Comunidad, el octavo episodio de ‘La fuerza de mi voz’

“Escribo poesía desde que comencé a sentir la guerra en mi territorio, en mi cuerpo, en mi familia. Empecé a escribir y pensé: ‘¿Cómo hago con todo esto que tengo escrito? ¿Cómo hago para que la gente lo vea, para que la gente lo conozca, para que la gente se enamore de todo lo que está allí y sufra como lo hemos sufrido?’, porque hay personas que cuando me han escuchado, lloran”.

Gisell Carabalí pasó su infancia en la vereda Lomitas, Cauca. Recuerda que no tenía zapatos ni uniforme para ir a la escuela, por lo que le tocaba ir descalza a estudiar. Recuerda con entusiasmo cuando ella y sus amigos se bañaban desnudos en el río y comían moritas en la orilla. No había suministro de agua potable, y muchas veces eran los niños los encargados de recogerla y llevarla a casa. Era toda una aventura, pues para hacerlo, debían pasar por un lugar en el que había vacas bravas que los correteaban.

A pesar de la pobreza, la vida era tranquila y feliz, pero las pilatunas de Gisell quedaron únicamente en los recuerdos, pues el conflicto armado llegó hasta su vereda y afectó principalmente a mujeres y niñas como ella. Con el paso del tiempo, Gisell descubrió que la poesía le ayudaba a resistir el embate paramilitar, y con sus poemas encontró la forma de contar al mundo lo que ha vivido su pueblo a causa de la guerra.

“Me dicen que soy puta, ofrecida y mucho más, porque cuando camino y bailo mi cuerpo en silencio sabe hablar. Que soy buena para la cama, para cocinar, lavar, planchar, y, que, además, por ser negra, yo no podía estudiar, dizque porque el estudio no es para un animal… Mientras que el paramilitar del territorio nos vino a sacar y quien no les hacía caso su cuerpo al río Cauca iba a parar. A muchas de nuestras mujeres hicieron violencia sexual, quedaron muchas de ellas con hijos de paramilitar”.

La anterior es una copla que escribió Gisell para contar cómo era la vida en Lomitas luego de la irrupción de los actores armados. Guisel fue testigo de desplazamientos, asesinatos y de todo tipo de crueldades. Ella, por ejemplo, sufrió violencia sexual: un día, un comandante le dijo que ella no sería la primera mujer, y menos negra, en decirle que no. Entonces, seis hombres llegaron y se la llevaron a una finca donde el comandante la violó. En ese momento tenía tres meses de embarazo y, a causa de la brutal agresión, casi pierde a su bebé.

Su compasión, vocación de liderazgo e interés por el bienestar comunitario, heredados de su padre, y el empoderamiento que le dio el haber superado tantas agresiones fue el inicio para organizarse y formar una hermandad. Gisell entendió que el camino para la sanación personal es el mismo que el de la sanación colectiva, pues son procesos paralelos. Así comenzó la creación de un método para ayudar a otras mujeres a sanar heridas por medio del baile, la música y la poesía.

Mujeres negras, indígenas, afro-mestizas, lesbianas y trans se unieron a Gisell para crear el álbum musical ‘La diosa en mí’, con la intención de contar al mundo a través de canciones lo que han tenido que padecer a causa de la violencia. El ejercicio de crear música en colectivo logró que salieran a flote sentimientos de enojo y muchas lágrimas que permitieron reconocer el dolor propio y ajeno: “Tu sufrimiento es mi sufrimiento, tu lucha es mi lucha, pero tu prosperidad es mi prosperidad y tu alegría es mi alegría”, dice Gisell al hablar de ‘La diosa en mí’.

Las canciones de Gisell y su grupo de mujeres, además de ser reflejo de un ejercicio de sanación personal y colectivo, son una forma de resistir y volcarse contra el patriarcado y conflicto armado.