La verdad del corregimiento más aislado del macizo colombiano
La Comisión llegó hasta Descanse, Cauca, para escuchar de la voz de sus habitantes. Ellos quieren que Colombia conozca las contradicciones entre la riqueza geográfica y la indiferencia a que han sido sometidos.
Una cruz instalada en una humilde iglesia, que se divisa a lo lejos, es la señal de que finalizan las 10 horas de camino de herradura a lomo de bestia y que iniciaron en la cabecera municipal de Santa Rosa, Cauca. Descanse, nombre del corregimiento más apartado del departamento, no es al azar. Abrazado por el río Caquetá y la Serranía de los Churumbelos, es un territorio al que se llega con un esfuerzo de otras épocas.
En esa lejanía, pareciera que el tiempo se hubiese detenido: casas de paredes altas, ventanas pequeñas y balcones de madera de corte colonial, carreteras polvorientas y gente amable con rasgos campesinos, indígenas y afros. En Descanse se alberga la valentía, fortaleza y dignidad de un pueblo que vivió el confinamiento durante los años más cruentos de la guerra en Colombia.
Fue en 1965 cuando el monje español Fray Isidoro Montclar, piedra a piedra dirigió la construcción del corregimiento que dos décadas después se convertiría, por sus condiciones geográficas, en el paso y retaguardia de grupos armados. Jesús, un líder campesino del lugar, de manos gruesas y figura imponente, se percibe frágil cuando habla del conflicto armado: “Aquí, quienes portan las armas en nombre del pueblo las han utilizado contra el mismo pueblo”, suspira y continúa: “Es que no se salva nadie, de un lado y del otro, de izquierda y de derecha, del Estado y la guerrilla. Todos han atentado en esta lejanía contra nosotros”.
En tiempos en que no eran más de 800 habitantes, se calcula que los grupos armados llegaron a duplicar y triplicar con sus unidades el total de la población, ejerciendo, además, un sistema propio de justicia.
Caquetá, Blanco y Cascajo son los ríos que se encuentran en el camino entre la cabecera municipal de Santa Rosa y Descanse, junto a ellos, imponentes montañas de verdes y azules diversos, heliconias y orquídeas silvestres. El bello paisaje –imponente y majestuoso de inmensa riqueza natural, que se cierra en tramos para dejar solo el espacio del caballo a su andar o que se abre tanto que los precipicios gigantes apenas permiten el parpadear del jinete- contrasta con la pobreza y el olvido en el que ha vivido su gente: escuelas en ruinas y humildes casas de madera con pisos en tierra, unas abandonadas, otras apenas habitadas.
Esta es una descripción aproximada de lo que se encuentra en el camino en las veredas La Marqueza, La Primavera y La Cristalina, antes de llegar a Descanse. Pero allá, cada esquina, cada rostro, cada camino, tiene escrita una historia que nadie ha escuchado. A lo mejor por la distancia, aunque creen que su peor enemigo ha sido la indiferencia. “El olvido estatal ha sido grande, como son grandes nuestras ganas de salir adelante y mi diosito y la virgen nos han ayudado para no desfallecer en la intención de seguir viviendo como pueblo”, dice Flor, una profesora oriunda del lugar, que con orgullo de santarosana, levanta la mirada y estira el cuerpo en señal de dignidad.
Quizá porque fue el monje Fray Isidoro Montclar quien fundó Descanse, es que sus habitantes son inmensamente devotos, al punto de otorgar a la Virgen de la Inmaculada Concepción el milagro de haber protegido su pueblo en el momento más difícil de la guerra. “Ella fue quien nos salvó. Duramos juntos en vigilia casi nueve días, algunos lloraban, otros cocinaban y todos orábamos para que nos protegiera”. Del suceso hay una placa que reposa en la iglesia, en agradecimiento por el favor recibido. Les salvó, según ellos, de que casi el 85% de la población fuera desplazada forzosamente en el 2003, por orden de un grupo armado.
Pero no solo la fe y su devoción a la virgen les ha salvado, a ello se suma su capacidad organizativa y propositiva. “Es aquí en Descanse en donde nacieron las movilizaciones campesinas del macizo colombiano, desde aquí caminamos los campesinos hacia arriba encontrándonos con otros para exigir de manera pacífica al Estado inversión y derechos”, comenta Matilde, una anciana que con sus más de setenta años ha visto no solo la guerra pasar, sino el trabajo en comunidad, la construcción de la paz y la convivencia en un pueblito que casi nadie conoce, del que casi nadie en el Cauca habla.
Hoy, la gente de Descanse reconoce el potencial natural, la fábrica de agua que es su territorio y quiere conservarlo, cuidarlo. Para ello vienen trabajando por un territorio interétnico e intercultural, que desean sea reconocido por el Estado. Saben que son otros tiempos, los tiempos de paz y de verdad en que los que todos deben aportar, aunque también tienen miedo a la repetición: “Vamos a contar la verdad, pero el Estado y la sociedad tiene que comprometerse también a contarla, esto nos corresponde a todos. A la Comisión le corresponde encontrar la fórmula para la no repetición, si no se avanza esto ya se está repitiendo”.
El mensaje de los líderes es claro para los comisionados: “Queremos que el país sepa que aquí en medio de esta riqueza natural, en medio de estas montañas, hay un pueblo que no solo sufrió el horror de la guerra, sino que está en el olvido estatal, pero que es un pueblo valiente que ha salido adelante”.
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