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Comisión de la Verdad

“En la casa, en el cultivo, en el sindicato y en la junta comunal: así luchamos las campesinas”

Un relato de Mariela Rodríguez, cofundadora de la Zona Humanitaria de Civipaz, en Meta. Cuenta cómo, en medio de la guerra, las mujeres rurales se hicieron líderes sociales y dirigentes políticas.

INFORME ESPECIAL | Abril 03 de 2020

“En la casa, en el cultivo, en el sindicato y en la junta comunal: así luchamos las campesinas”

 

“La mayoría de mujeres de El Castillo trabajamos la tierra. Labramos, sembramos café, maíz, yuca, plátano y arroz. Lo hacemos para conseguir el sustento diario, codo a codo, con nuestros compañeros y con nuestros hijos. Además, velamos por nuestras casas. Somos las primeras que se levantan en la mañana a hacer el oficio, a preparar desayunos y a darle de comer a las gallinas y a los cerdos. Entonces repartimos el tiempo de trabajo así: hacemos el oficio en la casa, salimos a acompañar el trabajo de la tierra y, luego, salimos al trabajo comunitario, al trabajo político, a la junta comunal, al sindicato, a las reuniones con las vecinas.

Siempre nos decían que las mujeres corríamos menos riesgo que los hombres en la guerra; que a las mujeres nos mataban menos. Por eso nosotras asumimos cargos importantes. Nos volvimos presidentas de las juntas y de los sindicatos. Cuando detenían o desaparecían a nuestros hijos y a nuestros esposos, nos organizábamos en grupos para ir a buscarlos o a hablar con el Ejército para que los liberen. 

Yo, por ejemplo, me hice líder a los 18 años. A esa edad me afilié a la Junta Comunal de la vereda La Esperanza. Me fue bien. A los pocos días de haberme asociado me nombraron secretaria. Allí me empecé a preocupar por otras cosas: por la escuela, por las trochas, por los puentes, por el acueducto. Allí empecé a escuchar de una forma diferente a los vecinos. A entenderlos. A estar pendiente de sus preocupaciones, de sus miedos, de sus ideas.

 

MARIELA RODRIGUEZ meta 1

 

En los años ochenta El Castillo casi se desangra. Vinieron por los líderes de la Unión Patriótica. Vinieron por los líderes que habían tomado caminos políticos distintos a los tradicionales. Los mataron. A veces a plena luz del día, a ojos de todo el mundo. A veces de noche, cuando los demás intentaban dormir. Digo “intentaban” porque nadie dormía. Vivíamos con tanto miedo que no teníamos ánimos ni para reposar.  Vinieron por la gente que se había comprometido con la paz, por la gente de las Juntas, por los campesinos. Mataron, mataron y mataron. Los niños y las organizaciones comunitarias quedamos huérfanos de papás, de mamás y de dirigentes.

Los que quedamos vivos nos levantamos y seguimos andando. Lloramos, nos sentimos solos, pero no perdimos el ímpetu. En 2002 llegaron los paramilitares. Su entrada a los pueblos y a nuestros ranchos se sintió como la entrada del fin del mundo. Ellos se quedaron con las tierras y nosotros nos quedamos en la nada, desperdigados por todos lados, perdidos, como tuercas sueltas.

Lo que nunca sospecharon es que, como tuercas de una misma máquina, nos volvimos a juntar y volvimos a engranar. Engranamos, nos organizamos -como siempre- para pensar juntos en la manera de regresar a las fincas de donde nos sacaron. Y así, en medio del dolor y de la incertidumbre del desplazamiento, nació la idea de la Zona Humanitaria de la Comunidad Civil de Vida y Paz, Civipaz.

Civipaz se conformó en 2006 en medio de la guerra, de la mano de organizaciones internacionales y de la Comisión Interclesial de Justicia y Paz. Con esa ayuda se compraron unos predios en zona rural de El Castillo y allí llegamos de vuelta varias familias desplazadas. Comenzamos de cero. Llegamos a levantar casas, a levantar cultivos, a levantar vidas.

Las mujeres -como casi siempre- tomamos las riendas de la organización y nos pusimos en la primera línea del regreso. Cuando llegamos al terreno nos pusimos a mezclar cemento y a construir las casas. Sembramos caña. Hicimos huertas. Intentamos retomar la economía del pancoger de la que también nos despojaron cuando nos sacaron de las fincas.

No hay vida campesina si no hay campo para el campesino. De alguna manera Civipaz nos permitió retomar esa vida, encontrarnos, juntarnos y remendar lo que la violencia dejó hecho girones. Volver a El Castillo nos devolvió la ilusión de salir a labrar, de salir a cultivar, de vivir como vivíamos antes del éxodo. Pero la ilusión no le quita a uno el sinsabor de un pasado tan amargo.

Yo digo que no hay mejor antídoto para ese sabor amargo que la verdad. Por eso acá somos intensos con la memoria. Recordamos. Contamos. Gritamos si es necesario. Llevamos nuestra verdad a todos lados. Buscamos la verdad por todas partes, hasta en los huesos de los muertos. Exigimos saber por qué nos sacaron de las tierras, por qué nos quitaron la economía que teníamos, por qué asesinaron a nuestras vecinas, por qué exterminaron a los líderes, por qué quisieron vaciar estas tierras de campesinos. Eso es lo que queremos que se sepa: la verdad, de verdad.

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