Hablar de paz es una necesidad para los estudiantes de la Institución Educativa La María de Ciénaga, Magdalena, las familias de muchos de ellos llegaron a la ciudad huyendo de la violencia.
Llegaron campesinos de las estribaciones de la majestuosa Sierra Nevada, pescadores de los caseríos palafíticos de la Ciénaga Grande, trabajadores agrícolas de las mismas planicies en las que se ha cultivado banano desde los tiempos narrados en Cien años de soledad.
El territorio del municipio de Ciénaga está en medio de dos de las ciudades más grandes de la costa Caribe colombiana, Barranquilla y Santa Marta. Por ello, grupos de narcotraficantes, paramilitares y guerrillas llevan mucho tiempo disputándose el control de la zona y su estratégica salida al mar.
El proyecto Ciénaga Realismo de Paz fue una de las experiencias de Casas de la verdad con sentido en este municipio, trabajó con 60 niñas, niños y jóvenes estudiantes de la Institución Educativa La María. El proyecto fue coordinado por la Fundación Soñadores del Mañana - Funsodelma, en alianza con la compañía de artes escénicas Chedamy Es Aluna y la Fundación L'Etincelle.
A lo largo de tres meses los y las jóvenes participaron de varios laboratorios creativos. Un grupo trabajó con artes plásticas, y como resultado de este proceso surgió un mural. Michelle Bravo, una de las niñas participantes lo explica así: “Queremos decirle a todos los cienagueros que, para ponerle fin a la violencia, debe haber más amor”. Por ello en uno de los fragmentos del mural escribieron: “Amor, sin violencia, sin fronteras”.
A través de talleres y el acompañamiento psicosocial las y los participantes pudieron exteriorizar sus historias, emociones, vivencias y violencias cotidianas. Muchos de sus hogares son de familias reconstruidas después de un desplazamiento, y viven en situación de hacinamiento. “No es fácil que ellos cuenten estas vivencias, todo esto lo hacen mediante los procesos artísticos”, destaca Cristian Varela, psicólogo y coordinador del proyecto. Ni siquiera el luto por la muerte de un ser querido impidió que Jorge Arias, un niño de 16 años, faltara a su compromiso en el estreno. Jorge interpreta al sabio Florián, el olvidadizo personaje que inspira a las personas en su búsqueda de la flor de la paz.
El trabajo escénico se orientó a “generar un espejo que ayude a buscar la no repetición de los conflictos sociales que hoy nos embargan”, plantea Carlos Milliani, el director de la obra.
“¿Cómo conseguir la paz?”, se preguntan las personas de la región, cansadas de las masacres, el reclutamiento forzado y la violencia. “Se debe conseguir la Flor de la Paz”, les responde el gran sabio, que guía parte del eje narrativo de la obra teatral La flor de la paz que preparó un grupo de estudiantes de La María.
Muchos años después, el sabio empieza a recibir visitas de las ya olvidadas personas a quienes había enviado a buscar la flor de la paz. Nadie logró encontrarla, pero cada persona trae consigo una flor que simboliza uno de los valores sobre los que florece la paz.
A lo largo del proceso de preparación chicos y chicas pudieron discutir lo que implica cada uno de esos valores. La tolerancia tiene que ver con el respeto por las opiniones ajenas, en especial cuando se está de acuerdo, concluye la discusión del grupo. La comprensión está ligada a entender que existen diversos puntos de vista, porque las personas somos diversas.
La solidaridad permite al grupo contar ejemplos de cómo se puede apoyar al prójimo y discutir sobre los intereses que puede haber detrás. “Ya casi al finalizar el proyecto descubrimos que una pareja de hermanas caminaba más de dos horas hasta el colegio”, comenta Varela. “Al final pudimos ayudarlas, pero resultó muy inspirador el esfuerzo que ellas mostraban para mantenerse en la obra”.
La amistad, por otra parte, se reconoce como uno de los valores más importantes. Adrián Bozo de 13 años, le contó al psicólogo que para él fue muy importante que durante los tres meses de trabajo en el proyecto, todo el mundo se refirió a él por su nombre y no como “el veneco”, forma despectiva que le afecta mucho y que había sido el apodo que la mayor parte de la gente había usado, desde que llegó al país con su familia.
Como era de esperarse, la flor del diálogo que una mujer le trae al sabio para reconciliarse con él, permitió abrir la conversación entre los estudiantes. “Implica escucharse”, afirma uno de los niños. “Solamente cuando hablamos podemos entendernos y ponernos de acuerdo”, explica otro y “así se pueden encontrar soluciones”, concluye un tercero.
Ya entrados en la conversación, el profesor Milliani, les cuenta sobre la flor del perdón que les permite contar los momentos complicados en los que han tenido que pedirlo y también cuando se han visto ante la disyuntiva de otorgarlo.
La última flor en llegar es la del amor, que al principio hace sentir un poco incómodos a estas personas que transitan por la adolescencia. Con cierto pudor, lo relacionan con el deseo y la atracción. “Muy bien”, les dice el profesor Millani, “¿Y eso es todo?”. Después de un rato la conversación muestra muchos de los complejos matices del amor: el amor propio, el amor por la familia, por la verdad.
“La formación en artes escénicas es una formación integral”, explica el profesor Milliani. El proceso le apuesta a una educación centrada en la cultura ciudadana, que aporta a la construcción de un proyecto de vida propio y a la reconciliación de la sociedad.
Hace más de tres siglos Isaac Newton descubrió que la luz blanca está compuesta por la conjunción de todos los colores. El sabio Florián y los demás personajes de la obra La flor de la paz que persistieron en su búsqueda, encontraron que también la blanca paz es un haz de colores, conformada por un conjunto de valores que actúan juntos.
Ciénaga
Santa Marta
Ciénaga
Cali