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Comisión de la Verdad

A través de un cuento, jóvenes de Vista Hermosa narran cómo vivieron la guerra siendo niñas

“Cuando entré al colegio, la situación en la vereda había cambiado. Muchos de los niños con los que compartía ya no estaban. Algunas familias se habían desplazado y a muchas compañeritas se las habían llevado para el monte”, dice uno de los relatos

TESTIMONIOS | Agosto 21 de 2020

A través de un cuento, jóvenes de Vista Hermosa narran cómo vivieron la guerra siendo niñas

En el marco del Espacio de Escucha ‘La Vida, las Voces y los Cuerpos de las Juventudes en la Construcción de Paz en Vista Hermosa’, mujeres jóvenes de este municipio del Meta presentaron a la Comisión de la Verdad un cuento que escribieron juntas con el fin de hacer visibles sus experiencias como niñas en el marco del conflicto. Ellas hacen parte de la Escuela de Formación Política Yo Puedo-Género, Juventud y Liderazgo para la Paz y se están formando como lideresas y constructoras de paz en su región.

A continuación, algunos fragmentos de ese cuento. Los textos y las ilustraciones son cortesía de la Escuela de Formación Política Yo Puedo.

 

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1.

“La mayoría de nosotras hemos tenido una niñez muy alegre, recuerdo que mi papá trabajaba en la finca labrando la tierra desde muy temprano. Mi mamá era la encargada de alistarnos para la escuela, con mucho cariño nos daba el chocolate recién hecho con una arepita y queso que intercambiábamos con los vecinos. Nosotras les dábamos a cambio plátano, aguacate, yuca o según lo que la tierra nos iba dando.

Yo no veía la hora de salir de la escuela y llegar a la casa, botar mis cuadernos y sin siquiera quitarme el uniforme, salir a jugar (…) Nos escapábamos al caño que quedaba muy cerca de la vereda, nos hacíamos en la orilla a contarnos historias, a reírnos. Para nosotras era un momento en el que éramos libres y muy felices”.

2.

“Cuando entré al colegio, la situación en la vereda había empezado a cambiar. Muchos de los niños y niñas con las que compartía en la escuela ya no estaban. En parte, porque muchas familias se habían ido y porque a algunas de mis compañeritas se las habían llevado para el monte, según contaba mi mamá.

Yo no entendía muy bien qué era lo que estaba pasando, ¿por qué la vereda cambió de un momento a otro?, ¿por qué ya no podíamos ir al caño a bañarnos?, ¿por qué tocaba encerrarnos después de las cinco de la tarde?, ¿por qué ya no estaban mis amigas?, ¿por qué la inocencia de ser niñas se estaba desapareciendo?

Me costaba mucho entender.

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3.

Una noche, mientras comíamos, se fue la luz en toda la vereda. Quedó todo en silencio, ni los grillos se escuchaban. Empezamos a oír pasos a lo lejos que se iban acercando, primero eran pocos, luego fueron muchos más.

Mis papás muy preocupados, nos encerraron en una de las piezas y nos metimos, como pudimos, debajo de la cama. Mis hermanitas empezaron a llorar y mi mamá trataba de calmarlas, con la firmeza y valentía que siempre la caracterizaba.Pasaron unos minutos hasta que tocaron en la casa de al lado, que era de la familia con la que intercambiábamos los alimentos

Sabemos que están ahí, tenemos conocimiento que ustedes han estado dando información…”, escuchamos.

Mi papá me tapó los oídos y lo mismo hizo mi mamá con mis otras hermanitas. No logré escuchar más.

Esa noche nadie pudo dormir por miedo de que estas personas extrañas volvieran de nuevo.

Al otro día nadie en la casa hablaba de lo que pasó, lo único que supimos es que nuestros vecinos ya no estaban.

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4.

Un día mi hermanita más pequeña amaneció muy enferma, tocía mucho, estaba muy caliente y no podía respirar bien.

Mi mamá le frotaba el pecho en círculo, como ayudándola a respirar mientras yo le colocaba pañitos de agua en la frente, pero era casi inútil, mi hermana seguía muy mal.

Así que decidieron llevarla donde la vecina de la esquina que se encargaba de curar a las personas de la vereda.

Recuerdo que preparó una bebida de hierbas que olía muy maluco, pero que era muy buena para bajarle la fiebre, según decía ella.

Pero nos recomendaba que la lleváramos al pueblo, porque al parecer lo que tenía era delicado y era mejor que un médico la revisara, además porque las brigadas de salud no estaban llegando a la vereda.

Como era de costumbre ya por esos días, tocaba pedir permiso a las personas armadas que manejaban la vereda para poder llevarnos a mi hermana al hospital de Vistahermosa, el pueblo que nos quedaba a cuatro horas de caminno.

Por ser la mayor, me tocó acompañar a mi papá, mientras mi mamá se quedaba en casa cuidando de mi otra hermana.

La carretera era bien maluca, había llovido mucho y el carro se movía y sonaba como si se fuera a desbaratar.

 Llegamos al pueblo a las 10 de la mañana, casi cinco horas de trayecto. El transporte nos dejó a unas cuadras del hospital, por lo que nos tocó caminar. Hacía mucho calor.

Mi mamá nos había empacado una mochila con fruta, unas hayacas y un jugo de tomate de árbol que nos había preparado la noche anterior, así que ese fue nuestro almuerzo mientras esperábamos en urgencias.

A las 5 de la tarde por fin nos atendieron. Yo me quedé afuera esperándolos, un poco inquieta y nerviosa por la incertidumbre de saber qué le pasaba.

Todo resultó ser una infección respiratoria que teníamos que tratar, pero que podíamos hacerlo en casa si seguíamos paso a paso las recomendaciones del médico.

Ya era muy tarde al salir del hospital, y no teníamos forma de regresar, mi papá llamó a un amigo en el pueblo quién nos permitió pasar la noche en su casa.

Antes, cuando las cosas estaban bien, podríamos haber regresado a la vereda.

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5.

Recuerdo que una vez estaba tendiendo la ropa en el solar y mi mamá pasó corriendo, nos llamó desesperada, nos pidió que nos metiéramos al cuarto y nos tiráramos al piso. Ella como pudo nos puso un colchón encima para protegernos.

De repente empezamos a escuchar disparos que iban y venían, estábamos muy asustadas, además porque mi papá había salido desde temprano y no podíamos saber de él.

Para mí ese momento fue eterno, los disparos y las detonaciones no paraban, pensábamos que en cualquier momento nos iba a caer algo sobre la casa.

Pasaron un par de horas y todo volvió a quedar en silencio, ninguna de nosotras se atrevía a salir, hasta que alguien entró a la casa y nos empezó a llamar. Era papá.

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6.

Ya cansados de esta situación, mis padres decidieron protegernos, así que planearon sacarnos a escondidas de la vereda. Me acuerdo que salimos de madrugada, solo llevábamos un par de mudas de ropa, algunos utensilios de aseo y algo de comida para el camino.

Mis papás se habían conseguido un caballo para que pudiéramos viajar las tres, mientras ellos caminaban.

Duramos horas hasta que por fin llegamos a Vistahermosa.

Ahí nos recibió la familia amiga de mi papá, nos dieron comida y hospedaje por una semana, hasta que logramos conseguir pasajes para irnos para Villavicencio, la capital departamento.

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7.

Pasaron varios meses hasta que logré entrar de nuevo al colegio, pero el recuerdo de todo lo vivido estaba muy presente.

Se me viene a la memoria el momento en el que estaba en clase de matemáticas, sonó un estallido a las afueras del colegio y mi primera reacción fue meterme debajo del pupitre, quedé inmovilizada.

Todas mis compañeras se reían por mi reacción, pero ellas no entendían el trauma que me había dejado la violencia.

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8.

Siendo adulta, recuerdo toda esta historia y reconozco todo el camino que he andado. Entiendo y reconozco cómo he ido sanando con los años, ayudando a otras personas a hacer lo mismo.

Ahora que podemos regresar, después de tanto tiempo, veo a mi hijo feliz al borde de ese caño que tanto recordamos, esto me lleva a pensar que siempre hay una luz para quienes aún creemos en la paz.

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