“Nuestra verdad es la pervivencia en el territorio”
Las palabras que hilan este texto presentan un pedacito del Valle de Sibundoy en el Alto Putumayo, territorio de indígenas kamëntsa biyá e ingas.
Personajes como Mercedes Jacanamijoy y su chagra, el Día Grande del Perdón y la Reconciliación y las afectaciones del conflicto armado hacen parte de este paisaje montañoso. La Comisión de la Verdad a través de la Macroterritorial Amazonía y la comisionada Patricia Tobón adelantaron un diálogo con las autoridades locales a partir de reconocer en el Día Grande la herencia ancestral y sagrada de este rito de convivencia.
Volver a pasar por el corazón
Humito sagrado del copal. Niño de la comunidad kamëntšá biyá en el ritual de armonización de espacios sagrados. Parque Lamëntamëntš de Sibundoy, Putumayo
Mercedes recuerda que durante el conflicto armado, entre los años 1999 y 2000, con la incursión de la guerrilla de las Farc y luego paramilitar se transformó la dinámica territorial porque ya se vivía con miedo, con angustia, la comunidad pensó en muchos casos que un día ya no iba a amanecer más.
La vida en las veredas se hizo difícil, así que las familias empezaron a desplazarse hacía la cabecera municipal, ya no se podía trabajar en la chagra de las zonas rurales porque el avión fantasma botaba unas bombas y dejaba apenas el hueco: “En estos desplazamientos muchos se fueron y aún no se sabe de ellos”. Hacía solo dos años había pasado la toma guerrillera al Cerro de Patascoy, en diciembre de 1997, una montaña sagrada de para los pueblos ingas y kamëntšá del Valle de Sibundoy.
Por este periodo la chagra de Mama Mercedes favoreció a vecinos, familiares y amigos. En ella se cosechaba choclo, zaraso, frijol, tumaqueños, cunas, pepinillos, coles y cebollas. Ya existía una restricción para moverse y salir a comprar alimentos como azúcar, arroz y aceite, lo que conllevó a que se retomará el consumo de los alimentos propios que se estaba perdiendo “¡qué ricas han sabido ser las cunas!”, exclama la mamita.
“Los Taitas Sinchis y la toma del remedio o yajecito nos ayudó a sanar, a salir adelante, a sentirnos más tranquilos. Porque llorábamos y contábamos esta historia que nunca nos había pasado. Así, con la medicina tradicional y las agüitas de chundul y Kullanguilla ya nos fuimos aliviando”, asegura Mercedes. Las verdades del pueblo kamëntšá e Inga son la pervivencia, el buen vivir y sus principios, el cuidar y compartir colectivo, el perdón y la reconciliación para la armonización territorial. La verdad es contener con dulzura y hacia dentro la sabiduría espiritual que da la conexión con la medicina tradicional y el remedio. La verdad para este territorio es mantenerse desde la chagra, desde la lengua propia y su naturaleza.
“La verdad es la resistencia que ritualizamos ahora en el Atun Puncha, el día más importante del pueblo inga. Es el encuentro entre las personas que estamos en el Valle de Sibundoy, los que vienen de afuera y los visitantes para reafirmar la alegría en el corazón”, dice la Mama Mercedes Jacanamijoy.
El Valle de Sibundoy
Cerro de Patascoy, lugar sagrado para los pueblos Inga y kamëntšá biyá, a 4.100 metros sobre el nivel del mar, visto desde Sibundoy. El 21 de diciembre de 1997 el Bloque Sur de las FARC atacaron la base militar donde donde funcionaba la Estación de Comunicaciones del Ejército del Batallón de Infantería ‘Batalla de Boyacá’.
Para llegar al valle desde Pasto se transita por una carretera estrecha por aproximadamente dos horas, y desde Mocoa se transita por una vía conocida como “el trampolín de la muerte” por aproximadamente cuatro horas con imprevistos derrumbes y frecuentes accidentes. Por ambas vías se debe atravesar un entramado de cordillera andina, pasando por ecosistemas de frailejones y bosques de páramo, que cada vez se ven más afectados y reducidos por las dinámicas de la ganadería y la siembra de árboles maderables como el pino y eucalipto.
El Valle de Sibundoy es un territorio andino cultural y geográficamente. En los desfiles del Día Grande se iza la wiphala, al lado de la bandera nacional y de las banderas de colores que llevan los bandereros quienes en la actualidad representan a los chaskis, mensajeros del Imperio Inca, que en las telas coloridas rinden homenaje al Taito Cuichi, arcoíris, amo de los colores, y quienes en el Atun Puncha presiden el desfile alrededor de la plaza principal, reiterando la pervivencia en el territorio en una intensión en el corazón y en el canto.
Los ingas son descendientes de las familias mitimaes, de los incas del Tawantinsuyo, quienes llegaron al Valle de Sibundoy hacia el siglo XV, radicándose en Manoy, hoy Santiago de Putumayo. Inicialmente se vivieron fuertes conflictos y disputas territoriales con los kamëntšá, pero luego se dieron alianzas y pactos de convivencia, que también son motivo de armonización y conmemoración en cada Día Grande.
Iván, comunicador indígena kamëntšá biyá de la emisora Whaishanyá Estéreo, explica que kamëntšá biyá quiere decir “hombres de aquí mismo con pensamiento y lengua propia”, y que el territorio que hoy habitan es como vivir dentro de la boca de un volcán, pues se dice que acá antes quedaba la laguna de la Cocha que hoy está en el municipio del Encano, pero que después de un temblor se abrió un río y el agua corrió y esto quedó como Valle.
Para los ingas es importante resaltar que este territorio es herencia del Cacique Taita Carlos Tamabioy. “Somos herederos de Tama”, quien junto con el Taita Leandro Ágreda lograron reunir el valor en oro y negociar la compra de las tierras ante la corona española en el año de 1700; tierras que quedaron legalmente estipuladas en un testamento comprobado y aceptado por el Estado y la Iglesia hasta 1940, y que en una placa monumento en el parque principal de Santiago se puede leer un fragmento: “Estas tales tierras las dejo a mis indios naturales del pueblo de Santiago y Sibundoy Grande, que es mi voluntad que las gocen y defiendan si hubiese alguna inquietud de persona mal intencionada”.
Las conflictividades actuales de los pueblos Inga y kamëntšá
Tras la declaración en el auto 004 de 2009, como seguimiento a la sentencia T-26 del 2002 de 34 pueblos indígenas en riesgo de exterminio, se acrecentó́ la situación de vulneración de derechos básicos, siendo los pueblos kamëntšá biyá e Inga parte de ellos. Dentro de las diversas conflictividades a las que se enfrentan las comunidades indígenas del Alto Putumayo se encuentran las reconfiguraciones de la dinámica de la guerra, los efectos inmediatos de ésta, el control del corredor Putumayo- Ecuador- Perú-Brasil, entre otros.
El departamento del Putumayo hace parte de la Amazonía occidental y está ubicado en el piedemonte amazónico, es considerado en términos ecosistémicos y culturales como el punto de encuentro entre los Andes y la Amazonia. Está dividido internamente en tres subregiones, determinadas por el cauce del río, diferenciadas entre ellas por sus componentes ambientales, sociales, culturales y económicos.
El alto Putumayo comprende el Valle del Sibundoy donde se encuentran los municipios de Sibundoy, Colón, San Francisco, Santiago y San Andrés; el Medio Putumayo, compuesto por Mocoa, Villagarzón y Puerto Guzmán, se ubica entre la zona andina y la planicie amazónica, razón por la cual se le denomina piedemonte amazónico; y el Bajo Putumayo o planicie amazónica que constituye el 85% del territorio del departamento y comprende los municipios de Orito, Valle del Guamuez, Puerto Caicedo, Puerto Asís y Puerto Leguízamo.
En este departamento habitan 15 pueblos indígenas, de los cuales cuatro han sido reconocidos como originarios del territorio, los sionas y kofanes que habitan el Bajo Putumayo y Kamëntšá e Inga, cuyo territorio corresponde al Alto Putumayo; los demás pueblos han llegado en los distintos flujos migratorios que se han presentado a lo largo de la historia del departamento, entre ellos se encuentran los pueblos Awá, Kichwa, Nasa, Murui, Coreguaje, Pasto, Embera katio, Embera Chamí, Misak, Bora y Andoque.
Las condiciones de vida en las que se encuentra viviendo los pueblos kamëntšá e Inga, asociado particularmente a contextos de pobreza, problemas de vivienda, agua potable en la zona rural, manejo de residuos, entre otros y que son descritos en el Plan de Salvaguarda del 2012 y 2014 como situaciones de segregación social y reconfiguración espacial y simbólica del territorio ancestral ya que son reducidas las áreas en calidad de resguardos y tenencia de la tierra entre las familias indígenas lo cual no garantiza la supervivencia digna e integridad cultural, social y económica de las generaciones presentes y futuras.
Mama Mercedes, cuidadora de la Chagra
Mercedes Jacanamijoy cosechando poros o curuba - como se conocen en el centro de país- de la chagra familiar y compartiendo los cuidados y bondades de cada planta (Santiago Putumayo).
“Tendríamos que darle la planta de Kullanguilla que es el querer, que es el apreciar, el estoy contigo, el que invita al camino de la paz”, éstas son las palabras de Mama Mercedes Jacanamijoy cuando se le pregunta ¿qué tendríamos que darle a nuestro país que está tan enfermo por el conflicto armado?, mientras va compartiendo los dones y bondades de las plantas medicinales de la chagra (huerta casera) que ella, su hija Yaneth y manos de mujeres vecinas han fecundado.
“Vamos a la chagra a cosechar unas uvillas (uchuvas), a comer poro (curuba)” Ésta es la bienvenida que suele dar Mama Mercedes e Illary (hermoso amanacer) su nieto e hijo de Yaneth, a quienes vienen de fuera. Abuela y nieto van narrando las veces que han visto a la ardilla comerse las fresas, o al gallo del vecino remover la tierra: “Va tocar comprar ese gallo pues”. Así mientras se cosecha y desyerba se cuentan historias, anécdotas, el para qué sirve cada planta, cómo se siembra cada alimento y cómo se cuida todo el espacio para que conviva la diversidad de plantas medicinales, frutales, verduras, especias, aromática, tubérculos, flores, enredaderas, bejucos y árboles que la conforman.
Calabazas de la chagra de la familia Jacanamijoy (Vereda Las Cruces, Santiago, Valle de Sibundoy)
“Es importante sanar a los colombianos como sana la Kullanguilla, que sana a una persona, esta persona es parte de una familia y la familia es parte de la sociedad. Entonces si una familia se cura y se sana, el colectivo también. Entonces si nos acogemos a las plantas medicinales sanamos nuestros corazones”.
Esta mujer indígena inga de 61 años desde 1982 se dedicó a la docencia y dice no haberle alcanzado la vida para hacer cosas y proyectos con sus estudiantes, aunque realmente no ha parado de enseñar, ya jubilada. En su casa suelen reunirse mujeres a tejer lana, chaquiras, a bordar y hablar de las historias y costumbres de su pueblo, a reír y hacer chistes, a sus nietos les enseña la lengua materna, el cómo ser inga y el cómo cultivar la tierra.
Hablar de lo que pasó cuando los grupos armados incursionaron en el territorio no es fácil, para ella y toda la comunidad inga este tema no ha sido traído al presente porque es doloroso, “no se a abierto el canasto” - como dicen los indígenas murui del Amazonas -, aunque afloran anécdotas que hacen reír a carcajadas: “Una vez estábamos en la casa y como era de tabla las balas en el tiroteo se metieron, y la gente se tiró a esconderse debajo de las sillas, donde apenas le cabía la cabeza y le quedaba todo el cuerpo y la cola por fuera. Ahora sí que sabemos reírnos de esto, pero ahí mismo sí que fue el miedo y la angustia, por eso fue que tumbé el frente de la casa y lo mandé a hacer de material.”
"Si perdemos una chagra, perdemos parte de la vida. Y así ya no le puedo decir a mi hijito que somos ingas, porqué ya no es así" así hablaron las mamitas y taitas de este territorio en el primer encuentro entre autoridades indígenas de los seis resguardos del Valle de Sibundoy en el Alto Putumayo con la Comisión de la Verdad, en el mes de febrero, un encuentro para construir un puente para escuchar y reconstruir relatos, como parte del relato del territorio nacional desde la propia voz de las comunidades.
Ajíes de la chagra de la familia Jacanamijoy (Vereda Las Cruces de Santiago, Valle de Sibundoy)
Este camino que se ha empezado a andar, permitió a la Comisión, entre el 21 y 26 de febrero, visitar y escuchar a cada gobernador en su Cabildo, conocer los preparativos del Día Grande y participar del mismo con toda la comunidad, acercándose a las verdades que van del dolor a la resistencia, como lo trasmitió Aldemar, Secretario del Cabildo Inga de San Andrés: “Para nosotros la verdad ha sido pervivir en el territorio y acompañarnos desde el corazón Inga, como comunidad”.
En palabras de Mama Mercedes es la siembra de la resistencia cultural y espiritual: “Vivir en la verdad es cumplir los mandatos que hay para el pueblo inga Ama Sisai (no robar), Ama Killai (no ser perezoso) y Ama llullai (no mentir), que son el buen vivir”.
La unidad comunitaria, mantener viva la lengua propia y la chagra son parte de las dinámicas de la pervivencia. Según el relato de los taitas y mamas de los kamëntšá en agradecimiento a todo lo dado por tsbatsanamamá o Madre Tierra se debió organizar la jajañ o chagra: “Se la llama mamaporque ella es como aquella madre que nos alimenta y nos protege, además nos ofrece todo para poder vivir…y si colocamos una semilla de maíz sobre la tierra se tiene la esperanza de recibir muchos alimentos como el mote, la chicha, la vishana o sopa de maíz o choclo con coles, arepas y envueltos”.
El Día Grande es el inicio de año donde se agradece a la madre tierra por los alimentos, por la vida, es la fiesta de la alegría, el reencuentro y el compartir. En este ritual la comunidad se perdona y reconciliamos con sus familiares, vecinos, amigos, por las ofensa y enojos; pero también se pide perdón por si el próximo año ya has muerto “hoy danzamos conectando el corazón con el tambor, porque mientras estemos vivos vamos a danzar, vamos a gozar”, nos habla Mama Mercedes.
Atun Puncha – Bëtsknaté - Día Grande del Perdón y la Reconciliación
Bandereros, quienes en la actualidad simbolizan a los chaskis, mensajeros del Imperio Inca. Desfile del pueblo inga (Santiago, Putumayo).
“Para la Comisión de la Verdad es una oportunidad estar acá en Sibundoy en el Día Grande del Perdón porque es un ejemplo de convivencia para las comunidades en el proyecto de No Repetición”, dice la comisionada Lucía González.
El día Grande del Perdón y la Reconciliación es el ritual y práctica propia ancestral y sagrada de los pueblos inga y kamëntšá biya que perdura en El Valle del Sibundoy. Éste se celebra el lunes para el pueblo kamëntšá (Bëtsknaté) y el martes para el pueblo inga (Atun Puncha), antes del miércoles de ceniza.
Armonización de espacios sagrados al ritmo de la música de tambor, cascabel y flauta, acompañado de cantos, sahumerio de copal y otros elementos de la ritualidad propia. (Parque Lamëntamëntš)
15 días antes del Día Grande ya los preparativos son bajo programación y estricta coordinación en cada cabildo, vereda y familia. Durante este tiempo se alista el vestuario: sayo, kusma, siñidur, baita, pacha, tupulle, chumbe, cintas y chaquiras. También se organizan los instrumentos como el cascabel, flauta, bombo, bututu, armónica y rondador, y se empiezan a escuchar los cantos y versos alusivos. Días antes se realiza el divichido, que es el baile de casa en casa de las familias y se adecua la casa Cabildo. El día sábado, antes del miércoles de ceniza, se organiza y levanta el castillo, símbolo y espacio de acción de gracias, elaborado con bigas de madera fuerte y altas, ramos de palma y adornado con flores; y en la noche los Taitas preparan la toma de remedio o Yajé, donde acuden cientos de personas, tanto de la comunidad como turistas y foráneos en la dinámica ritual de armonización previa al Día Grande.
Las mujeres durante todo el año cultivan flores de todo tipo, en especial hortensias y rosas para decorar el castillo, símbolo de unidad y protección y para el ritual del perdón y la reconciliación.
El Día de la Alegría. El Día Grande inicia en cada familia, en cada hogar, en la alegría de vestirse y adornarse con las mejores telas, chumbes, joyas de chaquira, coronas y flores. Para el pueblo kamëntšá biyá es característico la corona de tejido de lana en colores vivos, si se es Taita gobernador o médico tradicional, usan una corona con plumas de aves amazónicas. En el caso de los ingas es más tradicional la corona de plumas tanto para hombres, mujeres, comunidad y autoridades, y en ellos es más utilizado los colores vivos en su vestimenta y en las fachadas de sus casas, ellos rinden honor al Taito Cuicho el arcoiris.
Es también parte de la ritualidad, el día anterior o en la mañana del Día Grande, invitar a un compartir en las casas con abundantes porciones de comida. Se sirve sopa, carne de vaca, pollo, cuy y huevos cocidos, acompañado de mote, papa y arroz. Ya como a las 9:00 de la mañana la gente inicia el recorrido hasta la iglesia católica de cada pueblo, es un desfile al ritmo del corazón al compás del tambor, la flauta y cascabeles, así se va danzando, cantando y gritando de alegría. Días antes las mujeres kamëntšá biyá adornaron de colores y flores un altar para la virgen de las lajas o la inmaculada que van llevando en una carrosa cargada a hombro por turnos, entre las mujeres mayores.
Yaneth Carlosama Jacanamijoy y su hijo Illary ‘hermoso amanecer’ en la mañana del Atun Puncha recogiendo flores frescas para el ritual del perdón y la reconciliación.
La ceremonia en la iglesia es en lengua propia, con excepción de las palabras de los sacerdotes católicos en español, se bendicen los bastones que son entregados al gabinete del periodo actual de gobierno, se ofrendan y bendicen los alimentos propios del territorio y retumban los tambores en los interludios litúrgicos.
Una vez concluye la misa en la iglesia católica, la comunidad sale a la plaza principal, conocido como Parque Lamëntamëntš (cementerio ancestral) para dar inicio al ritual del perdón y la reconciliación. Se van acercando los unos a los otros y sacan de sus mochilas y canastos flores que ponen en la coronilla de los paisanos mientras piden perdón por las ofensas, por el enojo, por la rabia o por si mueres pronto, luego vienen los abrazos que sellan la reconciliación. Risas. Alegría. Se renueva la humanidad.
Mujeres kamëntšá biyá en la misa del Bëtsknaté en la acción de gracias y bendición de los alimentos del territorio, Sibundoy (Putumayo)
En el resguardo de Santiago los ingas inician el ritual del perdón y la reconciliación ya desde el desfile y se continúa después de la misa en la casa del cabildo, allí con flores o cascabeles en las cabezas en nombre del perdón y la reconciliación. En ellos es especial el uso de las hortensias. El silencio no existe, los tambores, la danza, los gritos, onomatopeyas y bebida de chicha no pararán hasta la media noche. Ya pasadas las 10:00 p.m., aún están los mayores, pero especialmente los jóvenes, hombres y mujeres compartiendo, riendo, danzando.
Comunidad inga en el ritual del perdón y la reconciliación en Santiago Putumayo.
Somos Amazonía Somos Verdad
Concierto de lanzamiento de Somos Amazonía Somos Verdad, canción compuesta e interpretada por el Grupo Putumayo, Parque de Lamëntamentš, Sibundoy (Putumayo)
“Desde el Apaporis, Mirití-Paraná, Putumayo y Caquetá́, Sibundoy, Puré, Mavicure, Jirijirimo y Chiribiquete nuestra Amazonía profunda anhela la paz. ¡Somos Colombia, espíritu ancestral!”
El Grupo Putumayo por invitación de la Comisión de la Verdad compuso la canción ‘Somos Amazonía, Somos Verdad’, que fue lanzada en el gran concierto de música del pueblo kamëntšá biyá Joboyejuam Jteninyenam (encontrémonos con fuerza y alegría) en el marco de las actividades propias previas al Bëtsknaté en el Valle de Sibundoy, el 22 de febrero.
El Grupo Putumayo nació en 1985 en el Valle de Sibundoy como una iniciativa familiar de los hermanos Palchucan, aún adolescentes, liderados por el hermano mayor, William – actual director -, quienes artísticamente lograron ir creando sonoridades propias de la identidad andina mediante la ejecución de instrumentos musicales legados de pueblos indígenas de la Amazonía y los Andes; flautas que imitan sonidos de aves, cascabeles que imitan los sonidos del agua, de la selva y tambores que retumban como trueno en la alta montaña.
‘Somos Amazonía, Somos Verdad’ es un homenaje a los pueblos indígenas de Colombia y especialmente es un reconocimiento a amazónicos, a sus costumbres, a sus resistencias a sus verdades. Es una invitación a visibilizar la Amazonía más allá de sus encantos turísticos y folclóricos. La pervivencia étnica de la región nos trae un mensaje de reconciliación y convivencia de construcción de paz desde los territorios.
“Qué importante sería que el tiempo que la Comisión está en estos territorios permita a la sociedad conocer e involucrarse más de esta tradición que nos invitan los pueblos amazónicos. Es una reflexión en la que se invita a los que han participado del conflicto, a las víctimas, a las instituciones, a las comunidades a la sociedad colombiana en general a hacer actos de perdón, reconciliación y convivencia”, señala la comisionada Patricia Tobón.
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