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Comisión de la Verdad

Pueblos indígenas cuentan su verdad a través de imaginarios propios e identidades culturales

Los pueblos indígenas de Colombia son parte fundamental en el proceso de esclarecimiento de la verdad y contribuyen activamente con sus recomendaciones para la no repetición.

FOTORRELATOS | Febrero 08 de 2022

Pueblos indígenas cuentan su verdad a través de imaginarios propios e identidades culturales

Desde el comienzo de su mandato, la Comisión de la Verdad ha documentado diversos espacios que dan testimonio del conflicto armado en Colombia, pero que también son reflejo de la necesidad de alcanzar la paz y la reconciliación.

A continuación les compartimos seis fotorrelatos de comunidades que, gracias a sus conocimientos ancestrales, tradiciones e identidad, se han convertido en símbolos de resistencia, resiliencia  y convivencia.

 

1. Las mujeres de la palabra dulce

 

Mujer murui sostiene a una niña murui y muestra una mochila, para resaltar la importancia de enseñar sobre tejidos y colores.

 

Para la comunidad murui-muina, ubicada en el Amazonas, las mujeres son base del conocimiento y cultura. Gracias a ellas, abuelas, madres, jóvenes y niñas, se mantienen vivas las tradiciones de su pueblo y se formulan y deciden políticas públicas locales: “Somos, desde nuestro espacio, sembradoras de vida, tejedoras de procesos y aportamos el equilibrio de la vida, con la sabiduría dejada por nuestros ancestros”, Lucy Muca, miembro de la comunidad murui-muina

Los indígenas murui-muina tienen claro que la mujer cumple un papel irremplazable dentro de la comunidad, y, como ellos mismos lo expresan, la mujer, así como el planeta, es la Madre Tierra que cuida, protege, educa, fortalece y da vida.

Haz clic aquí para ver el fotorrelato de Las mujeres de la palabra dulce.

 

2. La recuperación de la cultura korebaju frente a los impactos del conflicto

 

Los jóvenes korebaju aprenden prácticas culturales y espirituales de sus mayores para evitar que sus tradiciones ancestrales desaparezcan.

 

El 25 de julio de 1997, el pueblo korebaju, en el resguardo indígena San Luis de Caquetá, vivió una masacre que dejó a la comunidad sin siete de sus integrantes, entre ellos caciques, excaciques y profesores.

Antes de la matanza, el territorio de los korebaju, ubicado a orillas del río Orteguaza, en Caquetá, vivía bajo tradiciones ancestrales y la dirección de los médicos tradicionales. Con la masacre, se interrumpieron procesos de transmisión intergeneracional, se perdieron saberes ancestrales y el desarraigo cultural fue inmediato. La colonización campesina, la promoción de la vida occidental y el fomento de otras economías, como la transformación de la hoja de coca, puso a la comunidad korebaju en un inminente riesgo de extinción.

Hoy, con ayuda de los sabedores que sobrevivieron, los jóvenes korebaju buscan rescatar tradiciones y prácticas ancestrales, para que su identidad perviva y resista a las diversas violencias que los rodean.

Conoce más sobre el pueblo korebaju aquí.

 

3. Agua Negra, un resguardo cercado por las minas

 

El resguardo de Agua Negra y sus alrededores está sembrados de minas antipersona. Sus habitantes exigen poder transitar libremente.

 

De las 246 familias del pueblo murui que habitaban el resguardo de Agua Negra, al borde del río Putumayo, hoy solo quedan 16. El conflicto armado y la concepción de la coca como cultivo ilícito rompió las tradiciones ancestrales de la comunidad y los obligó a abandonar su territorio.

No hay carreteras para llegar hasta Agua Negra; la única forma es en lancha, a través del Río Putumayo en la frontera entre Colombia, Ecuador y Perú. Ningún camino entre la selva es seguro, pues están sembrados de minas antipersona que impiden la movilidad de los habitantes.

A pesar de los esfuerzos por promover el retorno de las familias, los grupos armados irrumpen a su antojo y desestabilizan la paz de sus habitantes, lo que ha impedido que los abuelos, fuente de sabiduría ancestral y transmisores de la lengua nativa, regresen.

Hoy en día, los murui piden poder transitar libremente por sus territorios y mayor presencia integral del estado (no solo presencia militar), ya que el resguardo no cuenta con un centro de salud ni maestros que enseñen en la escuela.

Conoce más sobre el resguardo de Agua Negra y el pueblo murui aquí.

 

4. La Guardia Indígena, cuidadora del territorio y la vida

 

La Guardia Indígena cuenta con la participación voluntaria de hombres, mujeres, niños, jóvenes y adultos mayores.

 

La Guardia Indígena se concibe a sí misma como una organización ancestral que defiende el plan de vida de los pueblos, el territorio y el pensamiento indígena. La Guardia Indígena funciona como instrumento de resistencia civil, y en ella no solo participan hombres y mujeres, sino niños, niñas, jóvenes y adultos mayores, pues otro de sus objetivos es el de continuar el legado ancestral que garantiza su pervivencia.

Entre las misiones principales de la Guardia Indígena se encuentran la de gestionar acciones humanitarias, como la liberación de secuestrados, promover la protección de la vida en enfrentamientos entre grupos armados y prevenir el reclutamiento de niños y niñas.

La Guardia Indígena no porta armas y uno de sus símbolos es el bastón de mando, que representa el mandato de las comunidades y el ejercicio de derecho propio. El bastón de mando se talla en madera de árbol de chonta y tiene cintas de colores verde, rojo, azul y negro, que simbolizan la naturaleza, la sangre de los antepasados, el agua y la tierra, respectivamente.

Haz clic aquí para ver este fotorrelato.

 

5. La verdad para proteger a la Madre Tierra

 

Mujer u'wa carga a su bebé en la espalda.

 

Desde hace muchos, años, los caminos de los u’wa, son intransitables, pues el conflicto armado ha llegado hasta todos sus territorios en cinco municipios del nororiente colombiano. Algunos u’wa han sido reclutados, y, como la violencia y el conflicto son enfermedades del hombre, deben regresar a sus comunidades para sanarse con medicamentos tradicionales como el yopo: “Se utiliza para hacer justicia propia. Cada persona, consigo misma, para que reencuentre el propósito con el que nació y vuelva al camino que necesita la tierra”, explica un integrante de la comunidad.

La violencia por el conflicto armado no es la única preocupación que tienen los u’wa; la presencia de colonos ha hecho que varias costumbres y tradiciones queden en el olvido, además de las constantes batallas que deben afrontar contra petroleras multinacionales.

Para los u’wa, las fronteras actuales no existen, pues fueron creadas por el Gobierno y las invasiones. Su territorio obedece a razones cósmicas y cosmogónicas que mantienen el equilibrio de la madre tierra. Los u’wa quieren el esclarecimiento del conflicto como un único pueblo, sin fronteras.

Entra a este enlace para ver más sobre los u'wa.

 

6. El Valle de Sibundoy: territorio de medicina tradicional, perdón y reconciliación

 

Indígenas inga y kamëntšá marchan con instrumentos y vestuario tradicional en el Día grande del perdón y la reconciliación.

 

En los límites entre Putumayo y Nariño se encuentra el Valle de Sibundoy, tierra de las comunidades inga y kamëntšá biyá. Durante años, ambos pueblos han sido testigos de masacres, enfrentamientos, desapariciones forzadas y desplazamiento. A pesar de todas las violencias que enfrentan, la segregación social y la reducción de sus resguardos, los inga y kamëntšá biyá renuevan sus sentimientos de alegría y gratitud en el ‘Día grande del perdón y la reconciliación’, fecha ancestral que busca la armonización comunitaria.

La medicina tradicional y los espacios sagrados son también parte fundamental en los procesos de sanación y desarrollo espiritual de los inga y kamëntšá biyá. La figura femenina es reconocida como centro de la vida y resistencia.

Conoce más sobre el Valle de Sibundoy y el ‘Día grande del perdón y la reconciliación’ aquí.

 

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