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Comisión de la Verdad

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“Somos mujeres berracas”, la participación de las campesinas en el Cuarto Encuentro por la Verdad

La Comisión de la Verdad le apostó a reconocer de forma amplia la vida, impactos de la guerra, lucha y resistencias de las campesinas.

Diciembre 26 de 2019

En el campo las mujeres “Somos las primeras en levantarnos y las últimas en acostarnos”. A pesar de ello en Colombia se suele relacionar lo agrario a lo masculino, invisibilizando el trabajo y el liderazgo de las mujeres en las luchas campesinas. De igual manera solemos pensar que son los hombres campesinos los que más deben afrontar los impactos del conflicto, pero olvidamos que las campesinas deben seguir su vida tras las muertes de sus esposos, padres, hermanos, hijos, se desplazan huyendo de estas muertes, emprenden la búsqueda de sus seres queridos desaparecidos, y afrontan los impactos sociales, físicos y psicológicos después de una violación.

Por esto la Comisión de la Verdad, le apostó a reconocer de forma amplia la vida, impactos de la guerra, lucha y resistencias de las campesinas. Porque, para reconstruir la verdad sobre el conflicto armado en Colombia, es necesarios escuchar las voces de las mujeres campesinas, sobrevivientes y testigos de cómo la guerra se encarnizó con los y las habitantes de la Colombia profunda.

 

 

Los pasados 12 y 13 de diciembre, la Comisión de la Verdad realizó el cuarto Encuentro por la Verdad denominado ‘El campo cuenta la verdad’, en el municipio de Cabrera, ubicado en el corazón de la región de Sumapaz, Cundinamarca, un lugar que es zona de reserva campesina y cuna de la revolución agraria. Con este encuentro la Comisión hizo un reconocimiento de los impactos a las poblaciones campesinas en el marco del conflicto armado, para que la sociedad colombiana sea consiente de las afectaciones y resistencias que el campesinado ha sufrido y afrontado a lo largo de tantos años de guerra.

 

parque cabrera cundinamarca

 

“Tenemos la convicción de que la verdad y el reconocimiento de toda la sociedad de la realidad que vivimos en el conflicto armado interno es el primer paso hacia la reconciliación, porque la verdad sana, la verdad enseña y nos muestra lo que no podemos permitir que vuelva a pasar, nos muestra el camino de la no repetición. Reconocer es admitir y aceptar algo como cierto, examinarlo a profundidad, para saber realmente lo que es. Una de las tareas de la Comisión de la Verdad, es buscar que la sociedad reconozca que sí hubo conflicto armado y que tuvo grandes consecuencias para las personas, los colectivos y las instituciones”, expresó el comisionado Saúl Franco.

Con el fin de asegurar la participación de las campesinas y darle voz a sus experiencias como mujeres durante este reconocimiento, el Grupo de Trabajo de Género de la Comisión, con el apoyo de ONU Mujeres y Oxfam, comenzó un proceso con más de 19 plataformas nacionales, con las que llevó a cabo un encuentro preparatorio en donde se reunieron más 50 mujeres de diferentes regiones rurales de todo el país, el 1 y 2 de noviembre en Bogotá. En este encuentro se trabajó colaborativamente con las campesinas para identificar cómo las había impactado particularmente el conflicto armado por el hecho de ser mujeres rurales, así como cuáles habían sido sus formas de afrontar la estigmatización y los hechos victimizaste vividos.

 

mujeres campesinas baile

 

Las campesinas identificaron la importancia de reconocer su aporte en la economía familiar, la seguridad alimentaria y la protección del medio ambiente; el fuerte impacto que generó en ellas el despojo de la tierra que conllevó al despojo de su comunidad, de su territorio, de sus formas de vida y de cultivo, de su soberanía alimentaria, e incluso el despojo familiar y de sus propios cuerpos; las violencias sexuales y la crueldad de las formas de violencia a las que fueron sometidas; la relación directa entre las empresas, la agroindustria, las hidroeléctricas, los puertos y los enclaves agrícolas con estos despojos; los efectos del desplazamiento sobre ellas, como la discriminación por ser mujeres, pobres y analfabetas o como la perdida de la identidad campesina, de lo colectivo y de sus roles femeninos en la ruralidad; la necesidad de reconocer la lucha histórica de las mujeres por la titulación de la tierra, que tradicionalmente se hace a los hombres, y de garantizar a las mujeres campesinas titulación de tierras, restitución, procesos de reparación e indemnizaciones.

“La mujer que tiene tierra no dejará morir a sus hijos de hambre. Hemos tenido luchas por la tierra y hemos estado amenazados de muerte por un pedazo de tierra. Pero hay muchas mujeres sin tierra. Entonces la idea mía es que toda mujer campesina tenga, así sea, una hectárea de tierra. Porque en una hectárea de tierra nosotras tenemos una vivienda, una huerta y algunos otros cultivos que son la seguridad alimentaria para nosotras y nuestra familia. La cuestión es que la tierra sea titulada a la mujer, porque hay muchas que tiene su marido, pero la tierra es del marido y cuando al marido no le da la gana no la deja sembrar ni una mata de yuca”, dijo María Elena Solano Niño, mujer campesina de Girón, Santander, durante el encuentro preparativo.

 

Luz Elena Solano

 

Y es que este tema, que parece tan cotidiano cuando una mujer lo cuenta de esta manera, es una de las grandes problemáticas de la guerra en nuestro país. El problema de las tierras en Colombia, es uno de los ejes principales de nuestro conflicto, llevamos más de 200 años matándonos por ellas, y cuando una mujer campesina reclama tierras está luchando porque su voz, de las más relegadas y deslegitimadas dentro de esta pugna, sea escuchada, porque su experiencia y su existencia han sido relevantes para el desarrollo rural, social e histórico en Colombia.

 

 

Por otro lado, las campesinas también identificaron sus resistencias y afrontamientos. Expresando la necesidad de que el Estado y la sociedad colombiana reconozcan cómo las mujeres campesinas han recogido experiencias y saberes, reconstruido las comunidades, creado y sostenido procesos organizativos, liderado luchas históricas, y cómo se han constituido como sujetos políticos. Sin desconocer que estos avances de nuevo las pone en riesgo latente.

De este modo, las campesinas perfilaron el mensaje que como mujeres rurales quería posicionar en el Encuentro por la Verdad. Un mensaje que les permitiera mostrarle a Colombia los impactos que como mujeres sufrieron durante el conflicto, su potencial como luchadoras y sujetos políticos, así como toda su capacidad de resistencia y organización.

 

Gloria Amparo Arboleda

 

Gloria Amparo Arboleda, mujer campesina del Pacífico, cerró este encuentro improvisando este alabao:

“Y así nuestro caminar

Huellas debe dejar

Comisión de la verdá

Nuestro respeto le vamos a dar

Pero queremos apoyar

Que nos ayuden

En no olvidar

Nuestros mensajes no tildar

Sino apoyar como semilla

Todas vamos a germinar”.

 

Tras este encuentro, la Comisión de la Verdad seleccionó a cuatro de estas mujeres para que fueran parte de los testimonios que narraron, durante el cuarto Encuentro, cómo el despojo y el desplazamiento han contribuido a la pérdida del vínculo de campesinos y campesinas con la tierra, cómo han sido estigmatizados como colaboradores e integrantes de la guerrilla y el narcotráfico, y cómo los impactos a la identidad campesina y las resistencias al conflicto armado han atravesado diferentes niveles de sus vidas.

 

Claudia Machuca navarro

 

Claudia Machuca Navarro del municipio del Peñol, corregimiento Buenos Aires en el Magdalena Medio, narró su historia mediante cantos:

“Yo nací en un país muy rico

Donde hay plata y hay oro,

También está la esmeralda,

el coltán y el petróleo.

Lo invade una cruenta guerra

Que está acabando con todo

Los niños nacen enfermos

Solo queda piedra y lodo

Y es muy triste que en mi país

Se viva esta situación

Un grito se escucha aquí

Que sale del corazón (bis)

Que callen los fusiles,

Que hay niños llorando

Que callen los fusiles

Que hay mamás llorando

Que callen los fusiles

Que hay mujeres llorando”.

 

En el 2003, Claudia, fue desplazada del territorio del Magdalena Medio que se conoce como la hacienda ‘Las Pavas’: “Llegan los paramilitares y nos dicen que si seguimos trabajando las tierras no responden por nuestras vidas y que vamos a pasar como pasan los cadáveres por el río”. De este territorio fueron desplazadas más de 600 personas, como resultado de una estrategia de despojo para la apropiación del terreno para la siembra de grandes cultivos de palma africana, como lo canta ella:

 

“Les vengo a contar la historia,

les vengo a contar la historia que ha pasado allá en mi pueblo,

me quemaron la casita que tenía yo en Las Pavas

por culpa de las palmeras yo quedado a la deriva

por culpa de las palmeras tengo un dolor en mi alma (bis)

vivía esperanzada en este bendito gobierno

y hoy les digo cantando que eso no sirvió de nada

cuidan es al de la plata al pobre si lo desplazan

para quitarle las tierras y sembrar palma africana (bis)”.

 

Tras este primer desplazamiento, mujeres verracas, como Claudia, junto con sus comunidades, han luchado por recuperar sus tierras, pero el conflicto por la tierra y el apoyo estatal y paramilitar a la empresa palmera, las ha arrastrado por un doloroso ir y venir. En 2009 retornaron, pero el 14 de julio la policía las vuelve a desaojar. En el 2011 vuelven a intentarlo “pero la empresa palmera creó un supuesto grupo de seguridad, que se encargaba de quemarnos las casa, de envenenar los animales, intentos de homicidio a los compañeros, amenazas para las mujeres, a las niñas las iban a violar y fuera de eso arrasaban con nuestros alimentos”, cuenta Claudia.

Con orgullo Claudia resalta la historia de 10 mujeres que deciden apostarle a recuperar sus tierras y crean la asociación campesina Asocap: “Teníamos un vivero de papayos con unas 1.000 plántulas de papayo, llegó el grupo de seguridad privada les pusieron un arma a las compañeras para que no nos avisaran lo que estaba pasando, nos arrasó todo”. En el 2016, cansadas, decidieron trasladarse un poco más cerca de la comunidad, hicieron un criadero de peces y, poco a poco, fueron fortaleciéndose hasta encontrar apoyo en el Ministerio de Agricultura: “Empezamos a tener comida porque las mujeres recuperamos como 30 hectáreas, había comida y eso nos empezó a dar fuerza para nosotras luchar por el territorio. Y en este momento podemos haber un 60% retornados. Nosotras las campesinas somos tercas ¿pero saben porque somos tercas?, porque para nosotras un despojo significa muerte”.

 

“Llegó la hora de regresar a mi tierra

donde pienso plasmar mis proyectos,

de donde me sacaron a peso de guerra

 y nos humillaron en aquellos tiempos (bis)

por el Brazuelo pasaban los cadáveres

para atemorizar a mi pueblo”.

Este canto de Claudia se queda en el recuerdo como un llamado a la esperanza de una mujer que quiere recuperar sus tierras y sembrar en ellas sueños que permitan sanar las heridas de la guerra.

Cecilia Lozano, fue otra de las mujeres elegidas para contar su historia. Cecilia creció y construyó su familia en Mapiripán, Meta, donde vivían tranquilos con una vida campesina austera pero digna. En 1997, los paramilitares llegan a Mapiripán y entre el 15 y el 20 de julio asesinan a más de 49 personas, por lo que Cecilia y su familia se desplazan a Bogotá.

 

Cecilia Lozano

 

“Y empezó nuestro calvario como familia. Llegamos a Bogotá y lo único que sabíamos era el campo, pero aquí en Bogotá nos tocó cambiar y no conseguíamos trabajo y decidimos devolvernos porque Héctor Vega, quien era mi esposo, dijo: “Aquí no podemos conseguir trabajo porque nadie nos da trabajo””, contó Cecilia. Dos años después de rebuscarse la vida en Bogotá, en 1999, decidieron devolverse a Mapiripán, después de que le ejercito dejara la zona y las FARC recuperaran el poder territorial.

“Duramos tres años allí trabajando nos iba superbién, mi esposo se dedicaba a la ganadería. En el año 2002, de nuevo llegan los paramilitares a Mapiripán. En una reunión dijeron que ellos ya no iban a asesinar gente como la primera vez, que le habían cortado la cabeza a todo el mundo, pero el que debiera algo, el que tuviera algo que ver con las FARC, que se fuera yendo porque si no lo iban a desaparecer. Y efectivamente empezaron a desaparecer personas, todos los días desaparecían gente. Y no solamente eso, sino que eran disparos, toda la gente tenía trincheras en sus casas, para poderse proteger de los cilindros, de las bombas que sonaban por todas partes. Yo vivía en la finca y cuando desaparecen a mi esposo salgo al pueblo a ver si había llegado y cuando llegué allí la gente venían corriendo, nunca se me olvida esa imagen, me decían: “Devuélvase, devuélvase que nos sacaron corriendo también”. En esos días sacaron a todo el pueblo porque lo iban a quemar. Y nos fuimos todos para debajo de una carpa los poquitos que quedábamos allí, solo mirábamos luces de bengala en las noches, hasta que llegó el ejército, pero mi esposo ya lo habían desaparecido. La gente creyó que allí pasaría todo, pero realmente no pasó, los paramilitares seguían en el pueblo junto con el Ejército, en el día amarraban la gente y en la noche la desaparecían y así transcurrió un tiempo”.

“Quiero contarles que nosotras las mujeres, y más las campesinas, en estas situaciones sufrimos demasiado. Es decir, que además de que venimos con el patriarcado, con esta cultura machista, nosotras en el marco del conflicto armado hemos sufrido un impacto desproporcionado. Se los puedo decir, salí la primera vez con mi esposo, intentamos resistir, pero era más fácil cuando él estaba a cuando tuve que salir la segunda vez desplazada y con tres hijos a la ciudad. Las campesinas de este país, por el patriarcado que teníamos, no nos sentíamos dueñas de la tierra, así que muchas mujeres perdieron la tierra, las mujeres fueron despojadas”.

Debido a esto, Cecilia se organizó con otras mujeres para exigir sus derechos, y, en 2006, crearon la Asociación de Mujeres Desplazadas del Meta (ASOMUDEM). Estas mujeres identificaron que la mayoría de integrantes de la asociación eran campesinas, que habían perdido a sus compañeros sentimentales y que muchas habían sufrido reclutamiento forzado. Posteriormente impulsaron la Red de Mujeres Desplazadas en el departamento del Meta, que hoy aglutina a 53 organizaciones para decir: “Todas juntas somos más y todas juntas podemos exigir nuestros derechos”.

Luz Marina Cuchumbe, del municipio de Inzá Cauca, fue la tercera mujer en dar su testimonio, e inauguró su discurso diciendo: “Soy una mujer campesina que hoy traigo en mis zapatos tierra de mi pueblo, traigo tierra en las uñas de mi mano, una mujer que labra el campo día a día. Los invito hoy a escuchar a una mujer campesina, a una mujer que escasamente tiene un quinto de primaria, es importante que escuchen las voces de las mujeres del campo, a las mujeres que hemos sido estigmatizadas en todo sentido”.

 

Luz Marina

 

La hija de Luz Marina, Hortencia, fue asesinada por el Ejército colombiano y convertida en falso positivo cuando tan solo tenía 17 años, el 8 de enero de 2006, en el municipio de Inzá, vereda Belén, Cauca. Su madre la recuerda como una joven que tenía sueños, que quería educarse para educar sus jóvenes de su comunidad.

“Pero unas balas asesinas truncaron esos sueños, unas balas asesinas atemorizaron el Cauca, unas balas asesinas quitaron sueños y dejaron a unas madres llorando, angustiadas, atemorizadas por este dolor. Quiero decirles que el Batallón de Pigoanza de Garzón, Huila, fue quien asesinó a mi hija. Nosotras parimos hijos no para la guerra, parimos hijos para que labren el campo, para que progrese Colombia, para eso parimos hijos”, contó Luz Marina.

La comunidad de Inzá construyó una gruta de la vida en el lugar donde asesinaron a la hija de Luz Marina y a otros jóvenes, en ella se encuentran mensajes conmemorativos escritos por los campesinos y campesinas. También, crearon la Casa de la Memoria, lugar donde están sus pertenencias y sus fotos, y que se ha convertido en un espacio donde se capacitan mujeres, hombres, niños y niñas.

“Como mujeres nosotras también hemos resistido mucho, en compañía de nuestros compañeros campesinos, hoy con mucho orgullo les digo, nosotras las mujeres somos capaces de resistir de apropiarnos de nuestras organizaciones como es nuestra organización campesina en el municipio de Inzá. Somos muy chiquiticas, pero tenemos un corazón muy grande para decirle a Colombia que queremos la paz, no queremos la guerra, somos mujeres valientes, somos mujeres verracas, de luchar la verdad, buscar la verdad”, expresó Luz Marina.

Elizabeth Pavón, de la región del Catatumbo, fue la última en dar su testimonio: “El 29 de mayo de 1999 esos sueños que nosotros habíamos construido como campesinas y campesinos se nos desboronaron con la entrada de lo que nosotros llamamos la caravana de la muerte que se vino desde el departamento de Córdoba, cruzando por muchos retenes militares sin que nadie les dijera nada en complicidad con la fuerza pública, así llegaron al municipio de Tibú, a una vereda más conocida como Refinería o Carbonera, donde cobraron sus primera víctimas, un residente de junta de acción comunal y varios líderes comunales. Ahí empezamos a vivir la horrible noche que vivimos las catatumberas y los catatumberos”.

 

Elizabeth Pavon

 

Con la llegada de la caravana de la muerte se desataron todo tipo de violencias en la región. La comunidad fue estigmatizada como guerrillera, dos hermanos de Elizabeth desaparecieron, y después de una amenaza recibida, en donde se les daba 15 minutos para salir de la vereda La India, ella junto con sus hijas, una de las cuales solo tenía tres meses de nacida, sus papás y otras personas de la comunidad empezaron el viaje de huida dejando atrás sus vidas, sus sueños y su territorio. “No, nosotros no éramos guerrilleros, somos campesinos que trabajamos la tierra para que la gente de la ciudad pueda subsistir”, reclamó Elizabeth.

Elizabeth recordó que en el 2005 crearon la Asociación Campesina del Catatumbo, como alternativa para hacer resistencia y defender sus derechos, debido a que después de la supuesta salida del paramilitarismo de la región se vieron nuevamente amenazados, esta vez por el Ejército. Fue entonces cuando la recién creada Brigada Móvil 30 empezó a presentar jóvenes, desaparecidos en Soacha y ejecutados extrajudicialmente, como guerrilleros caídos en combate con el fin de inflar las cifras de los resultados la seguridad democrática implementada durante el gobierno de Álvaro Uribe. Cuando los campesinos y campesinas de la región empezaron a denunciar estos casos, la respuesta fue abrirles casos judiciales. De igual manera, la erradicación y la fumigación de la coca empezó a afectar directamente a las familias campesinas de la región.

Como respuesta la población campesina creó la Asociación Campesina del Catatumbo y el refugio humanitario, lugar donde muchos campesinos y campesinas encontraron un espacio para aprender sobre la defensa de sus derechos

Elizabeth terminó su narración exhortando a las mujeres: “Nosotras como mujeres también podemos aportarle mucho a este país a construir la paz que es lo que más nos compete a todos, un proceso de paz que el gobierno ha sido ajeno a que se cumpla como se acordó. Entonces nosotras como campesinas y campesinos nos debemos unir y hacer que este proceso de paz se cumpla, porque ya no queremos más muertos, ya no queremos ser más viudas, más madres, más hermanas solas, queremos seguir construyendo, que nuestros hijos, que nuestras hijas, que nuestras futuras generaciones tengan un lugar seguro, tengan a donde vivir, tengan sueños”.

Estos reclamos son la voz de un pueblo herido por la guerra, que le pide a la Comisión de la Verdad y a toda la sociedad colombiana la posibilidad de un nuevo país, pero para lo que necesita sanar y saber la verdad de lo que ocurrió durante el conflicto. La intervención de Cecilia le recordó a la Comisión y a los excombatientes y diferentes responsables de lo ocurrido durante tantos años de conflicto, lo que ya ella en su discurso había planteado:

“Decirle a la Comisión de la verdad que se averigüe, que se investigue, que se sepa la verdad, “¿por qué yo no puedo volver a mi tierra?, ¿por qué yo no puedo volver a mi pueblo?, ¿por qué hoy, después de 14 años, yo no je podido ir?, ¿por qué salgo aquí y todavía me siguen persiguiendo por decir que en Mapiripán, todos se quedaron con la tierra y nadie nos protegió?, ¿qué pasó con mi esposo que después de 14 años no sé nada? Necesito que se conozca la verdad”.

Su acción fortaleció la participación de las mujeres en cada uno de los bailes, obras de teatro y espacios culturales que se hicieron durante el encuentro, las canciones que interpretó el grupo el Son del Frailejón, una agrupación de jóvenes campesinas que con voz femenina y a ritmo de carranga honraron la resistencia campesina, y la instalación en las inmediaciones del coliseo de Cabrera en donde se podían leer los perfiles de lideresas campesinas asesinadas por sus luchas.

 

son frailejon

 

Tras todo este despliegue, queda grabada en el alma del país la frase que ellas mismas proclamaron: “Que vivan las campesinas que han hecho resistencia en este país”.

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