Todo artista sueña con que su arte sea también la forma de ganarse la vida. Pocos artistas logran fama y fortuna, algunos otros logran mantenerse con altibajos, pero la gran mayoría trabajan por “amor al arte”, lo que con frecuencia quiere decir que además de no recibir ingresos, gastan parte de su dinero en sus producciones artísticas. Ser artista profesional no depende únicamente del talento; se requiere apoyo y reconocimiento, oportunidades de formación e incentivos para formar y cualificar las audiencias. La Fundación Grupo ProActo Teatro es un ejemplo de los artistas que trabajan por amor al arte. Está compuesta por un grupo de artistas jóvenes de Arauca.
Arauca es una ciudad de casi 100.000 habitantes, asentada en el margen derecho del río del mismo nombre y que marca la frontera con Venezuela. Históricamente, ha sido una región castigada por la violencia, desde cuando fue brevemente centro del proyecto independentista grancolombiano, pasando por su intento de independencia a finales del siglo XIX, el dominio de las guerrillas de Guadalupe Salcedo a mediados del siglo XX, y más recientemente la presencia de las antiguas FARC-EP y el ELN.
Por tres décadas, la producción petrolera fue la base de la economía del departamento. Sin embargo, Arauca ha perdido importancia en este rubro, las reservas han sido explotadas y la producción es ahora menos de la mitad de lo que era a mediados de los años 90. La región también está siendo afectada por la migración venezolana y, más recientemente, por la pandemia del COVID-19, pero sobre todo por el recrudecimiento de la violencia, que había bajado notoriamente después de la firma de los acuerdos de paz de La Habana.
En este complejo contexto, la Fundación Grupo ProActo Teatro lideró en 2020 el desarrollo del proyecto AIRE: para promover el diálogo social y la verdad en Arauca, la experiencia para este municipio de Casas de la verdad con sentido. En el proyecto participaron treinta personas, incluyendo víctimas del conflicto armado, personas LGBT, personas con discapacidades, migrantes e indígenas.
La propuesta metodológica AIRE se basa en las propuestas del teatro del oprimido desarrolladas por dramaturgos como el brasileño Augusto Boal y el colombiano Enrique Buenaventura. “Esta metodología es principalmente sensorial, corporal y espiritual”, explica Jhonatan Torres, de la Fundación Grupo ProActo.
El trabajo comenzó con un laboratorio que buscó desarrollar en los participantes la capacidad de escucha activa y el reconocimiento de la pluralidad. El siguiente laboratorio trabajó el Autorreconocimiento basado en una reflexión sobre la identidad, la pertenencia y las particularidades del individuo. Se continuó con un laboratorio de Interrelación, en el que los participantes reconocieron la verdad del otro. En el laboratorio de Relación, se usaron diversos lenguajes artísticos como forma de abrir el diálogo social alrededor de la memoria y la verdad, lo que permitió a las personas participantes reconocer su propia verdad y entenderla en el marco de la situación de la región y de Colombia. Finalmente, en el último laboratorio de Expresión, el grupo se dividió en tres para profundizar en las temáticas y lenguajes plásticos de su interés.
Emérita Isaza participó del primer grupo: “Es muy difícil para nosotras como mujeres tener una discapacidad, en especial en un territorio como Arauca”. Aunque su discapacidad es producto de un accidente, señala que la dificultad en la movilidad aumenta su vulnerabilidad en medio del conflicto. Situaciones similares expresan otros participantes en sus lienzos.
“Sin embargo, el arte y la cultura me han ayudado a perdonar a las personas que me hicieron daño”. Emérita es víctima de la violencia, su hija está desaparecida y varios de sus familiares fueron asesinados en hechos del conflicto armado.
Entre los participantes del grupo que creó los Lienzos de la memoria había también indígenas de las étnias hitnü y e'ñepá. Los hitnü, a veces referenciados como macaguán, son un grupo indígena de Arauca que ha sido víctima de las guahibiadas hasta los años 70, de la expansión petrolera y de las acciones de los grupos armados. Ahora está muy reducido tanto en el total de su población, como en el número de hablantes de su lengua y el territorio en el que habitan.
El pueblo e'ñepá, también llamado panare, es reconocido por estar en crecimiento demográfico y por su resistencia a la aculturación. Originarios del estado Bolívar en Venezuela, se han desplazado por diversas regiones de ese país y algunos grupos han llegado a países vecinos como Brasil y Colombia.
A través del trabajo en los lienzos de la memoria las personas de este grupo hicieron contacto con su cuerpo, como primer territorio de paz. “Para mí como artista fue una experiencia muy significativa”, explica Jonier Villamizar, el artista plástico que acompañó este proceso. “Logramos que cada persona pudiera expresar en el lienzo su propia experiencia. Cada lienzo es diferente en términos de los trazos, las pinceladas, porque la capacidad de cada persona es diferente. Sin embargo, tanto en los lienzos como en las placas acompañantes se recogió buena parte de la verdad que cada persona quería contar”.
Un segundo grupo exploró formas de entender los mínimos humanitarios usando técnicas de clown, para lo cual cada persona trabajó en su casa en una propuesta que representara la importancia de cada uno de los ocho mínimos humanitarios que se trataron: la vida es sagrada; el cuerpo de la mujer no es territorio de guerra; no más niñas, niños y adolescentes en la guerra; respeto a campesinos, afros, indígenas y población diversa; respeto a los líderes, lideresas y defensores de derechos humanos; respeto a las misiones médicas y humanitarias; y el conflicto armado no es asunto de migrantes.
El equipo del proyecto acudió a cada una de las casas con cámaras, para grabar sus propuestas y charlar con las personas que las diseñaron. Luego, basándose en esas propuestas, se armó un nuevo guión, que fue interpretado por los actores de ProActo Teatro.
“La idea con este proceso, más que tener una producción de alto nivel técnico, era invitar a la sociedad civil a apropiarse de la reflexión sobre los mínimos humanitarios”, explica Torres. “Necesitamos que la sociedad sea capaz de reaccionar a las situaciones en las que ni siquiera se cumple con los mínimos humanitarios”.
El tercer grupo trabajó con el modelo de teatro-foro, una forma de teatro que busca generar una interacción con el público, pero que en este caso tuvo que ser trabajada en video. Este proceso se basó en los intercambios que todas las personas participantes tuvieron sobre sus experiencias. Durante el momento de Interrelación, el equipo del proyecto entregó deliberadamente, a las personas que después harían parte de este grupo, las cartas que trabajaban los temas más complicados de memoria sobre hechos victimizantes.
De esta manera se logró que este grupo, en el que predominan las personas que fueron víctimas directas del conflicto, profundizara en sus sentimientos y emociones. Además, se hizo un cuidadoso trabajo de diseño de planos e iluminación que permitió un trabajo que interpele a la audiencia.
El hilo conductor de este proceso fue el cuerpo, el cuerpo en acción representando el dolor, para poderlo superar como en el teatro-foro. El cuerpo que goza, pero también denuncia y concientiza en el trabajo de clown sobre los mínimos humanitarios. El cuerpo que se representa en el lienzo y propicia la reflexión sobre sus limitaciones, sobre su diversidad. El cuerpo que comunica: una mirada que toca el alma, un abrazo que toca el corazón, unas manos que conducen y apoyan.
Jhonatan Torres y su equipo han vuelto a sus trabajos regulares en diversas empresas de la región, pero en 2021 fueron invitados a apoyar la experiencia SembrArte, en Vista Hermosa, Meta. Emérita Isaza participó en el Espacio de escucha Género, discapacidad y conflicto armado. “Esperamos que nos ayuden para que nuestra pinturas se puedan vender y nuestro trabajo en el arte y la cultura nos sirva para mantener a nuestras familias”, pidió.
La Fundación Grupo ProActo Teatro busca que sus integrantes, asociados y asociadas puedan sostener a sus familias con su trabajo artístico. “Aún no lo logramos”, concluye Jhonatan. “Todos trabajamos en otras actividades, pero el apoyo institucional, el fortalecimiento metodológico, el reconocimiento formal a nuestro trabajo y la posibilidad de presentarlo en otros ámbitos a nivel nacional, fortalecen nuestra capacidad de gestión y la esperanza que algún día no haremos todo únicamente por amor al arte”.
Arauca
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