Nelson Mandela, el líder sudafricano, fue a la cárcel acusado de promover un movimiento contra el régimen del apartheid. Pasó 27 años en prisión, convirtiéndose en una figura de la noviolencia reconocida a nivel internacional. Finalmente llegó a ser presidente de su país durante el proceso de apertura democrática. Su historia inspiró a una comunidad en situación de desplazamiento, que en los años 90 llegó a la ciudad de Cartagena desde varias partes del país, a llamar “Nelson Mandela” a su asentamiento.
“En mi obra quise plasmar todas aquellas vidas inocentes que se perdieron durante años en el barrio, sin que nadie hiciera nada” cuenta Verónica Ramos, una estudiante de 16 años de la Institución Educativa El Salvador, al frente de su obra en la Casa de la memoria, durante el recorrido inaugural de la exposición En-cueros. “Hasta que nuestros líderes alzaron su voz para que nada quedara impune”.
La Casa de la memoria es uno de los tres inmuebles en el sector de Nelson Mandela que fueron adaptados como Museos de la verdad dentro del proyecto En-cueros: “resignificación del territorio del barrio Nelson Mandela”, una de las dos experiencias de Casas de la verdad con sentido en Cartagena.
“En esa época se decía invasión, pero para nosotros era una recuperación”, explica Gladys Montes, una lideresa del barrio. “Eran unos terrenos al lado del relleno sanitario y de ahí sacamos el plástico y el cartón con el que construimos las casas, también los materiales recuperados fueron el sustento de muchos. Éramos desplazados que veníamos de diferentes partes de Colombia, también había familias de pobres de Cartagena”.
“Al principio, hubo momentos muy felices, sentíamos que estábamos como en el pueblo, pero un par de años después nos llegó una ola de violencia”, prosigue la lideresa mientras presenta unas fotografías de letreros pintados sobre pieles: “Me dolía hasta la risa” dice un letrero sobre la palma de una mano. “Los violentos se ensañaron con los jóvenes, les prohibieron usar el pelo largo o aretes, romper esa regla podía implicar desde una severa golpiza hasta la muerte. A un muchacho lo mataron porque, por accidente, pisó a uno de los asesinos”, indica Montes.
“Los mismos asesinos eran quienes controlaban el negocio de la droga en el sector, pero cuando un muchacho enviciado empezaba a robar, ellos mismos recogían el dinero entre los comerciantes para mandarlo matar”, concluye la lideresa.
El proyecto En-cueros se basó en una metodología de diálogo intergeneracional, en el que las personas que han tenido un liderazgo histórico en el sector se reunían con los y las jóvenes de las tres instituciones educativas participantes y les contaban cuáles habían sido los procesos de resistencia a la violencia en el barrio.
“La forma de salir del espiral de la violencia es a través del perdón, manteniendo la memoria para no repetir, pero perdonando, reconciliándonos”, afirma John Rodríguez, otro de los líderes del barrio ante un grupo de jóvenes en la Casa de la reconciliación, mientras les muestra unas fotografías del proyecto Mandela resiste en verde, una experiencia de cultivo de plantas medicinales que empezó en 2017.
La juventud no está perdida, dice la obra de Elizabeth, una estudiante del grado 11 de la Institución Educativa Colombo Holandesa. Explica que el proyecto le permitió entender que los procesos de reconciliación son mucho más complejos que el simple diálogo. Entendió que bajo el terror y la amenaza no fue fácil conversar, pero cree firmemente que los jóvenes del barrio Mandela tienen la oportunidad de reconciliarse con su pasado y abrir un mejor futuro. Señala cómo ella, al igual que sus compañeras y compañeros, usaron imágenes de manos unidas como un símbolo de la necesidad de unión en la comunidad, que es la base para la reconciliación.
“El Nelson Mandela no es un sector violento, sino que ha sido violentado, tanto por el abandono estatal, como por la violencia física y la discriminación”, explica Stella Martínez, otra lideresa del barrio, en la Casa de la no repetición, mientras rememora cómo en 2007 decidieron parar el espiral de la violencia y empezar a movilizarse. Esto lo simboliza un grupo de fotografías de bocas, que tienen textos en los dientes: “habla”, “canta”, “grita”, que fueron las invitaciones que se le hicieron a la comunidad, postrada por el miedo.
“Yo era de las que decían: yo no estuve ahí, no me importa”, cuenta Geraldine Pérez, estudiante de la Institución Educativa Jesús Maestro. Reconoce que el proyecto le cuestionó mucho y le permitió ver la importancia del trabajo en comunidad y de la capacidad de organización y denuncia. Sus compañeros muestran en sus obras cómo se ha ido desarrollando el barrio, lo que se ve reflejado en la calidad de la construcción de las casas.
Larry Acosta, estudiante de la Institución Universitaria de Bellas Artes, apoyó las actividades del proyecto, pero reconoce que nunca había estado en el barrio y se declara sorprendido por la amabilidad y calidez de su gente. Para él, romper los prejuicios que lo califican como peligroso y violento es una necesidad urgente.
“Estar en cueros, significa estar desnudo, estar expuesto, no ocultar nada” señala Dayro Carrasquilla, quien lideró la experiencia. “El proyecto pretende hacer un trabajo de resignificación del sector. Busca que los jóvenes mandeleros no sientan que deben negar su origen, ni avergonzarse por vivir en esta zona de la ciudad, para ello se busca que conozcan la verdad de lo que ha pasado en el barrio”.
“Permitir que los jóvenes que nacieron y viven en el Nelson Mandela conozcan la historia del sector de primera mano, es una manera de promover nuevos liderazgos”, precisa Wendy Pérez, compañera de trabajo de Carrasquilla en la Fundación Artvi, operadora del proyecto. “Gracias a esta experiencia, hemos podido gestionar alianzas con entidades públicas y privadas, algunas universidades e instituciones de educación media, que permitirán visibilizar los resultados de En-cueros y contribuir de manera amplia a cambiar el imaginario que se tiene sobre el barrio en el resto de la ciudad. Se espera que estos nuevos líderes puedan construir sobre lo que se ha avanzado”.
Hoy, el barrio Nelson Mandela, ubicado en el límite suroriental de la ciudad, tiene casi 50.000 habitantes, todavía con muchas calles sin pavimentar y viviendas que se han ido construyendo en la medida en que sus habitantes han podido, sigue sin servicio de salud y con otras carencias. Aunque sigue siendo uno de los sectores más estigmatizados de Cartagena, tanto sus líderes históricos, como los nuevos liderazgos que el proyecto En-cueros ayudó a consolidar tienen claro que la organización comunitaria, la resistencia noviolenta y la solidaridad son la forma de sacar adelante el barrio.
A semejanza de lo que pasó con el líder sudafricano, el barrio Nelson Mandela se dio a conocer acusado de ser un foco de violencia, pero con el tiempo ha venido demostrando que es una zona que se integra con la ciudad de Cartagena y que puede aportar desde su propia diversidad e identidad.
Cartagena
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