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Comisión de la Verdad

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¡Yo soy gente!

Las víctimas y los ciudadanos de a pie son la razón por la que estoy en la Comisión de la Verdad.

Diciembre 19 de 2019

Para mí, las víctimas y la comunidad en general son los que tienen la verdad, los que han vivido y conocen en profundidad lo que realmente es la violencia y el conflicto armado. Pero también son quienes saben cómo la violencia se cuela en los conflictos cotidianos y les afectan la vida, son quienes pueden decirnos por qué como nación la violencia nos ha arrasado. Por eso entiendo que quienes hacemos parte de la institucionalidad debemos ser muy cuidadosos, para que nuestra acción no sea con daño. Es necesario cuidar la forma como atendemos a las víctimas, las estrategias y acciones con las que nos relacionamos con ellas y humanizar los espacios en que se conversa sobre las afectaciones que han sufrido. Debemos afinar la comprensión y el respeto de sus gestos, sus silencios, sus formas de lenguaje no verbal y la necesidad incontrolable de hablar –no exactamente de lo que queremos saber– por parte de quien lleva una herida interna causada por la guerra, de la cual no conocemos el tamaño ni la profundidad, por más que nos haya llegado alguna información preliminar. Esos cuidados y comprensiones, la paciencia y la serenidad, la disponibilidad generosa y considerada, son claves para construir confianza y tejer un relacionamiento digno y respetuoso.

Estos asuntos me importan. Me gusta el trabajo con la comunidad porque soy comunidad y soy víctima. Mi trabajo siempre ha sido desde ahí; he sentido la soledad de la gente e incluso de comunidades enteras que entre tanta víctima famosa –con todo el movimiento por las reivindicaciones y la reparación de los afectados por la guerra– cuyos casos no son emblemáticos o no califican en esos que conmocionan al país, aunque las personas y sus espacios de vida hayan sido profundamente afectados; casos que nadie se ha tomado el trabajo de escuchar, personas y colectivos que nunca han podido contar lo que han vivido. Muchos de los casos que documenté tenían estas características; algunos no recibieron indemnizaciones, el reconocimiento esperado o el esclarecimiento profundo de los hechos, pero la mayoría me manifestó que la escucha atenta, la escritura sincera y considerada de lo que contaron, el hecho de encontrar una voz y una mano que no juzga, sino que acompaña y guía con consideración, les ayudó a ver y caminar con mayor seguridad hacia el futuro.

He encontrado estas situaciones tanto en las víctimas como en los actores armados, materiales e intelectuales, que son seres humanos cercanos a las comunidades. ¿Por qué cercanos?, porque son los hijos de la gente que anda a pie, porque muchos perpetradores o determinadores pertenecen a comunidades que fueron gravemente golpeadas por la guerra y, tras la terminación de las confrontaciones y los procesos de paz, salen de las cárceles o simplemente se cansan de jugarse la vida cada día y vuelven a ser personas sin poder, que regresan a los territorios de donde partieron, donde están sus familias e historias. Las comunidades que antes los temieron, que los recuerdan armados y con voz de mando, a su regreso se vuelven receptoras y espacios comunitarios para la reintegración de estas personas que, con todas sus fragilidades, intentan reconstruir sus vidas. Los excombatientes llegan temerosos, con miedo al señalamiento, con las dudas de no saber qué hacer con sus vidas; algunos solo conocen la guerra como camino, no saben cómo recuperar la familia o crear una nueva. Y deben asumir culpas, oír llorar a una madre porque le asesinaron o desaparecieron a su hijo, que era otro combatiente, y empezar a construir confianza, demostrando que realmente han decidido cambiar. Todo ese camino no pueden recorrerlo solos; los excombatientes de todos los ejércitos necesitan de la sociedad y de las comunidades para que su regreso sea exitoso. Frente a las historias de estos hombres, mujeres y niños hay que tener respeto y mirar con humildad; tenerles paciencia a estos seres humanos es el aporte que nosotros como ciudadanos debemos hacer a la construcción de paz.

Por eso reafirmo mi compromiso con la gente común, con las víctimas sin nombre y con los ciudadanos de todos los lugares que le apuestan a construir paz. Una de mis convicciones es que cuando se calla el ruido de los fusiles, cuando se logra parar la guerra, empieza el trabajo de la ciudadanía, y esta labor requiere humanidad y compromiso. Es el momento en el que la gente, el parroquiano común y las comunidades –sobre todo los que no han sido tocadas por la guerra– deben entender que si no ayudamos a los que vuelven desarmados y no contribuimos con nuestras palabras y acciones a resolver los conflictos, a cuidar, ayudar a sanar a los afectados, a restañar las heridas de los que sufren y a tramitar los conflictos no armados que la violencia nos ha generado a todos, sentamos las bases para que la guerra llegue a nosotros y lo haga con más fuerza y capacidad devastadora.

Este trabajo con las víctimas me ha enseñado mucho, he crecido como humana. El contacto con la gente, estar cerca del que sufre y poner su dolor por encima del mío me han ayudado mucho, me han permitido reconocer que a veces uno no es tan agradecido con la vida, que hay diversas miradas para la realidad del otro y formas increíbles y creativas de resistir para mejor vivir, que muchas víctimas no pueden demorar la risa porque se transforma en una mueca de dolor, que hay muchas vivencias de la gente vulnerada por la guerra que se quedarán en sus silencios y sollozos, y que aunque suene a frase de cajón, los seres humanos podemos levantarnos de las cenizas, como lo han hecho muchos hombres, mujeres y niños afectados por la violencia en nuestro país, silenciosamente, para seguir viviendo, a veces en sus territorios originarios y otras en condiciones nuevas y retadoras. Creo que aunque estas cosas se hayan escrito y analizado muchas veces, hay que volverlas a decir. Por eso hoy doy gracias a la vida, por poder aportar y que sea de la mano de los otros.

 

Sobre el blog...

Este blog reúne mis reflexiones como comisionada de la verdad en Colombia y mi experiencia de escucha caminando por distintos territorios en la búsqueda del esclarecimiento de la verdad de la guerra en mi país. Espero que estas líneas se conviertan en una especie de testimonio de cómo juntos podemos encontrar las claves de la reconciliación y de la convivencia para evitar que los hechos dolorosos que hemos vivido como sociedad.

Mi perspectiva es la de una mujer oriunda de Chocó, en el Pacífico colombiano, y habitante de Urabá durante gran parte de mi vida. Aunque he sido víctima, no estoy encerrada en mi propia historia. Estoy atenta a escuchar voces diversas, porque reconozco que no hay una verdad única ni universal, sino que desde todas las orillas surgen voces que crear un mar de explicaciones, dolores y esperanzas, porque todos tenemos algo qué decir, algo para contar y algo qué escuchar, no solo sobre el conflicto armado interno, sino sobre su transformación, sobre como salimos de su espiral y lo dejamos atrás para construir un futuro sin guerras.

Ángela Salazar

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