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Comisión de la Verdad

Jaime Peña: una vida de resistencia y dignidad contra el olvido

La paz fue más que una palabra, fue la actitud de vida de Jaime Peña un buscador incansable de su hijo Yesid, desaparecido el 16 de mayo de 1998 en la masacre de 32 personas en Barrancabermeja, Santander.

TERRITORIOS | Julio 08 de 2021

Jaime Peña: una vida de resistencia y dignidad contra el olvido

 

Jaime Peña fue una persona que inspiró a muchas otras a liderar la búsqueda de familiares desaparecidos y reivindicar la dignidad de sus memorias, fue un hombre bueno, con espíritu emprendedor, un padre de cuatro hijos, esposo y un trabajador incansable. Los últimos 23 años los dedicó a la defensa de los derechos humanos, un liderazgo que le ayudó a trascender el dolor de la desaparición de su hijo con dignidad. Jaime fue reconocido en Barrancabermeja, invitado a entrevistas, conversatorios, diálogos y por el Gobierno colombiano a la en la Mesa de Diálogos de La Habana.

Jaime desde niño fue víctima de la violencia de Colombia, era la época de trapo rojo de ser liberal o del trapo azul de ser conservador, del traqueteo de los fusiles y las explosiones, de los cuerpos que pasaban como lápidas por el río. A los siete años vivió el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán: “En medio de la conmoción tenía que salir a conseguir el diario, y escuchar cómo a los hombres los detenían, los asesinaban o se escondían”, de escuchar abrió sus sentidos a la gente. En medio de la violencia, de Puerto Berrio su familia se fue a Cisneros, Antioquia, donde se ganaba la vida trabajando en la vaquería, ordeñando el ganado, llevando el almuerzo a los trabajadores y en oficios varios, según su relato a la Unidad de Víctimas.

Peña fue un joven que salió a buscar oportunidades de trabajo para sacar adelante sus sueños. Con solo cinco años cursados en la escuela y recién salido de prestar el servicio militar recorrió varios municipios entre Antioquia, el Magdalena Medio y la Costa Atlántica. Pero fue en Barrancabermeja, Santander, donde conoció el amor, a su esposa Marlén y donde tuvo a sus cuatro hijos, fue uno de los primeros pobladores del barrio El Campín en el nororiente de Barrancabermeja en donde compró un lote y comenzó a construir su casa en los años setenta.

Para ganarse la vida fue comerciante independiente, era un valiente, iba a comprar ropa en Maicao, Guajira, y volvía y vendía todo, hasta la maleta. También, trabajó como ayudante de una empresa de carnes, como carpintero de campo para el ensanche de la refinería y para 1998 era un destacado asesor de seguros en el municipio.

Al barrio el Campin, donde Jaime y Marlén construyeron su hogar, fue llegando más gente, algunas personas que iban de manera esporádica pedían apoyo a la “causa” y en otros momentos se escuchaban tiros y solo se decía que eran infiltrados. También, estas personas, en los años ochenta, buscaban el favor de la gente con algo de mercado, según relataba Jaime “se escuchaba del ELN y las FARC, pero sobre todo de las FARC”. Peña cuenta que desde el principio no les aceptó nada, pensaba que, si lo hacía, cualquier día le iban a pedir algún favor, se mantuvo neutro: “Ni por el lado derecho ni por el izquierdo”.

 

Ese 16 de mayo inició la búsqueda

A partir del 16 de mayo de 1998, parafraseando a Jaime, la verdad se convertiría en el único medio para resarcir un poco el dolor y sed de justicia, para empezar a construir un país en paz que ofrezca una pequeña ventana hacia la reconciliación. Vio a través de la ventana por última vez a su hijo Yesid, un estudiante de colegio y quien dirigía un grupo de teatro que se preparaba para el día de la madre, desde entonces los últimos 23 años de vida de Jaime transcurrieron preguntando, alzando la mano, hablando en nombre de él y de otros familiares que los unía el mismo dolor, así se convirtió, sin pedirlo, en líder del ‘Colectivo 16 de mayo’. 

Se puso la camiseta para ir a la cancha a reclamar a su hijo, que se lo había llevado un hombre encapuchado, vio el horror y la indignación ante la muerte y desaparición de otras personas y se percató que esa situación era más que un día de Policía y Ejército en el barrio. Sintió a mil los latidos del corazón y empezó a recorrer con ansiedad el camino de la duda, se subió a un taxi con su esposa y otros familiares para ir a buscar el apoyo de la Policía, allí no encontró si quiera gestos de humanidad y empezó a pedir ayuda en la funeraria, en el hospital y en cuanto lugar escuchara que podían haber llevado a su hijo.

Hasta entonces no se conocían entre vecinos, solo de saludo, pero la conmoción lo llevó a juntarse con otras familias. A partir de ese momento se preguntaban con su esposa: “¿Cuál es la verdad que se llevaron los familiares desaparecidos, sus sufrimientos, angustia, dolor e impotencia de sus últimos momentos de vida, sus temores y sueños de vida?”.

La esperanza de encontrarlos vivos, la impotencia mezclada con angustia invadió a Jaime, su esposa y a todos los familiares de las 32 familias víctimas de la masacre del 16 de mayo de 1998 en Barrancabermeja. En medio de la situación, buscando quien podía tener alguna pista, las familias se fueron encontrando en el albergue campesino y en casa de Jaime. Buscando a sus familiares desaparecidos crearon el ‘Colectivo 16 de mayo’ y eligieron como uno de sus líderes a Jaime Peña, quien con sus reflexiones lograba narrar sin dolor, pero con indignación y total dignidad la verdad de las víctimas.

Barrancabermeja habló, gritó, se conmocionó. Con una ciudad en paro, las familias no estaban solas buscando, una conmoción solidaria en torno a la barbarie del conflicto armado nació en ese momento y sigue año tras año. A pesar de las amenazas, siguen buscando.

“Cómo una bola de nieve” describía Jaime Peña el liderazgo que le fue reconocido y que con el tiempo se consolidó en una vida de resistencia y dignidad contra el olvido. Ante la falta de respuestas, a los siete días de la masacre, Barrancabermeja hizo la marcha de los ataúdes vacíos con las fotos de los asesinados, desde la sede de la Unión Sindical Obrera (USO) recorrieron la ciudad con un entierro simbólico. A falta de saber el paradero de los desaparecidos, el colectivo realizó una marcha con las fotos de los desaparecidos cada 16 de mes durante el primer año hasta el Tribunal de Opinión, y cada 16 de mayo en los años siguientes.

A los pocos meses de ocurridos los hechos inició en la ciudad una campaña que se llamó ‘Barrancabermeja clama justicia’, así la recordaba Jaime: “Consistía en constituir un tribunal internacional de opinión, que tuvo dos sesiones en Canadá, una en Montreal y otra en Toronto, y la tercera se dio al año de los hechos en Barrancabermeja, el Tribunal culpó al Estado por omisión”. Este fue el primer logro de incidencia política del colectivo, muchos otros vinieron luego en el marco de la constante de violencia desatada por el conflicto armado en ese territorio.

En el año 2008, cuando se cumplían 10 años de estar buscando a los desaparecidos, el italiano Guido Ripamonti y la mexicana Yolanda Concejo, hablaron con Francisco de Roux y surgió la idea de hacer un libro que se tituló ‘Sin volver, ni haberse ido. Jaime recordaba que ese libro empezó a construirse en la sala de su casa: “Todos los días llegaban tres o cuatro familiares para contarle a la escritora los hechos de cómo vivieron la masacre”, algunos pudieron llegar, otros ante las amenazas persistentes tuvieron que irse de Barrancabermeja, siendo el exilio su huida para conservar la vida.

“La desaparición forzada, no solo acaba con las posibilidades de ser de la persona, también desaparece toda evidencia material del crimen. Lo cierto es que el desaparecido no está pero tampoco se ha ido”, así describió Jaime el dolor de un familiar desaparecido. Hay hechos que marcan la historia y la incidencia del ‘Colectivo 16 de mayo’ logró que por acuerdo municipal se institucionalizara en Barrancabermeja el 16 de mayo como el día municipal de las víctimas.

Luego, en 2014, la Embajada de Francia y Alemania le hicieron un reconocimiento y diploma por hacer parte de la comisión de las víctimas de Colombia que participó en los diálogos de paz en La Habana. Su convicción de aportar a la paz fue su bandera, donde estuvo y lo que logró fue por reivindicar la dignidad de su hijo y por encontrarlo, pues su esperanza era llegar ante su esposa y decirle aquí tengo a nuestro hijo. Su actitud de vida, siempre positiva, llevaba consigo la fortaleza moral para decir que la desaparición forzada es un crimen atroz.

Jaime partió a la eternidad, pero con los barranqueños y todos los que lo conocieron, sigue su memoria y sus palabras: “La verdad es el único medio que tenemos las víctimas para resarcir un poco nuestro dolor y sed de justicia, para empezar a construir un país en paz que ofrezca una pequeña ventana hacia la reconciliación”.

 

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