integral a las víctimas del conflicto armado.
Las mujeres que hacen parte de la Liga tuvieron que desplazarse de los territorios donde vivían por motivos relacionados tanto con grupos armados que hacen presencia en el departamento como por otros tipos de violencias que vivían por el hecho de ser mujeres. Su articulación, con ayuda de la gestora y abogada Patricia Guerrero, les permitió encontrar en la organización un apoyo mutuo para resistir y exigir sus derechos. Estos lazos empezaron a forjarse desde el barrio El Pozón, en las afueras de Cartagena, donde varias de ellas se conocieron y decidieron defenderse de la violencia juntas.
En veinte años de trabajo, las mujeres identificaron y diagnosticaron en su día a día diferentes retos y problemáticas que requerían atención con urgencia. Una de las primeras que atendieron fue la carencia de vivienda: decidieron construir su propio barrio, Ciudad de las Mujeres.
Con los recursos económicos aportados por USAID para las viviendas, gestionados por Patricia Guerrero en 2003, el barrio se hacía posible. Con este dinero pudieron tener el insumo base para participar en el fondo de vivienda del gobierno de turno, al que se postularon 159 y salieron beneficiadas 98, según el tomo Sueño de vida digna: la Liga de Mujeres Desplazadas, del Programa de Justicia Global y Derechos Humanos de la Universidad de los Andes.
Mezclando cemento, formando bloques para las paredes, solucionando el abastecimiento de alimentos para todas y el cuidado de sus hijos e hijas, construyeron poco a poco las viviendas de las 98 familias en el barrio Ciudad de las Mujeres, distribuidas en cinco manzanas de la zona conocida como Bonanza, a las afueras de Turbaco. La construcción de las casas terminó en 2004.
Con mucho esfuerzo, sudor y trabajo autogestionado, las mujeres de la Liga le dieron vida a esta Ciudad de las Mujeres, en la que se encuentran sus casas, propias, construidas ladrillo a ladrillo por sus integrantes.
98 de las casas que se observan en este mapa fueron construidas por las manos de las mujeres de la Liga. Navega los puntos y conoce los lugares emblemáticos para ellas y sus familias, que son logros del proceso que lideraron.
El 13 de diciembre de 2005, la Liga recibió el Premio Nacional de Paz de la Friedrich Ebert Stiftung en Colombia (Fescol). Con el paso de los años fue galardonada en diferentes reconocimientos: la Fundación Global para las Mujeres en Nueva York, los premios Procomún de Eternit y el II Premio Rey de España de Derechos Humanos, entre otros.
Para estas mujeres, el camino a la reparación autogestionada no concluyó con la construcción de un barrio entero. Aunque tal vez la situación de desplazamiento se haya mitigado, ellas han sido víctimas de muchas otras violencias que también requieren de atención y acción. ¿Cómo se repara la violencia sexual? ¿Cómo se repara a un familiar de víctima de desaparición? ¿Cómo se reparan los intentos de reclutamiento forzado de hijos? ¿Cómo se aporta a la reparación emocional y psicoafectiva de una víctima del conflicto armado?
Gracias a un arduo trabajo de las integrantes de la Liga, el 13 de septiembre de 2018 la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas (UARIV) publicó la Resolución 04718, que contempla el Plan Integral de Reparación Colectivo con el que la Liga fue reconocida como sujeto de reparación colectiva. Bajo esta figura, su proceso organizativo y el desarrollo de sus proyectos se fortalecieron.
Mediante la Agenda de Justicia de Género, la Liga gestionó espacios para que sus integrantes se capacitaran en herramientas de acompañamiento emocional y medición del estrés postraumático. Si bien llevaban años haciéndolo de manera empírica, con estas técnicas las mujeres han escuchado las historias de sus compañeras. Estos relatos de dolor ahora son narrados en medio de una red de confianza, sororidad y apoyo.
La trayectoria de la Liga fue inmortalizada en un abrazo que decora el parque de Ciudad de las Mujeres. “Este monumento simboliza el apoyo que como mujeres hemos tenido en la Liga. Lo hicimos con ayuda del maestro Rafael Ortiz; en él aparecen algunas compañeras”, comenta Deyanira Reyes.
Por medio de talleres, integraciones y charlas, las mujeres se han preparado y han compartido, con sus familias y comunidades, temas de violencia sexual y violencia de género. También han puesto en marcha capacitaciones sobre derechos sexuales y reproductivos. Bajo un palo de mango, de esos que crecen entre los callejones de Ciudad de las Mujeres, Liliana Martínez explicó que “estos talleres no son para sanar; son para mitigar el dolor”.
En estos encuentros no solo han identificado necesidades emocionales entre las mujeres de la organización; también lo han hecho con sus hijos e hijas, jóvenes que componen la comunidad. “Sabemos que ellos y ellas también fueron discriminadas en el colegio, en muchas partes, por ser hijos de familias desplazadas”, narra Deyanira Reyes. Un tema transversal de trabajo con ellos es el machismo: lo confrontan, lo dialogan e intentan que los jóvenes de la Liga conozcan estas realidades.
“El machismo está en el entorno en todas partes, se ve en los colegios, en los trabajos, en los grupos. Los jóvenes son las nuevas generaciones y tienen que aprender que todos somos iguales y que debemos respetar y que nos respeten”, Agneris Orozco integrante de la LMD.
La Liga de Jóvenes también ha puesto en práctica estos talleres en la población menor de la comunidad. “Este proceso permite seguir un proceso que lleva más de 20 años. Por este medio podemos seguir el trabajo que hicieron nuestras madres y nuestras abuelas… seremos jóvenes activos y estaremos trabajando en pro de nuestro futuro”, comenta Luisa Angulo, integrante de la Liga de Jóvenes.. Aquí una pieza podcast que retrata cómo la LDM ha agenciado su propia reparación emocional y afectiva.
Muchas mujeres de la Liga vivieron hechos violentos en su vida que las marcaron para siempre. Estas vivencias pueden convertirse en una carga individual que cada mujer lleva en su interior. Entre todas buscaron espacios seguros de confianza para ser escuchadas por sus vecinas y amigas. Estas mujeres encontraron y aplicaron otras formas de expresar sucesos difíciles de su pasado. Trabajar en estos temas suma esfuerzos para contribuir en una comunidad de mujeres y hombres que luchen contra la violencia machista en el día a día.
La realidad económica de las mujeres de la Liga suele ser adversa debido a la dificultad de encontrar un empleo estable. Por ello, una de sus metas a mediano plazo es lograr consolidar un proyecto que aporte a la independencia económica y a la estabilidad laboral de las mujeres gracias a la creación de un restaurante / galería. Este proceso hace parte de la medida de reparación colectiva de la Unidad para la Atención y la Reparación Integral a las Víctimas (UARIV) y cuenta con la participación del Ministerio del Trabajo, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA).
A través del restaurante / galería, la LMD busca que en un solo espacio converjan muchos intereses de las mujeres de la Liga, como el trabajo artesanal y la tradición gastronómica, gracias a una capacitación de las mujeres en temas relacionados con la manipulación de alimentos, la administración contable y la atención al público. Esta preparación garantizará la viabilidad del proyecto a largo plazo. Dejar estas capacidades instaladas en la LMD será un gran aporte a la preparación de las mujeres y sus familias para proyectos futuros.
“La idea es que el restaurante / galería pueda ser una oportunidad de empleo para las mujeres. Contaremos con capacitación en muchos temas, porque la idea es que sea un restaurante grande”, afirma Deyanira Reyes.
Aunque el reto es grande, ya se cuenta con un lote en el barrio La Granja, muy cerca de Ciudad de las Mujeres. El siguiente paso será construir la infraestructura y adecuarlo según los lineamientos sanitarios. Con este restaurante podrán verse beneficiadas las mujeres de la Liga que laboren ahí y las artesanas que exhiban y comercialicen sus creaciones. Tener un ingreso monetario ayuda a disminuir la violencia económica que viven las familias y aporta a su bienestar.
La Liga de Mujeres Desplazadas persiste a pesar de las amenazas y las intimidaciones. Los hostigamientos han sido constantes: robo de la infraestructura del centro comunitario “El corazón de las mujeres” y quemas a los predios cercanos a él, así como amenazas a mujeres de la Liga y a sus familias. Estas situaciones han llevado a que la LMD exija protección colectiva a sus integrantes en cada uno de sus asentamientos. Desde 2003, cuenta con cuatro esquemas colectivos de seguridad, proporcionados por la Unidad Nacional de Protección (UNP); cada uno está conformado por dos guardaespaldas, un automóvil y teléfonos celulares.
Ser víctima del conflicto armado y reclamar por los derechos propios implica también una lucha legal. De la mano de la abogada Patricia Guerrero, una de sus fundadoras, la LDM comenzó un proceso de acompañamiento y capacitación jurídica dirigido a las mujeres de la organización. Ellas se formaron en temas como reparación colectiva, radicación de tutelas, enfoque étnico y muchos otros.
Capacitar a las mujeres en rutas de acción para exigir sus derechos ha sido una prioridad para la organización. Estos puentes también son garantes de la correcta implementación y cumplimiento de los acuerdos pactados entre la Liga y los organismos gubernamentales. Uno de los logros en esta veeduría es la participación en la formulación del Plan Integral Único (PIU) para la Población Desplazada del municipio de Turbaco. La influencia de estas mujeres en la agenda de género nacional es tal que han aportado en procesos de paz como Justicia y Paz y los Acuerdos de Paz con las FARC, en La Habana.
Los puentes que la Liga de Mujeres Desplazadas ha adelantado con instituciones estatales, como la Unidad para la Atención y Reparación Integral para las Víctimas (UARIV) al presentar el caso de reparación colectiva, así como con altas cortes, como la Corte Constitucional y con instituciones académicas, han permitido dar a conocer la Liga como un referente organizativo de base que ha acumulado años de experiencia en la defensa de la mujer y sus familias.
El acceso a educación de calidad para sus hijos y nietos, la mitigación de violencias alimenticias, la innovación en propuestas frente a la violencia económica y el fortalecimiento de entornos sanos en sus barrios son otros retos a los que se han enfrentado las mujeres de la LDM.
Las mujeres de la Liga han labrado un largo camino de resistencia en el que muchas murieron y en el que se adelantaron procesos que sustentan el legado y continuidad de su trabajo. Todavía quedan pasos por dar para garantizar un bienestar íntegro para ellas y sus familias, pero como lo han hecho durante años, el apoyo entre todas, y ahora el de las nuevas generaciones, las llevará a esa meta. Gran parte de la historia de la Liga se ha inmortalizado en la escultura del abrazo, legado que les recuerda a sus integrantes y familiares que con amor, lucha y resistencia se puede alcanzar un futuro mejor.
Falta un camino largo para garantizar un bienestar íntegro para las mujeres y sus familias. Aunque varias mujeres murieron, el proceso adelantado y el legado que con tanto trabajo aportaron han permitido que La Liga continúe con su trabajo. Las mujeres han encontrado otras formas de reparación que parten de sus diagnósticos y necesidades, y a este proceso se han vinculado sus hijas y sus familias. Es un camino por descubrir en el que las mujeres han labrado su historia y siguen y seguirán siendo el faro de su comunidad.
La información en esta página web no es información oficial del Gobierno de Estados Unidos y no representa las opiniones o las posiciones de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) o del Gobierno de Estados Unidos.