“La Comisión debe tocar sin contemplaciones el nervio mismo de la historia”
Palabras de Alfredo Molano en la apertura de la Casa de la Verdad de Florencia, Caquetá.
“La palabra Casa, siempre tan nombrada y grata para nosotros, tiene bellos significados: Una casa es un albergue, un alojamiento, una residencia, pero también un asilo, un cobijo, una morada, un refugio y hasta un nido. En la Edad Media europea había una institución muy respetada, la ‘Casa de conversaciones’. Todas estas figuras parecerían acercarnos al significado de otra palabra, más conceptual, más escurridiza, más voluble: la verdad. Asociamos la casa con familia, hogar, un nicho tibio que todos conocemos y siempre buscamos. Pero la verdad es otra cosa, es el nombre corriente del bien, el destello de la moral. Decir la verdad es desnudarnos, cerrarle el paso a la máscara y abrir el camino al equilibrio.
Inauguramos hoy en Florencia la Casa de la Verdad. De aquí saldremos a cazar las versiones que de los hechos tienen quienes participaron en la guerra. De los sufrientes y de los indiferentes. Todo testimonio tiene un valor singular, la huella que en cada uno dejaron el dolor, el horror o el vacío. Aquí en esta Casa, los juntaremos y trataremos de hacer casar las piezas de un rompecabezas infinito en extensión y en profundidad. Tenemos la obligación de entender lo que pasó para contarlo, para que el país lo conozca y lo reconozca y ojalá lo escarmiente. En el fondo, la Comisión de la Verdad es un tribunal de la historia del conflicto armado interno, que, para nosotros, comienza con el Frente Nacional y aún no ha terminado. Vistas las cosas fríamente, se trata de una responsabilidad monstruosa porque debe tocar sin contemplaciones el nervio mismo de la historia, su sentido; sin hurgarlo, no hay explicación posible.
La Comisión no puede faltonearles a las víctimas ni a los responsables que también quieren quitarse de encima un peso muerto. La tragedia para nosotros los que escucharemos y trataremos de interpretar lo sucedido en el país es que la historia no tiene códigos escritos, salvo el de Moisés. No hay un manual para interpretar la historia, no hay un polígrafo que señale quién va al reino de los justos y quién a la paila mocha. Estaremos solos ante nuestra conciencia y juzgados por el mundo.
Una palabra final sobre cómo devolver lo que la gente nos dé, porque ella es el punto de partida y el destino del viaje. Nadie confiaría en una verdad por consenso, por acuerdo con base en un muñequeo entre intereses. Escucharemos todas las versiones, pero no conviviremos ni nos guiaremos por ninguna ni por sus intereses así aparezcan como los más legítimos, ni con su lenguaje así parezca el más elegante y sofisticado. El leguaje no es un aspecto adjetivo del compromiso. La palabra que diremos deberá ser dicha para ser entendida, no para ser elogiada. La comisión debe apartarse desde ya del llamado lenguaje políticamente correcto, un leguaje que esconde y no que devela; un lenguaje aséptico que evita pisar mangueras, que huye de lo que ve y se entrega con mansedumbre al poder. Si bien no venimos a echar sal y vinagre en las heridas, tampoco podemos pasar como las sombras que hacen las nubes sobre la tierra cuando arde el sol”.
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