“Esa fue la vida que nos tocó, una guerra sin sentido”
Sandra vivió la guerra desde los cuatro años, ahora con 28 tiene recuerdos de reclutamiento forzado, combates, violencia sexual. Habla del perdón, la reconciliación con la vida y la sociedad y de su trabajo ayudando a prevenir el reclutamiento de menores.
Este es un relato en primera persona de alguien que vivió por la fuerza el conflicto. Este es un testimonio de cómo trabajar por y para encontrar la paz.
Cuando yo tenía aproximadamente cuatro años vivía en un municipio que se llama Labranza Grande y hubo una toma guerrillera terrible. La guerrilla ingresó al puesto de salud, sacó medicamentos y lo que necesitaba, se llevó al médico y a la enfermera, o sea a mi mamá. Al año más o menos mandaron una carta diciendo que ellos la tenían y que no la iban a soltar porque mi mamá les brindaba beneficios de enfermería.
A mis hermanos y a mí nos separaron y nos mandaron donde una y otra tía. Cada tanto sabíamos de mi mamá y nos dejaban verla. Como nueve años después, a ella le tocó sacar un herido importante y como pudo se desmovilizó, a pesar que ella no estaba voluntaria en el grupo. Yo estaba en un internado en Bogotá. Resulta y pasa que ellos tenían la ubicación de toda la familia, entonces ellos llegaron al colegio, no era una zona rural, y me sacaron.
Me llevaron a Arauca, le mandaban comunicados a mi mamá, ella pues igual no volvió y a mí me dejaron allá. Al principio no me amenazaban ni nada, estaba ahí a la espera. Como a los dos o tres meses me sentó el comandante y me dijo que: “la situación es esta y esta, no la voy a devolver”. Ahí me empezaron a entrenar para la guerra.
Me acuerdo que yo en los puestos de guardia lloraba día, noche y tarde, porque yo decía: ¿qué culpa tengo? Yo veía un programa que se llamaba ‘Hombres de honor’ y creía que me iban a rescatar, porque eso es lo que pintan los medios de comunicación. En el campamento veía los helicópteros y todo el mundo asustado, yo era feliz, juraba y sorbía mocos, que iban a bajar a rescatarme. Hasta que una señora, ‘La pastusa’, muy antigua en el grupo, me dijo: “¡No! ellos no saben quién es usted, van a llegar y como a cualquier guerrillero la matan si se deja coger, tiene uniforme”. La guerra es esa, todos con todos.
Me hice la vida en el grupo
Cuando tenía catorce años celebraron Navidad. Yo con esa soledad y tristeza sí que lloraba, no delante de ellos porque no podía. Entonces había baile y demás; un mando me dijo que tomara un poquito de volca (sic.), que, porque la familia mía eran ellos, ese es el chip que a uno le meten. Yo tomé el vasito y no me acuerdo de más.
Al otro día me levanté y todo me dolía. A los cinco meses me empecé a inflamar y a inflamar, sentía un pito en los oídos. Bajó el médico, me revisó y me sentó el comandante Wicho y me dijo: “Usted está en embarazo, el niño es mío y tiene preclamsia, solo por eso la voy a dejar salir al tratamiento”. Yo no le dije nada porque le tenía un pavor, pero pensaba: este man está loco, en qué momento, si yo ni había tenido novio. Yo era toda niña y pensaba que era una señal de dios que los hacía pensar eso para dejarme salir y volarme a donde mi mamá.
¡Imagínese! Mi mami súper contenta. Me encontré con un hermano, el otro no lo vi. Fui al hospital, me internaron… y otra fase de mi vida que yo no entendía. Bueno, el todo es que ya tenía a mi hijo, el bebé nació de siete meses y a mí me dieron como dos comas porque yo solo tuve relaciones esa vez del niño, entonces no tenía espacio, no daba leche, era una niña. Yo decía: ¿y yo qué voy a hacer con él? Una niña viendo a otro niño.
A los dos meses, dos muchachos me golpearon a la puerta de la casa, que a las buenas o a las malas tenía que volver y llevarle el niño, que era de él (Wicho). Yo no podía decirle ni sí ni no, solo sí señor, no señor y este es el niño. Mi hijo en medio de esa guerra era como el amor, mi familia. Yo vi muchachitas que le sacaban su bebé de seis, siete meses; como vi chicas que les tocó entregar sus hijos a civiles que por ahí pasaban, en tiendas.
Cuando Juan tenía cinco años, yo lo estaba bañando en el río y un helicóptero llegó cerquita, me monté en un caballo que no tenía silla y el niño se me cayó y se me fracturó la cadera. Mi hijo lloraba y gritaba del dolor. Salí a Fortul en Arauca, tenía una cadenita de oro, la empeñé y con eso me fui a donde mi mamá en Boyacá, todos vueltos nada llegamos al hospital. Él se enteró y me dijo que dejara al niño y me devolviera; yo con el dolor de mi alma tuve que dejar a mi hijo que lloraba y lloraba.
A los meses, él me dijo que visitara al niño. Como mi mamá era desmovilizada, ese día en la casa estaba un reintegrador de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN) y me pidió que habláramos y que me desmovilizara. Yo con tanta rabia y rebeldía le dije: “Cree que estoy allá voluntariamente, que la vida es decir desmovilícese y ya, si no nadie estuviera en el monte”. Me fui contra mi mamá y le reclamé por mi hermano. Cuando me llevaron a mí, mi hermano se desesperó buscándome y se metió al grupo con el pensamiento de encontrarme, pero él no sabía que uno era un bloque oriental y yo estaba en otro diferente.
Enfrentar el miedo
Salí llorando de rabia y dolor. Al llegar a un retén de militares, paré y pensé que nunca iba a poder salirme, menos porque tenía un hijo de Él. Me desmovilicé. Tenía miles de miedos, yo vi cómo mataron personas que se volaron y si encontraron senadores, ahora yo que soy nadie.
Ahí empecé otra etapa de la vida. Duré un año en una casa de seguridad con mi hijo y mi mamá. Me hicieron dos atentados y Él mandó a buscarme a donde mi familia. El gobierno le hizo tratamiento médico al niño. Ya después de todo me soltaron a la civil, tenía 22 años, 800.000 pesos que le dan a uno y le estaba enseñando a caminar otra vez al niño.
Yo siempre había querido estudiar, entonces me presenté a la ARN y me dieron cupo en un colegio público para validar. No me daban trabajo por mis antecedentes y yo no conocía a nadie, entonces en el día trabajaba en los terminales de transporte revolando (llevar maletas), desde las tres de la mañana a cuatro o cinco de la tarde. Me llevaba a mi hijo y me dejaban dejarlo en una taquilla del terminal. Con eso saqué una pieza y empezamos con un colchón, nada más.
A los meses, los de una empresa de buses me dieron la oportunidad y me contrataron. Terminé el bachillerato y me inscribieron a la tecnología en el Sena, pero era lejitos, entonces me sacaron de la empresa porque yo no me quedaba hasta muy tarde, sino que me iba a clase. Me acuerdo que todo el mundo tenía su portátil y yo con mis cuadernos, pero me gané el subsidio por buena estudiante y seguí en la lucha hasta que saqué la especialización ahí mismo en el Sena.
El pasado perdona
Me salió un trabajo en la alcaldía y fue tan bonito, hasta que un policía de los que me hacían seguimiento, le contó a la persona encargada que yo era desmovilizada y me cancelaron el contrato. Yo lloraba y decía que por qué si no estaba haciendo nada malo. Empezaron a regar el chisme por todos lados y me tocó irme a otra ciudad, porque hay personas que entienden y otras que no. Volví a los terminales.
Los de la ARN me conocían porque yo siempre había estado con el acompañamiento de ellos y me llamaron porque había un cargo como promotor de reintegración. Desde hace tres años yo hago prevención de reclutamiento en niños, niñas, jóvenes y adolescentes. Esta es la labor más dura, visibilizarme, contar mí historia para que no nos vean como el coco de la película, para enfrentar a los pelados a la realidad y que no crean lo que venden los medios.
Yo promuevo espacios de reconciliación y pedagogía para la paz; y aquí nadie me estigmatiza. Lo más bonito que hago es transformar vidas y evitar que a ellos les pase lo que a mí me pasó por ser ingenua. Puede que de 15 a los que les haga la capacitación, a tres se les cambie la vida y ya ese es un logro muy grande.
Una familia en la guerra
Yo le digo a mi mami que nos tocó, esa fue la vida que nos tocó, una guerra sin sentido. Ella es una mujer que ha llorado mucho y también pasó por cosas muy duras.
Cuando empezaron a llegar los reincorporados del proceso de paz, yo empecé a buscar a mi hermano. Supe que estuvo en una cárcel, yo le mandaba útiles de aseo y cosas, pero nunca lo vi. Lleva año y medio desmovilizado, pero salió con odio en su corazón, lleno de rebeldía y dolor, es entendible, es entendible. Yo le hago apoyo psicosocial, lo atienden los psicólogos profesionales, pero yo estoy con él.
A mis hijos los llevo a socializaciones de reincorporación, tengo otra niña, para que ellos conozcan lo que nos pasó. Yo no les invento cuentos en las noches, les cuento las historias reales y les enseño el amor propio por ellos y el ayudar a los demás.
Hace poco mi hijo tuvo una exposición de español, sus compañeritos hablaron de Dragon Ball y las tablets, él dijo que quería hablar de la reincorporación y llevó las maletas que unos desmovilizados del proceso de paz me habían regalado. Mi hijo les decía a los niños que la paz era lo mejor que le había pasado en su vida y que los guerrilleros somos panaderos, costureros, que estudiamos. Los niños lo único que sabían era que la paz era una farsa, una mentira, porque eso les dijeron los medios y los papás.
A los niños en este país nos han llevado y nos han hecho instrumentos para la guerra, uno ni sabe por qué pelea, pero pelea. A los niños hay que contarles la verdad, ellos también tienen que saber todo lo que pasó. La verdad es para los niños.
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