San Vicente de Chucurí renace a través de la agricultura
El cacao es uno de los tantos frutos que da la tierra en San Vicente de Chucurí, un municipio santandereano que vivió años angustiosos por cuenta del conflicto armado, pero que gracias al orgullo de los ‘chucureños’ vislumbra un mejor futuro.
San Vicente de Chucurí fue uno de los municipios más golpeados por el conflicto. Desde la guerra bipartidista de los años cincuenta, la violencia se arraigó y se expandió con el actuar del ELN, las FARC, y las campañas de exterminio adelantadas por las autodefensas.
De 1984 a 2018, los enfrentamientos entre los actores armados dejaron 14.564 víctimas, según la Unidad de Víctimas. Esto equivale a casi la mitad de la población actual del municipio. Los cuerpos de algunas de estas víctimas fueron lanzados a ‘Hoyo malo’ una cueva natural que los actores armados convirtieron en fosa común.
Los homicidios, las amenazas, la tortura, la violencia sexual, el reclutamiento de niños, niñas y adolescentes, y el desplazamiento estigmatizaron tanto a este territorio, que solo nombrar a San Vicente de Chucurí era sinónimo de miedo.
Pero tras años de violencia y la desmovilización de distintos actores armados la situación allí empezó a cambiar.
En enero de 2016, fue declarado como el primer municipio libre de minas antipersonal en Colombia. En los lugares que los actores armados llenaron de minas, los chucureños no cesan de sembrar semillas de cacao, naranjos, mandarinos, plátanos, bananos, aguacates, entre otros alimentos.
La tenacidad de los chucureños para rechazar la violencia ha sido tan persistente que en el 2019 la comunidad organizada pactó una campaña de educación y respeto para vivir las elecciones a conciencia y con alta participación. A través de la firma de un pacto ético y político todos los candidatos a la alcaldía reconocieron que las diferencias no pueden volver a repetir la violencia y la confrontación armada que se vivió en ese territorio.
También, el arte se ha convertido en un lenguaje para la paz y la memoria. En murales y escaleras reposan obras hechas a mano por artistas y jóvenes, que también cantan, trovan y escriben poesía con historias de la capital cacaotera de Colombia.
La transformación de San Vicente de Chucurí se evidencia en la organización social que persiste en el territorio. “Las generaciones presentes y futuras, merecen comer y beber los frutos tiernos y sanos como lo hicieron nuestros ancestros”, dice el chucureño Eduardo Rueda en el libro ‘Como exclama el viento en la serranía’.
Chucureños como Isidoro, uno de los sobrevivientes de los años más cruentos de la violencia, tienen un objetivo en mente: Que el Carmen y San Vicente de Chucurí sean el eje cacaotero de Colombia, para que algún día el cacao de esta zona se pueda conocer y valorar en todo el mundo.
La nobleza de su gente, en su mayoría campesina y trabajadora, clama por conservar para las nuevas generaciones los bellos paisajes, la riqueza del subsuelo y el agua que emana de la cordillera. Creen firmemente en que la verdad los hará libres y que es uno de los caminos para alcanzar la anhelada paz.
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