“Tomamos el nombre de Nelson Mandela por lo que representó para el mundo ese gran líder africano. Fue nuestra inspiración”, dice Gladys Esther Montes Manjarrés, una líder del barrio que está al suroccidente de Cartagena, con cerca de 45.000 habitantes, el 80% es desplazado de la violencia y el 20%, pobres históricos de esta ciudad.
Llegaron huyendo de la violencia, los desplazaron durante los tiempos duros de la guerra y en estos terrenos en la periferia de Cartagena, por los años 90, empezaron a construir esta comunidad que hoy es una ciudadela de casi 50.000 personas y que, por varias décadas, han edificado sus hogares y han levantado a sus familias.
Hoy hay sonrisas en las calles, niños y niñas que salen después de la lluvia a caminar con el corazón contento. Pero en esos caminos también corrió el miedo y la sangre de líderes que lucharon por una vida digna de los suyos, con las mínimas condiciones para existir.
Al cabo de los días y los años aparecieron de nuevo, como una pesadilla, las sombras siniestras de las que habían huido. El terror, la amenaza, la violencia. Los líderes de las comunidades que ponían el pecho por el bienestar común empezaron a caer bajo las balas de los violentos. Algunos sufrieron lo que llaman doble desplazamiento y huyeron a otras tierras para evitar la muerte.
Víctor Talaigua Sepúlveda, líder de Nelson Mandela, que acaba de regresar de otros lares porque temía por su vida, recuerda que, en los inicios de Mandela, casi como el comienzo del mundo, no había nada. Ni luz, ni había agua, ni calles. Solo habitaba la esperanza en sus corazones. Y la ilusión por una nueva vida. Entonces empezó la lucha por todos los que iban llegando a Mandela con la fe de vivir sin las angustias de la guerra que los había sacado de su terruño.
Pero al cabo de los días y las semanas aparecieron los violentos. Empezaron a perseguirlos, a mandarles amenazas, a matarlos. “Dormíamos juntos para evitar que en las penumbras de las noches nos asesinaran juntos con nuestras familias. Nos encerrábamos en una misma vivienda, éramos unidos. Resistíamos con valor”, cuenta Víctor, que apenas tiene dos años de haber vuelto, tras la firma de la paz entre el Gobierno del expresidente Juan Manuel Santos y las Farc, hoy convertida en un partido político.
La lideresa Gladys Esther dice que “Mandela es una pequeña Colombia, aquí llegaron familias de todo el país, huyendo de la guerra, de la muerte. Han sido muchos años de lucha. La resistencia ha logrado salvar muchas vidas”.
En Mandela aparecieron entre los años 90 y principios de los 2000 grupos armados ilegales que sembraron el terror en la zona. Hubo reclutamiento de jóvenes, desapariciones, muertes selectivas, amenazas y desplazamientos. Fueron años difíciles, pero la fortaleza de sus gentes logró sacar el barrio adelante. La ONU, la comunidad internacional y las organizaciones de asistencia social de distintas partes, entre otras entidades, pusieron sus ojos en esta comunidad y les prestaron su apoyo para que pudieran salir a flote de sus necesidades que las siguen agobiando. Aún falta mucho por hacer, pero ellos aguardan con esperanza.
En la ‘pequeña Colombia’ como le llama Gladys Esther a Mandela aún vive la esperanza. “No queremos que se repita el horror del pasado. Tenemos miedo porque vemos que están pasando cosas raras, pero también tenemos fe en que vamos a salir adelante, necesitamos unirnos, seguiremos resistiendo hasta que haya paz”, dice la lideresa.
En la calle sobrevive la alegría de los niños y niñas; el vendedor de envueltos de plátano y maíz que va en su bicicleta por las calles; las vecinas que se reúne en los jardines de sus casas a hablar sin miedos; los jóvenes que juegan mientras llueve.
En Mandela falta mucho por construir, pero también hay mucha fuerza y voluntad por seguir adelante, por conseguir victorias que signifiquen un mejor vivir para sus los hijos. Sobre todo, un vivir en paz.
La Comisión de la Verdad, que trabaja por el esclarecimiento de lo ocurrido en aquellos días del conflicto llegó hasta Mandela y habló con sus líderes y lideresas, con sus mujeres y hombres que contaron sus verdades y hoy, dijeron, tienen la esperanza de que no se vuelvan a repetir los tiempos de la guerra.