Las mujeres de Macaján quieren la verdad
Antes dormían debajo de las camas porque las noches eran angustiosas: oían disparos, gritos, pisadas. Muchos decidieron irse para evitar lo peor, así vivieran mal. Vieron caer bajo las balas a familiares cercanos, vecinos, amigos.
La vida ha cambiado en el corregimiento de Macaján, en el municipio de Toluviejo, Sucre. Un poblado apacible que por culpa del conflicto armado perdió su tranquilidad y, como dicen sus habitantes, los convirtió en seres como enajenados, dominados por el miedo.
Después los fusiles se acallaron. Regresó la paz, el retorno de los viejos tiempos cuando se bailaban fandangos en la plaza a la luz de la luna y las velas con música de viento.
Suris Osuna dice que aún se sorprende gratamente cuando ve a los niños jugar en los playones sin preocupaciones. Antes era imposible porque sus hijos estaban a merced de los grupos armados que los reclutaban a la fuerza para perpetuar su poder y su guerra.
“Vivíamos como zombis, con miedo. No podíamos expresarnos. No éramos libres. Hoy nos vemos de nuevo en las calles, nos reunimos en la montaña”, cuenta Yurlai de Águila López.
A pesar de que soplan nuevos vientos, consideran que aún falta algo para completar esta dicha: la verdad de lo ocurrido.
Con el silenciamiento de las armas renacieron los sueños, las ilusiones. Yurledis, por ejemplo, quiere ser pintora; mientras que Yariset quiere ser escritora. Pero, “falta la verdad, saber la verdad, para que se esclarezcan las dudas. La verdad es libertad, con la verdad podremos vivir en verdadera paz”, como dice Onalis Balmaceda.
Estas y otras 30 mujeres que claman por la verdad se reunieron bajo el techo de un templo cristiano del corregimiento para encontrarse con la Comisión de la Verdad y conocer su trabajo, que tanto les interesa.
Pertenecen a la Asociación de Mujeres Afro, Indígenas, Campesinas y Victimas (ASOMAICVIC) de este poblado. Ellas trabajan por la consolidación de la paz. A través de esta organización han logrado que muchas heridas sanen. Han brindado ayuda sicosocial a quienes resultaron afectadas por los horrores de la guerra. También han brindado oportunidades de desarrollar sus talentos y anhelos de superación personal.
Son mujeres, en definitiva, que sueñan con un mundo mejor. “Con la verdad tendremos un mejor vivir, un mejor soñar”, dice Yurlai.
Onalis agrega: “Todos tenemos derecho a saber qué pasó en el conflicto, por qué lo hicieron, qué paso con nuestras víctimas, dónde las dejaron, esa verdad nos la deben”. Sostiene que “para que esto no se vuelva a repetir, debemos decirnos la verdad”.
Mientras estas mujeres estuvieron reunidas a puerta abierta, compartiendo conocimientos con la Comisión, en las afueras se oían las risas de los niños y niñas corriendo por los alrededores del templo y más allá, debajo de árbol con sombra generosa, una mujer septuagenaria, de cabello cano, veía pasar la mañana con su mano aferrada a la banca de granito, que era como una mano sabia que se aferraba a los días de paz.
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