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Comisión de la Verdad

“No lograron paralizarnos frente al terror que ocasiona esta práctica de la desaparición forzada”

Semblanza de Hernando Ospina Rincón. Detenido – desaparecido el 11 de septiembre de 1982. Escrita por Mercedes Ruiz Higuera.

CARTAS POR LA MEMORIA DEL CASO COLECTIVO 82 | Agosto 27 de 2021

“No lograron paralizarnos frente al terror que ocasiona esta práctica de la desaparición forzada”

Hernando, gran ser humano, sin importar la hora o el día, siempre atendía las necesidades de los demás. Su cariño y compromiso de servicio eran muy grandes. En nuestra familia ocupó un lugar importante. Asumió las riendas de este hogar como padre, espo­so, vecino, y para mí era mi hermano mayor. Recuerdo con gran cariño cuando me presentaba a sus amigos como su hija mayor

Con mi hermana María·Helena se·conocieron en 1966. Después de dos años de noviazgo se casaron en noviembre de 1968. De este hogar dejó tres hijos: Martha Yaneth, quien al momento de la desaparición tenía 12 años; Jose Manuel, a quien le decía "mi -chinito" y consentía más, tenía 9 años en 1982, y·Alba Luz (q.e.p.d) su hija menor con quien· era tierno y amoroso, era su bebé, de pronto porque con ella ·pasábamos más tiempo en su taller. Hernando era muy exigente con sus hijos, con respecto al estudio, quería que fueran los mejores. A pesar de sus ideales libertarios, fue un hombre conservador de las costumbres religiosas: se casó, bautizó a sus hijos, les dió su primera comunión, todos estos ritos en la religión católica.

Igualmente conservaba el acento y las dichos de su añorado municipio de Rioseco, Cundinamarca, donde nació el 2 de mayo de 1943. De familia campesina, fue el sexto de nueve hermanos, hijo de Julio Ospina y Concepción Mancera. Se sentía muy orgulloso de haber prestado el servicio militar en las Lanceros.

En 1960, siendo muy joven, viajó a Bogotá en busca de mejo res condiciones de vida para su familia y para él, y en efecto con los años fue trayendo a hermanas, padres y sobrinos a vivir a la capital. Se logró ubicar laboralmente como latonero de carros, trabajó en empresas automotrices como Colcar Ltda., Leonidas Lara y Chevrolet, donde logró la pensión por enfermedad laboral.

Todas las Semanas Santas, Hernando acostumbraba a viajar a su tierra querida, Rioseco, para estar con sus familiares y arreglarle la casa a su hermana mayor y, claro, dar unas vueltas por el pueblo y saludar a los paisanos. Desde joven, Hernando practicó el ciclismo y obtuvo medallas y copas que aún conservamos.

De él aprendimos a querer y a bailar el vallenato viejo; nos organizó muchos bailes en casa. Recuerdo también que en diciembre hicimos un árbol de Navidad en papel, fue así como empezamos a celebrar con más alegría la Navidad.

Era tan especial que siempre para el Día de la Madre compraba ropa para su esposa, para su madre y para su suegra. Entre los ejemplos de afecto que nos dejó fue celebrar los cumpleaños, por eso aún en cada celebración sigue su recuerdo.

Cuando nos llevaba en su camioneta a conocer pueblos cercanos a Bogotá, compraba pollo y gaseosa y nos sentábamos en un pastal a compartir. Algo que le gustaba era ver a su hija Martha montando en bicicleta en algunas salidas.

Hernando en su actuar nos sorprendía. Me llega a la memoria el día que nos llevó a una reunión con unos amigos de él, también trabajadores en el gremio automotor. Fue esa vez cuando nos contó que hacía los años sesenta había comenzado su lucha por la reivindicación de los derechos de los trabajadores, que luego fue retirado de las empresas donde laboraba por participar en las actividades sindicales, y cómo empezó una etapa más avanzada en su vida política con el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR). Ese pensa­miento poco le gustaba a mi papá, pero su forma de ser en el núcleo familiar y su responsabilidad, hacían que él lo considerara un buen muchacho.

Para todos, Hernando era nuestro orgullo, nuestro soporte emocional. Por eso cuando lo desaparecieron nos quitaron una prenda muy querida, como decía mi mamá; nos ocasionaron una ruptura en nuestro hogar, dejándonos en la incerti­dumbre, desprotegidos sin ese ser humano que era Hernando y su ejemplo como legado.

El 11 de septiembre de 1982 él se encontraba en su taller de mecánica y latonería Los Pijaos, ubicado en el barrio Las Ferias, cuando llegaron unos hombres armados vestidos de civil y preguntaron por Héctor o Pacho. Los empleados respondieron que allí no había ninguna persona con esos nombres; los hombres dijeron que necesitaban al dueño del taller; Hernando se presentó y fue obligado a salir hacia la calle 68; lo introdujeron a la fuerza en un panel y se lo llevaron con rumbo desconocido.

Nos cuenta un vecino que vio cuando lo llevaban los hombres vestidos de civil, que iba más pálido que papel blanco. Yo lo describo como un sacrificio por los demás compañeros, por­que a pesar de que ya sabía que tenía seguimientos, que sus compañeros no aparecían ni vivos ni muertos, se dejó llevar. tan dócil y tranquilo. Para la familia es lo que lo hace único.

Con el paso de los días y los meses, al no encontrar respuesta sobre el paradero de Hernando, empezamos a recorrer y buscar una respuesta del por qué no daban razón. Cuando íbamos a preguntar a los funcionarios del Estado sobre la investigación siempre nos respondían: no hay nada.

El caso sigue abierto porque la familia, los amigos y compañeros seguimos exigiendo saber qué pasó con los responsables, por qué no les han preguntado qué hicieron con Hernando, y este proceso seguirá en la justicia ordinaria hasta saber su suerte y la posibilidad de recuperar, aunque sea un hueso de él y que se lo entreguen· a su familia y a su compañeros que aún lo esperan: Nos negamos a vivir con ese sentimiento que deja la impunidad como es el sentimiento de incertidumbre.

A este gran ser humano, a Hernando, no le interesaba la hora ni el día, atendía las necesidades de sus compañeros. Era modesto como nadie; me imagino que esos jóvenes sentían su cariño y compromiso de servicio a los demás.

Lo decimos en voz alta, no lograron paralizarnos frente al terror que ocasiona esta práctica de la desaparición forzada. Aún tenemos Esperanza y memoria, lo que nos permite mantener el equilibrio emocional necesario para seguir viviendo, seguir organizados y no desfallecer en su búsqueda.

 

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