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El muro blanco es solo el síntoma

No es difícil ver que lo que ha emergido en estos tiempos es ante todo un reclamo ético y político, no de partidos, que clama por la equidad, por el respeto a la diferencia, porque este estado de cosas se ha vuelto intolerable para una inmensa mayoría.

Junio 02 de 2021

mural instagram

Mural de Apolo en la comuna 13 de Medellín /  https://www.instagram.com/apolo.mde

El muro blanqueado, borrado la semana anterior en la carrera 34 de El Poblado, Medellín, es solo un síntoma. Un síntoma muy preocupante que advierte lo que nos pasa, pero, sobre todo, lo que puede pasar, como decía Primo Levi, el escritor italiano de origen judío, sobreviviente del holocausto: “Nos advierte de lo que es capaz el hombre”, refiriéndose a la importancia de la memoria. Todas las guerras civiles o la insoportabilidad de la convivencia, han nacido de un gesto, una palabra, una señal, que poco a poco suman a la intolerancia.

Basta recordar el genocidio de Ruanda, en el que fueron asesinados entre 500.000 y un millón de personas entre el 6 de abril y el 15 de julio de 1994. En Ruanda el gobierno colonial belga estableció un sistema social racista, organizándolo institucionalmente como castas, aun cuando no existía ningún rasgo étnico ni lingüístico específico que las diferenciara: la minoría tutsi (15%) fue establecida como casta dominante y la mayoría hutu (85%) como casta subordinada. La subordinación de la mayoría hutu a la minoría tutsi, en el marco de un orden colonial e injusto, exacerbó las diferencias y el odio dentro de la sociedad ruandesa. Dicen los analistas que se había incubado el miedo de los hutus a ser explotados y el miedo de los tutsis a ser eliminados.

La nuestra es también una sociedad de castas o de clases, cada vez más evidente. Y ha sido desafortunadamente una sociedad racista y clasista, razón por la que grandes sectores de la población han permanecido en la pobreza, la estigmatización o el abandono, pero en este siglo las expresiones de confrontación social no habían aflorado como ahora. Es el trauma de la guerra posiblemente; es la profundización de los miedos que producen la polarización y la posverdad. En esta realidad no somos representados como distintos y complementarios, sino como enemigos. “Los otros” son una amenaza. Nos debemos una reflexión profunda que no puede tardarse. Corremos el riesgo de seguirnos borrando.

Expresiones como “venir a pintar al patio de mi casa”, plantean que la ciudad está estratificada, que hay barreras invisibles infranqueables, y posesión del espacio público por parte de algunos sectores, al que no deben pasar otros. Que “se regresen a su hábitat natural”, otra expresión de deshumanización y negación del derecho a habitar el país, por parte de otros. Son síntomas que emergen y se suman. Que abren la brecha e impiden el reconocimiento de la igual dignidad de todos los seres y el derecho pleno de expresarnos, de ser ciudadanos. Hay unos que no tienen acceso a los medios masivos, sino al grafiti. Es su acto poético. Es su palabra puesta en la escena pública, para ser escuchada, como también lo es el hip hop. Es su palabra para nombrar y para nombrarse, para construir su propio significado, para ser vistos, escuchados. Para ser tenidos en cuenta. Para tener un lugar.

Si se diferencia el vandalismo de la protesta social, no es difícil ver que lo que ha emergido en estos tiempos es ante todo un reclamo ético y político, no de partidos, que clama por la equidad, por el respeto a la diferencia, porque este estado de cosas que vive el país se ha vuelto intolerable para una inmensa mayoría. Habría que escuchar con generosidad y no solo criminalizar, como se ha hecho históricamente a los reclamos sociales, lo que nos ha llevado a reeditar una y otra vez la guerra.

La palabra, hecha grafiti, canción o cartel, es una expresión legítima. Es el derecho justo a levantar la voz, a decir lo que se siente y se reclama. Es el derecho a soñar que un mundo mejor es posible. No es contra nadie. Decir “Convivir con el Estado” es un reclamo serio y profundo al Estado, es la conciencia de lo que debe ser y no es: que el Estado sea el garante de la seguridad y no los ciudadanos aplicando justicia por mano propia. Ya sabemos lo que pasa cuando se permite que así sea. Decir que “El pueblo no se rinde carajo”, nos recuerda que tenemos derecho a la indignación, al reclamo, no a la violencia, por supuesto. Pueblo somos todos. Un grafiti no es violencia, es arte, es palabra, es un texto, con subtexto también, que puede y debe ser leído como se leen los titulares de prensa, los libros, las obras de arte. Abren una pregunta al pecho humano.

Es hora de que nos asista la sindéresis y la tolerancia. No todos hemos tenido igual acceso a los derechos y no a todos nos ha tocado por igual el conflicto armado. Hay una promesa de la democracia que no se cumple para muchos y tiene que doler verse sin futuro. Es el precariado, como dice Bauman, quien también sabiamente observa cómo el más cruento de los efectos colaterales de la pobreza es no tener un lugar. Esto nos exige compasión, ponernos en el lugar del otro con la intención de comprender y ayudar. De nada nos sirve señalar o taparnos los ojos, porque el presente y el futuro es común a todos.

También debo decir, como ciudadana de este país, que el miedo criado en tantos años de guerra nos ha impedido ver al otro, a los otros, y la gran mayoría no ha tenido la hermosa oportunidad de sentir, ver, escuchar a esas clases sociales que habitan la ciudad del precariado, y que tienen tanto para enseñarnos. Luchan día a día por una existencia digna, resisten, se inventan formas de ser y hacer para tener un lugar y servir a los demás, son profundamente solidarios, y en ellos no habita el odio. Suena romántico, sí, pero hablo con conocimiento de causa de una inmensa mayoría de familias, hombres, mujeres, y sobre todo jóvenes con los que deberíamos estar hablando, compartiendo, aprendiendo mutuamente, porque también ellos pueden aprender de los “otros”, los más privilegiados, porque de la misma manera muchos de ellos sueñan con un país justo en el que quepamos todos, y desde su lugar, luchan por esto.

Tenemos en nuestras manos el presente y el futuro. Nos corresponde agradecer con nuestros actos la vida que nos fue dada y las oportunidades de vivir en este país, en esta Colombia rica y plural.

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