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Comisión de la Verdad

“Escapamos de la guerra, pero mis hijos se llevaron la violencia en sus cabezas para siempre”

Un relato sobre las afectaciones psicológicas y las marcas emocionales que el conflicto armado deja sobre los niños y las niñas.

RELATO | Agosto 13 de 2019

“Escapamos de la guerra, pero mis hijos se llevaron la violencia en sus cabezas para siempre”

Dicen que a los niños no les da duro el desplazamiento, que el conflicto no los afecta porque ellos son solo juego, que no entienden nada, pero eso no es cierto. Yo salí desplazada de Saravena, Arauca, porque la guerrilla se quería llevar a mi hija de 13 años. Ya le habían hecho el lance al hijo mayor y a mi otra hija de 15 años. Ninguno se quiso ir. Sabía que iban a insistirle a una de las dos, así que lo mejor era irme. Dejé que terminaran la escuela para no despertar sospechas. Me inventé que me iba de vacaciones. Me dolía dejar la finca, pero primero estaban mis hijos. Llegamos a Bogotá por los lados del barrio Galán a donde un familiar de mi marido. En una pieza nos acomodamos siete: mi marido, cinco hijos y yo. La ciudad es otro ambiente, pero llegamos en una época bonita: muchas luces, música, alegría. Pintaba bien.

En la noche de las velitas, cuando volvimos de misa, nos quedamos en la calle a ver los alumbrados. En la cuadra eran unidos, habían decorado el barrio con cortinas de colores y en el piso pintaron unos muñecos de Papá Noel. Prendieron velas, volcanes y pitos. Todo muy bonito.  Los niños de los vecinos empezaron a reventar totes y los vecinos prendieron dos matracas –de esas que revientan seguido-. Apenas empezó la totazón, mi niña de cinco años y el de tres salieron corriendo para la casa, gritaban como locos. Nos fuimos detrás de ellos y los topamos arrumados en la cama. Temblaban y me decían: ¡se metieron, mamá, se metieron! Los sacamos a la sala y los revisamos pensando que algún tote los había quemado, pero mi niña seguía diciendo ¡se metieron, mamá, se metieron! No entendía. “Hija, ¿qué le pasó?, ¿dónde le duele?, dígame”, le decía yo. ¡Mamá, la guerrilla se metió, no salga, no salga! Los abracé. No sabía qué decirles. No me salían las palabras. Me dio mucha tristeza porque salimos de Saravena, pero ellos se trajeron la violencia en sus cabecitas.

 

*Relato recogido por un investigador de la Comisión de la Verdad en Guaviare

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