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Comisión de la Verdad

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Los ríos tienen alma, hay que recuperarla

Al río lo mancharon de sangre, lo llenaron de dolor y le ahogaron su voz con el trueno de las armas.

May 19 de 2020

En Quibdó conocí un caso muy doloroso, pero también muy significativo del sentido que tiene la espiritualidad negra, aun en quienes han sufrido el desarraigo. Hablé con mujeres que están seguras de que deben recuperarse las funebrías tradicionales, los ritos funerarios de raíz comunitaria, los alabaos, los gualíes, el levantamiento de tumbas, la labor de los rezanderos y rezanderas. Ellas abogan por que se mantenga la posibilidad de acompañar el momento de despedida del difunto, por que la familia extensa abrace y rodee a los que se queda y por que la tradición de las nueve noches en que se hace duelo colectivo por la pérdida de un miembro de la comunidad no se vea amenazada por la presencia de los violentos.

Estas mujeres, que llegaron a la ciudad por el desplazamiento y que en este momento trabajan por la reconstrucción del tejido espiritual del país, anhelan que los grupos armados las dejen realizar sus rituales funerarios, momentos comunitarios muy importantes para los pueblos étnicos. Una de ellas, con voz dolorida, cuenta que “hace unos días entierraron al hijo de fulana, mi compañera, mi amiga, y no pudimos ir a acompañarla, porque los armados están pendientes de quién acompaña, para señalarlo o violentarlo”. Es un dolor individual, familiar, pero también colectivo; cuando habíamos creído que la guerra quedaba atrás, que la fuerza y la importancia de la vida, de los usos y tradiciones comunitarias podían recuperarse, es muy duro que no podamos enterrar a nuestros muertos; necesitamos que tanto los que se van como los que nos quedamos podamos estar en paz. Dicen que cuando habitaban las cabeceras de los ríos, en las orillas las tradiciones podían honrarse, pero hoy ni en las riberas ni en la ciudad podemos acompañar a nuestros familiares para que descansen en paz.

Las comunidades sufren al ver que no pueden hacer esos rituales de despedida, de sanación espiritual y de apoyo para facilitar el duelo de los familiares con el abrazo y la solidaridad colectiva. Creo que no es el único lugar donde esto sucede y que es un caso de castración de las prácticas culturales y de la cosmovisión de nuestra gente, de nosotros como pueblo negro. Es fundamental analizar estas situaciones porque hacen parte de los impactos que ha dejado el conflicto armado en la cultura.

Otro caso de esas rupturas en la matriz cultural de nuestra gente, que ha operado el conflicto al pueblo negro, lo conocí en San Basilio de Palenque. Ellos como pueblo, con cultura e idioma propio, piden una reparación simbólica por los daños causados por el conflicto a la cultura palenquera. Para esta comunidad, el arroyo –río– era uno de los espacios más importantes en la vida de la comunidad, pero en el marco del conflicto por allí pasaron todos los actores armados en su camino a asesinar a sus rivales, y en el mismo arroyo realizaron acciones innombrables y mancharon de sangre las aguas de este cuerpo de agua. Los palenqueros y palenqueras creen que los orishas ya no vienen al río porque están disgustados, y dicen que es necesario hacer un exorcismo, un ritual de limpieza y purificación del arroyo. Desde sus prácticas tradicionales, proponen revivir la memoria viva del río, curar y recuperar el alma de su arroyo, para que vuelva a ser de ellos y de sus deidades ancestrales; quieren llamar a los espíritus del agua en lengua palenquera para que vuelva a contestar y se recupere su esencia desde los cantos, los bailes y el poder de sus ritos y tradiciones.

Alguien en Quibdó dijo que la “fosa común más grande de Colombia era un río”. Cuando le pregunté por qué, me dijo que le habían contado historias de personas que rescataban cadáveres de su río –el Atrato, el Magdalena o el Cauca– y les daban cristiana sepultura, y que lo hacían por los muertos, para que su historia terminara bien, como hijos de Dios, pero también para poder seguir amado sus ríos, sin tener la idea de que sus entrañas están llenas de restos humanos.

Pobladores del Atrato me dijeron en su ribera que su río debe ser sanado, porque además de haber sido usado como autopista de muerte, de que en él se sembró terror con los sonidos de las lanchas que traían la destrucción y llenaban los pueblos de monstruos, de que a sus dueños ancestrales se les prohibió la movilidad en él y sus afluentes, lo llenaron de mercurio y de cachamas, que llegaron con la guerra y, cual hermanas de las pirañas, han desplazado al bocachico y se han apropiado de las aguas.

Al río lo mancharon de sangre, lo llenaron de dolor y le ahogaron su voz con el trueno de las armas. Me dicen que es necesario hacerle un ritual de sanación a todo el Atrato; que en su nacimiento necesita arrullos, que en el medio Atrato deben hacerse balsadas con flores y mucha chirimía para sacarle el mal, y que en el bajo Atrato es necesario hacer una alumbrada con velas y mechones, cantarle alabaos y ayudar a las almas perdidas en el agua a subir al cielo y liberar al río. “El Atrato ya no nos habla”, decía una señora. Tenemos que demostrarle que lo queremos y que de ahora en adelante vamos a cuidarlo mejor, desde el Citará hasta el golfo, que sepa que nunca más dejaremos que le roben el ánima. Los ríos tienen alma y hay que recuperarla, porque si el río sana, todos volveremos a ser felices y a navegarlo sin miedo.

 

Sobre el blog...

Este blog reúne mis reflexiones como comisionada de la verdad en Colombia y mi experiencia de escucha caminando por distintos territorios en la búsqueda del esclarecimiento de la verdad de la guerra en mi país. Espero que estas líneas se conviertan en una especie de testimonio de cómo juntos podemos encontrar las claves de la reconciliación y de la convivencia para evitar que los hechos dolorosos que hemos vivido como sociedad.

Mi perspectiva es la de una mujer oriunda de Chocó, en el Pacífico colombiano, y habitante de Urabá durante gran parte de mi vida. Aunque he sido víctima, no estoy encerrada en mi propia historia. Estoy atenta a escuchar voces diversas, porque reconozco que no hay una verdad única ni universal, sino que desde todas las orillas surgen voces que crear un mar de explicaciones, dolores y esperanzas, porque todos tenemos algo qué decir, algo para contar y algo qué escuchar, no solo sobre el conflicto armado interno, sino sobre su transformación, sobre como salimos de su espiral y lo dejamos atrás para construir un futuro sin guerras.

Ángela Salazar

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