“El Estado declaró al Ejército dueño temporal de nuestro caserío y nos condenó al destierro”
Tras 15 años de su desplazamiento forzado, campesinos del Bajo Caguán se preguntan por qué no han podido regresar a Peñas Coloradas, un pueblo que, en el 2009, fue entregado en comodato al Ejército de Colombia.
*Este artículo recoge las voces, los sentires, las opiniones y las preguntas que tiene un grupo de campesinos y campesinas sobrevivientes del conflicto armado a los que la Comisión de la Verdad escuchó durante un recorrido por el río Caguán, en el departamento de Caquetá. Por tanto, ellas no representan la voz de la Comisión.
Un pueblo elegante
“En Peñas Coloradas siempre vivimos contentos. Fue un pueblo de colonos. Algunos llegamos desde Huila y Tolima; otros, desde Cauca, Valle y Santander. Huyendo del hambre y de La Violencia nos fundamos en Caquetá. Cuatro cosas queríamos: salvar el pellejo, llenar la barriga, encontrar buenas tierras y ponerlas a producir. Y así fue. Salvado el pellejo, nos instalamos a orillas del río Caguán en un rinconcito lleno de matas de guadua. Era fértil, tenía buena vista: el terreno preciso para sembrar y para amañarse. Entonces, tumbamos monte, levantamos casas e hicimos comunidad.
Hace 40 años Peñas Coloradas no se llamaba Peñas Coloradas ni era el pueblón que llegamos a tener. La fundación oficial del caserío fue en el 83. Las familias boleamos hacha, machete y martillo para construir los ranchos. Primero, levantamos lo elemental: tiendas, parques, parroquia, escuela, centro de salud, billar y cantina. Luego vino lo elegante: pozos sépticos, molino de arroz, trapiche panelero, puentes con vigas, energía eléctrica y una plaza de toros a la que decidimos ponerle techo para que también sirviera como salón de reuniones a la Junta de Acción Comunal. El Estado no puso ni un clavo. Todo lo hicimos nosotros y todo nos quedó bonito. Cada techo y cada pared eran motivo de fiesta y orgullo.
Peñas Coloradas está ubicado a orillas del río Caguán, a dos horas de distancia en lancha rápida del municipio de Cartagena del Chairá.
Recién llegados vivimos del maíz, el plátano, la caza, las pieles y la pesca. Pero vivir de eso se puso cada vez más difícil. No había suficiente mano de obra para los cultivos ni vías para sacar las cargas; tampoco había compradores para las cosechas y a nadie le importaba –igual que ahora, igual que siempre– la economía campesina. Entonces vino la coca y, en semejante crisis, nos encarretamos en ese cuento. Las semillas las trajo un señor de Perú, ‘Coca pajarita’. Una novedad. Una salvación. Aprendimos a cultivar, a raspar la mata y a convertir las hojas en pasta. Vino la tranquilidad económica que ni el maíz, ni el plátano, ni el pescado, ni las pieles nos dieron. Y en todas esas llegó la guerrilla…
La coca cogió vuelo. La guerrilla también. Pero con coca y con guerrilla –a pesar de ellas– seguimos viviendo como nos gustaba vivir: contentos y organizados. Al que cumplía años se le hacía la bulla desde las 4 de la mañana y al que se enfermaba se lo sacaba –con fondos comunitarios– al hospital de la ciudad. A ningún vecino le faltaba nada porque nadie dejaba que le faltara algo. Cada diciembre hacíamos ferias y bailes. No teníamos dificultades para trabajar. Las puertas de las casas permanecían abiertas –literalmente abiertas– y como casi todos teníamos cultivos de pancoger, no sufrimos de hambre. Nadie se robaba una gallina. Los niños iban a la escuela y se quedaban en la calle jugando hasta tarde. Nada malo les pasaba. No había Estado, pero había reglas. Y las reglas se respetaban. La Junta de Acción Comunal creó sus manuales de convivencia. La guerrilla –única autoridad en la zona– los hacía cumplir. Con coca y con guerrilleros –a pesar de ellos– vivimos en armonía.
Por las aguas del río Caguán –única vía de comunicación para los campesinos de esta región- el Ejército movilizó buena parte operativo militar que partió en dos la historia de Peñas Coloradas.
El Estado llegó en pirañas y en 'marranas'
Todo eso pasaba. Éramos un pueblo. Vivíamos como pueblo. Funcionábamos como pueblo. Teníamos las necesidades que tiene un pueblo, pero en el mapa de Colombia no aparecíamos. Intentamos dejar de ser invisibles con las marchas cocaleras de 1996. Ese año el Gobierno supo que los campesinos que vivíamos de la coca en el suroriente del país éramos miles y que miles también éramos los que queríamos sustituir los cultivos ilícitos porque, siendo sensatos, toda la vida hemos tenido más vocación de maiceros, de plataneros, de yuqueros y de pescadores que de cocaleros.
En 1996, protestamos –igual que ahora– para exigir condiciones que nos permitieran sustituir la coca. Pero – igual que siempre– el Gobierno se hizo el de la vista gorda y nada pasó. Vinimos a aparecer en el mapa el 25 de abril del 2004. Ese día llegó el Estado en helicópteros, en pirañas y en avionetas a hacer un acto de presencia (¡de presencia militar, claro!) que partió en dos la historia de la comunidad. El Estado llegó y Peñas Coloradas se acabó.
El 14 de febrero del 2004 –dos meses antes del gran operativo– el Ejército había capturado a la guerrillera Sonia muy cerca del casco urbano de Peñas. Los militares decían que el pueblo era de las Farc y que por eso había que desmantelarlo. Pensaban que la guerrilla comía, dormía y vivía en el caserío y que todos los demás éramos amigos o auxiliadores del terrorismo. Falso: la guerrilla tenía sus campamentos en el monte; los campesinos, sus casas, sus fincas y su pueblo. Ellos –los guerrilleros– estaban en guerra, tenían armas y camuflados y estaban preparados para combatir; nosotros, los civiles, no lo estábamos. La distinción civil-combatiente era elemental, pero el Estado al parecer nunca la quiso entender.
La captura de Sonia fue un campanazo. Sabíamos que volverían por más, que les pedían “resultados”, que quizá tendríamos que escamparnos a las afueras del casco urbano para evitar tragedias. Alertados estábamos, pero nunca calculamos que el dolor sería tan grande.
En Peñas Coloradas no hay una sola casa en pie.
El operativo
El despliegue militar comenzó a las 5 de la tarde del domingo 25 de abril del 2004. A esa hora comenzamos a sentir los helicópteros y las marranas, que eran unas avionetas grandísimas. A las 6:45 empezaron las bombas. Tiraron más de 30 en El Billar, una inspección de policía que quedaba muy cerca de Peñas Coloradas y que había salido en las noticias por la emboscada que le hicieron las Farc al Ejército en 1998. A los civiles que andaban por esa zona les tocó acantonarse en unos potreros. Todos quedaron heridos de esquirlas. El Ejército boleó bomba hasta las 3 de la mañana en los alrededores de Peñas y, en la madrugada del lunes 26 de abril entraron al centro poblado. Nos sacaron de las casas y nos llevaron a una plazoleta que había al filo del río para reseñarnos. Los militares abrieron trincheras por todo el pueblo y nunca se retiraron del casco urbano. “Nosotros llegamos mansitos, los de atrás vienen con la motosierra”, nos gritó uno de ellos. Quedamos fríos, mudos. ¿Quién se queda en un pueblo donde llegan a amenazarlo con motosierras? ¿Quién se queda donde la balacera está a punto de reventar?
Al final de la tarde, el caserío era un solo desastre. El Ejército lo destruyó todo. Rompieron las casas y les hicieron huecos a los techos y las paredes porque supuestamente buscaban las caletas de la guerrilla como la que encontraron y se robaron los soldados del batallón… Aquí, nada encontraron.
El 26 de abril de 2004, 700 familias fueron desplazadas forzosamente de Peñas Coloradas. Los habitantes del pueblo huyeron en botes hacia el casco urbano de Cartagena del Chairá.
La huida
Los que primero salieron de Peñas Coloradas fueron los comerciantes. Como tenían más modo, mandaron a pedir botes y deslizadores desde Cartagena del Chairá. Detrás de los comerciantes salimos el resto. En un hombro nos colgamos los hijos y en el otro, las tulas de la ropa. Todo lo demás se quedó en el pueblo. La gente corría de un lado al otro. Si uno iba a recoger algo al rancho le mandaban cuatro o cinco soldados detrás. Los militares no dejaban de gritarnos. Nos decían que venían a meternos la Ley 30 “por donde nos cupiera”. Con más veras nos largamos.
Llegamos desplazados a Cartagena del Chairá y nos amontonamos en unas casas de asentamiento junto con la gente de El Caño, Las Ánimas y La Playa, unas vereditas cercanas que también salieron damnificadas del Ejército. El mundo, entonces, se nos vino encima, pero por lo menos supo donde quedaba Peñas Coloradas. Llegó el hambre, llegó la miseria y, como si sacarnos del pueblo hubiera sido poco, llegó la persecución militar.
Después del operativo del 25 de abril del 2004 vinieron los falsos positivos, las capturas masivas, los montajes judiciales y hasta las torturas. Necesitaban resultados. Les pedían resultados: mares de sangre. A veces lo abordaban a uno, le decían “usted tiene cara de guerrillero, botas de guerrillero, eche pa allá” y lo capturaban. A todos los de Peñas nos graduaron de cómplices del terrorismo y así justificaron la persecución.
Todos los navegantes del río Caguán deben registrarse en el retén que las Fuerzas Militares instalaron en Peñas Coloradas. Sin embargo, el acceso al pueblo está prohibido.
La alegría del machete y el comodato
Como el mundo se nos vino encima, no quedó de otra que organizarnos. Organizados levantamos un pueblo y organizados nos propusimos recuperarlo. Hicimos de todo para volver. Fuimos a Peñas Coloradas con comisiones de derechos humanos y nos acompañó gente del extranjero, pero nada nunca se concretaba y el Ejército siempre sacaba una excusa nueva para justificar el aplazamiento del retorno. Una vez nos inventamos el festival de “La Alegría del Machete”. Nos propusimos bajar todos hasta el pueblo a bolear rula para limpiar la maleza que se estaba comiendo las casas y dejar todo listo para traernos a las familias. Nada funcionó. Ni la Alcaldía de Cartagena del Chairá ni la Gobernación de Caquetá facilitaron las cosas, y las Fuerzas Militares, obsesionadas con desmantelar el que, según ellos, era el centro de acopio de las Farc, se empecinaron en decir que nosotros, los campesinos, nada teníamos que hacer allí.
El totazo mayor vino en el 2009. Ese año nos notificaron que Peñas ya no le pertenecía a la comunidad, que para volver al pueblo teníamos que esperar diez años, que de nada servían los festivales del machete ni las misiones humanitarias, que mejor “cogiéramos oficio”. El alcalde de Cartagena de esa época le entregó Peñas Coloradas al Ejército en comodato. Con una firma y un papel el Estado declaró a las Fuerzas Militares dueñas temporales del caserío y nos condenó, sin un centímetro de vergüenza, a una década de destierro.
En el 2018 se suponía que tenían que entregarnos el pueblo, pero hace poco el comodato se renovó por otros diez años. Del caserío que levantamos no quedan sino los escombros y los recuerdos. Cuando uno pasa por ahí le dan ganas de llorar. Parece un pueblo fantasma. No hay un techo ni una casa en pie. Los militares viven en la plaza de toros y prohibieron el ingreso a los civiles. A orillas del río Caguán pusieron un retén. Cualquiera que pase por ahí tiene que registrarse, pero nadie puede dar un paso más allá del lugar donde hacen las requisas. El Ejército sigue ahí, a sus anchas, en el corazón del caserío, y nosotros, los campesinos, seguimos –igual que siempre– desterrados, ignorados y olvidados.
Organizados seguimos y organizados exigimos respuestas, pero nadie nunca nos explica con claridad por qué pasó lo que pasó. Casi siempre se hacen los locos o nos contestan con las justificaciones de siempre: Les pasó lo que les pasó por guerrilleros, por vivir de la coca, por aliados de la subversión, por ser el centro de acopio de las Farc. La verdad no es así de simple y el Estado no puede seguir amparándose en sus excusas. ¿Por qué se le entregó un pueblo entero de Caquetá al Ejército de Colombia? ¿Por qué tantas autoridades frenaron el retorno de la comunidad? ¿Por qué no dejan de señalarnos como subversivos? ¿Por qué se empeñan en prolongar nuestro destierro? ¿Tiene algo que ver la riqueza petrolera de estas tierras con toda la tristeza que vivimos?”. Esas son las preguntas que le hacemos hoy a la Comisión de la Verdad”.
Así se ve hoy la entrada a Peñas Coloradas. Detrás de la pancarta de los ‘héroes multimisión’ del Ejército Nacional, hay un pueblo en ruinas.
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