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Comisión de la Verdad

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Los excombatientes tienen una voz que hay que escuchar

Los ciudadanos y las comunidades debemos desmovilizarnos de los preconceptos, prevenciones, estigmatización y señalamientos infundados contra los excombatientes y reconocerlos como vecinos, como hermanos.

Septiembre 20 de 2019

Es necesario tomar en cuenta a los excombatientes. A todos: a los líderes y a “la guerrillerada” que llaman; también a los excombatientes del paramilitarismo, a sus jefes y a los de otros procesos. Como dicen los abuelos, “ellos saben por dónde le entra el agua al coco” en relación con el conflicto armado. Pero para referirme a los excombatientes de las Farc, creo que mucha gente –voces que se creen autorizadas, estudiosos, políticos, analistas y toda suerte de opinadores– han tomado partido por ellos sin preguntarles.

Todos los que han participado en el conflicto armado en Colombia, tanto de un lado como de otro, y tomaron la decisión de dejar las armas, lo hicieron para tener una vida tranquila, para reconstruirse como seres humanos lejos de la guerra. Pero con la realidad en la que está sumido el país hoy, esa ilusión de cambio es difícil. Ellos lo saben, lo leen en el ambiente; tienen mucho miedo y frustración, tanto los de las Farc, que acaban de iniciar su proceso de reintegración, como los de la AUC, que ya lo finalizaron o están cerrándolo.

Muchos dicen que ese sueño en el que creyeron, de una Colombia distinta, se ha ido desvaneciendo. Incluso, algunos miembros del Ejército que combatieron durante años reflexionan sobre el esfuerzo que hicieron ellos y los otros, sobre los riesgos que corrieron, y concluyen que es momento de darnos una oportunidad real para reconciliarnos.

Es necesario pensar en las familias de los actores armados. Cuando ellos deciden entrar a la guerra, casi siempre la decisión es individual, pero cuando logran sobrevivir y tienen la posibilidad de regresar, esa decisión involucra a los padres, los hijos, las esposas y a la familia extensa –en el caso de los pertenecientes a grupos étnicos, como los afros e indígenas–. Frente a las tristes consecuencias que tiene hoy para las familias recibir a un excombatiente, toda la sociedad debe reflexionar y hacer un cambio positivo.

Muchas de estas dificultades pueden explicarse en la crisis social y humana que vive nuestro país. Todos los ciudadanos debemos superar la arrogancia y el rencor alimentado hacia el otro, el distinto; debemos ser capaces de reconocer y respetar sus ideales y búsquedas personales y sociales. La manera como la presencia de los excombatientes afecta a un vecindario, un barrio o una comunidad muchas veces tiene que ver más con cómo se les recibe y se les trata que con la manera como ellos actúan y se relacionan con la comunidad. Las enfermedades que nos ha dejado la violencia hacen que los odios y resentimientos sociales recaigan en los excombatientes y en sus familias, situación que los lleva a cambiar de barrio o de pueblo. por señalamientos que se les hace, presiones sociales o de actores armados, amenazas y exclusión. Incluso algunas familias han sido violentadas y alguno de sus miembros han sido asesinados por albergar a un excombatiente o por recuperar a uno de sus miembros, que regresa a casa.

Esta difícil realidad debe ser revisada por la sociedad colombiana, por cada ciudadano, porque la situación del país nos ha mostrado que la guerra no es el camino, que la violencia, simbólica, verbal o comunitaria no soluciona nada. Por otro lado, es necesaria una comprensión humanizada de la situación de los excombatientes; son ciudadanos que además de acogida en los entornos urbanos, barriales y comunales, requieren apoyo psicosocial, respeto y respaldo comunitario a los grupos familiares integrados por ellos, que viven este drama.

Los ciudadanos y las comunidades debemos desmovilizarnos de los preconceptos, prevenciones, estigmatización y señalamientos infundados contra los excombatientes y reconocerlos como vecinos, como hermanos. Debemos respetar su decisión de reintegrarse a la sociedad y construir país, y reconocer esa apuesta como un gran aporte a la paz, a la que ellos contribuyen al volver a casa y al entorno social. Todos podemos contribuir tratándolos con respeto, ayudando a regular sus cargas emocionales, entendiendo que necesitan amor y que a algunos les hace falta llorar, hacer el duelo de sus pérdidas, sus ausencias y encontrar manos amigas en el camino que han emprendido.

 

Sobre el blog...

Este blog reúne mis reflexiones como comisionada de la verdad en Colombia y mi experiencia de escucha caminando por distintos territorios en la búsqueda del esclarecimiento de la verdad de la guerra en mi país. Espero que estas líneas se conviertan en una especie de testimonio de cómo juntos podemos encontrar las claves de la reconciliación y de la convivencia para evitar que los hechos dolorosos que hemos vivido como sociedad.

Mi perspectiva es la de una mujer oriunda de Chocó, en el Pacífico colombiano, y habitante de Urabá durante gran parte de mi vida. Aunque he sido víctima, no estoy encerrada en mi propia historia. Estoy atenta a escuchar voces diversas, porque reconozco que no hay una verdad única ni universal, sino que desde todas las orillas surgen voces que crear un mar de explicaciones, dolores y esperanzas, porque todos tenemos algo qué decir, algo para contar y algo qué escuchar, no solo sobre el conflicto armado interno, sino sobre su transformación, sobre como salimos de su espiral y lo dejamos atrás para construir un futuro sin guerras.

Ángela Salazar

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