Los caminos de la verdad en el nororiente de Colombia
La Comisión de la Verdad lleva un año recorriendo las montañas escarpadas de Santander y el norte de Boyacá, los extensos llanos de Arauca y Casanare, la amplitud del Catatumbo y los fríos pueblos de Norte de Santander. #UnAñoDeEscucha.
Los morrales se han convertido en las casas de los integrantes de los equipos territoriales de la Comisión de la Verdad; todos los llevan en su espalda, con grabadoras, computadores, agua, comida empacada, chaquetas, gorras, zapatos y protector solar. Las reuniones con campesinos, empresarios, políticos, excombatientes, militares e investigadores pueden ocurrir en hoteles, Casas de la Verdad, escuelas, iglesias, salones comunales, casas en el campo o bohíos indígenas. Donde la gente quiera y pueda.
Más de un amanecer y un atardecer los han acompañado en los caminos, igual que un centenar de pájaros que cantan como si ellos también tuviesen una verdad para contar. En carro, a pie, caballo o mula pasan largas carreteras pavimentadas –y otras más largas destapadas– para llegar a los lugares en donde está la gente que quiere contar su verdad del conflicto, convencida o temerosa. En los territorios, los sábados y domingos también le pertenecen a la escucha de las verdades del conflicto.
Esclarecer la verdad consiste en conversar con víctimas cargadas de recuerdos dolorosísimos que se desbordan en lágrimas y empiezan a romper silencios. Se trata de hablar con empresarios, grandes agricultores y políticos que recuerdan cómo les quitaron familiares y cosas, y cómo tuvieron que entrar en un conflicto que algunos pidieron y otros no. Se trata de conversar con militares, exguerrilleros y exparamilitares que cuentan la trama del despliegue militar y las características económicas, políticas y culturales de la guerra.
En todos lados también hay gente que no confía en el Estado, que no cree en la implementación o que está en contra de los acuerdos. Personas que no entienden para qué la verdad si tal vez, para ellos, el silencio y el olvido permiten seguir adelante con más facilidad. Esclarecer la verdad también se trata de cientos de llamadas y correos no contestados, puertas cerradas, citas incumplidas, largas esperas, cientos de discusiones, respuestas evasivas y una gran cantidad de colombianos indiferentes.
Muchos han llorado. Tenido dolor de cabeza al final de una jornada. Algunos han vomitado. Todos han necesitado de silencio y soledad para retomar las fuerzas y continuar. Han dispuesto sus cuerpos para ayudar a esclarecer la verdad del conflicto. Varias espaldas han sentido el peso de los morrales en los que llevan las verdades recogidas, que son también su casa y oficina.
Pero no hay lamentos ni ganas de detenerse. Tal vez es porque las muestras de resistencia de las comunidades pintan el camino de esperanza y se convierten en luz que alumbra desde un futuro en el que no se repite la violencia. Hay una fuerza en los territorios que toca lo místico y lo mágico; un fuego que alienta cualquier corazón y da certeza a cualquier mente. Quizás es la misma verdad abriéndose camino entre nosotros.
La verdad del pueblo u’wa sin fronteras
La comunidad indígena u’wa habita en el sur de Norte de Santander, el norte de Boyacá, Arauca y Casanare. Para ellos, su territorio no tiene la frontera política que el país ha demarcado con departamentos y municipios. Por esto quieren ser parte del esclarecimiento de la verdad como un solo pueblo, al que el conflicto le llegó también sin fronteras.
A los u’wa les habla el enlace indígena de la Comisión en Nororiente, que en compañía de las autoridades de su pueblo y traductores ha preguntado por lo sucedido durante el conflicto, las afectaciones al territorio, lo conocido como el asesinato de los tres indigenistas estadounidenses y todo lo no hablado hasta el momento.
Para llegar a las comunidades, es necesario tomar un avión de Cúcuta a Arauca, de allí viajar en carro durante ocho horas hasta Güicán y dos horas más a La Parada; desde este punto, el resto del recorrido, que duró trece días, tuvo que hacerse a pie. El camino está atravesado por aguas cristalinas. “Yo pensaba en los ríos contaminados de las ciudades, en cómo la madre tierra nos da el agua limpia y los hermanos menores la contaminan”, cuenta Natán Sum, el enlace étnico.
Las montañas se imponen gigantes, muy verticales, llenas de un silencio que solo rompen el viento y el agua. Los u’wa se sienten orgullosos de su territorio. “Se ve en los ojos: son personas tranquilas y orgullosas de sus caminos”, dice Natán.
Las autoridades y la comunidad estaban dispuestos a comprender el trabajo de la Comisión de la Verdad. El traductor dijo que “estaban muy contentos porque sentían que tenían una oportunidad, porque el pueblo u’wa ha querido contar lo sucedido, pero es la primera vez que una institución los escucha y quiere construir la narrativa de la verdad con ellos”. Entre las comunidades u’wa de Valbuena, Bachira, Bocota y Támara no hubo una sola persona que se opusiera al proceso de la Comisión.
Las provincias santandereanas sí vivieron el conflicto
En el sur de Santander algunos dicen que el conflicto no llegó, que eso se vivió en Barrancabermeja y el Magdalena Medio. Son 74 municipios de las siete provincias del Santander andino en los que pareciera que la violencia se enquistó en silencios y miedos. “Nos dicen que el Estado siempre ha hecho promesas de reparación y nunca llega. A veces me da pena y angustia convencer a las personas de su derecho a la verdad, porque hemos entendido la inoperancia que ha habido”, dijo Daniela, una de las documentadoras.
Sin embargo, en esas montañas la Comisión de la Verdad ha empezado a generar confianza para develar las historias de resistencia ante un conflicto profundo. “Una señora recorrió tres horas a caballo desde su vereda hasta el municipio El Cerrito, allí tomó un carro por dos horas hasta Málaga, en donde estábamos nosotros, para contar lo que nunca antes había sido capaz de hablar”, relató el equipo territorial. Por su parte, uno de los declarantes dijo al llegar a la Comisión: “Yo soy un hombre muy hombre, pero vengo a contar lo que me pasó”.
“A mí me mantiene y alegra la amabilidad y generosidad de la gente que nos recibe. La dueña de una casa en Cachirí, municipio de Suratá, donde hace mucho frío, nos cedió hasta su cama para que nos quedáramos e hiciéramos nuestro trabajo. Quería que escucháramos a todos en el corregimiento porque antes no habían podido hablar con nadie”, narró Daniela. Allí no hay hoteles de ningún tipo.
Las personas en los territorios se han convertido en sus propios terapeutas, en historiadores aficionados que han guardado casetes con las conversaciones en las tiendas que narraban lo sucedido, en registradores de los nombres de los muertos. “Llegamos a Bolívar y el coordinador de la mesa de víctimas conocía todo el trabajo que ya había adelantado la Comisión, lo había estudiado por internet. La revolución digital está cambiando el sentido de la ruralidad y revolucionando hasta la verdad”, reflexionó Gustavo, otro de los documentadores que está recopilando testimonios.
Daniela explicó emocionada: “Yo entendí qué tan hondo está yendo la Comisión de la Verdad el día en que al edificio de la Universidad Industrial de Santander (UIS), donde tenemos la oficina, entraron el gobernador, el alcalde y el Consejo Superior de la Universidad para la reunión del Consejo Académico, y detrás llegaba una de las madres trans de Bucaramanga, junto con dos de sus hijas trans, trabajadoras sexuales, vestidas con ropa de trabajo, caminando orgullosas porque venían a contar su verdad de haber sobrevivido a la mano negra de los paramilitares. Yo iba delante de ellas con las llaves de la puerta de la oficina y sentía que llevaba las llaves de la historia. ‘Jamás habíamos entrado aquí’, dijeron ellas”.
La verdad bajo el cielo araucano
Debido a que en Arauca se recomienda salir a las carreteras con la luz del sol y regresar con la misma luz, el equipo de la Comisión hace su trabajo bajo la luz del día, para garantizar la seguridad de todos. “Las carreteras no están iluminadas por completo. Es peligroso porque salen de repente animales, carros, personas y hasta brujas, porque aquí hay muchas historias de todo tipo”, dice Alexandra, investigadora del equipo.
Los días del equipo de Arauca van y vienen constantemente entre Arauca capital y Arauquita, Saravena, Tame, Cravo Norte, Fortul y Puerto Rondón, los siete municipios del departamento, que si bien son pocos, son extensísimos. Arauca fue colonizada tras la época de La Violencia entre los partidos Conservador y Liberal, con personas provenientes de los santanderes.
En Arauca el conflicto no ha acabado y tampoco menguó, como sí ocurrió en otras regiones del país. Sin embargo, la gente habla orgullosa de su llaneradas, sus tradiciones y de cómo no hay cultivos de coca en el departamento, pues las comunidades y hasta las guerrillas rechazaron este cultivo y la guerra que ocasionó.
“A mí no dejan de sorprenderme las historias de las madres de las víctimas de desaparición forzada. Algunas cuentan que tienen la esperanza de que sus familiares regresen para Navidad, a compartir la cena y el Año Nuevo”, dice Hanna, otra de las documentadoras del equipo. “Recuerdo mucho a una señora en Saravena, que no ha cambiado la entrada de su casa de madera pintada de azul desde 1988, para evitar que si su hijo regresa, se confunda. En esa época Saravena creció mucho, pero la señora mantuvo su casita exactamente como cuando su hijo se fue”, narró Hanna.
Freddy Tocora, coordinador del equipo territorial, cuenta que “la mayor emoción para mí llegó cuando declararon a Arauca Territorio de Paz, un día después del Diálogo por la No Repetición que desarrolló la Comisión de la Verdad. Los líderes sociales dijeron que por primera vez sentían que una institución nacional le daba voz al departamento”.
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