Autores
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Relatos del porvenir: reconocer los árboles, los caminos y pobladores como sujetos de dolor.
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Desde el litoral, caminando por los territorios en la búsqueda de la verdad del conflicto.
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Una Maleta colombiana, la experiencia del exilio colombiano y la Comisión de la Verdad.
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Los Diálogos para la No Repetición son espacios de participación y discusión social.
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En borrador: intuiciones, experiencias, llanto, canciones, reflexiones, certezas y todo aquello que sea parte de esta transición histórica.
La fuerza del futuro
Los hijos e hijas han sido para muchas personas en el exilio la experiencia resignificante de la vida.
I
Los mercados del mundo juegan con el futuro de la humanidad. El precio del café o del arroz para dentro de cinco años se cotiza hoy en la bolsa, queriendo atrapar el tiempo, mientras a quien cultiva, el peso del hoy se le carga como un fardo a la espalda. La denuncia de este jugar con el tiempo que no nos pertenece es parte del grito contra las políticas y economías que llevan al cambio climático forzado por esto que llamamos civilización. O a las que prometen a las nuevas generaciones más exclusión y violencia. Si las amenazas contra el futuro cotizaran en bolsa con el nombre de lo que son, al menos tendríamos el poder de generar vergüenza.
Hay testimonios del exilio que son historias partidas por una devastación. A María todo el mundo se le había caído encima, pero llegó el día en que salió ella misma de la cárcel en la que estuvo su esposo cuando lo liberaron. La familia que les acogió en Medellín, era también de Urabá, donde Andrés había sido alcalde. Mientras ellos eran de la Unión Patriótica (UP), el padre de esa familia de acogida era del Partido Liberal. Siempre he creído que el tejido social tiene más capacidad de superar ideologías y barreras que las directrices políticas que dan la orden de marcar las vidas. Pero a esa casa también llegaron los mensajes: “No vuelvan a Urabá, los mataremos”.
Un año antes, cuando le tocó salir de Chigorodó, Antioquia, en medio de la tormenta, en su pueblo de Arboletes, de nombre alegre e historia cruel, las hojas de los árboles le dijeron adiós. Después, de Medellín tuvo que huir a Ecuador. Cuando salió de la cárcel, él se fue, y ella se quedó a arreglar todo lo que quedaba. Un mes después le mandó un mapa. Con esa hojita de papel que tenía todos los pasos para que una campesina afrodescendiente tomara un avión que solo había visto cruzar los cielos, y un bus hasta Ipiales, y un camino a pie, y todas las precauciones que hay que tener cuando esos viajes se hacen en medio de la persecución. Ella cuenta que ese croquis había sido hecho con tantos detalles certeros, que solo había que seguirlo a pies juntillas. Asombra escuchar la confianza total en un papelito que indicaba todos los vericuetos de un camino.
Imagino a quien lo hizo siguiendo con su intuición cada uno de los pasos, en tiempos en que no había celulares ni “cybermapas”. El día y la hora previstos llegaron. Apenas quedaba cruzar una línea que llamamos frontera, y en la que antes hay que mirar hacia los lados.
Del otro lado, a unos metros del abismo, estaba un abrazo que llegó de Quito, Ecuador, antes de tiempo, y que no estuvo comiéndose las uñas, porque guardaba todas sus energías para anticipar un futuro que venía con ella. Y celebrarlo.
II
Cuando llegó a Suiza en pleno otoño, las ramas de los árboles se iban quedando desnudas y el aire se llenaba de hojas de lo que le parecían mariposas. El exilio es una palabra pequeña a la que no le cabe tanta cosa. En francés aún más pequeña, exile. En inglés aún más, exil. Todas ellas para hablar de algo tan desgarrador como la separación de la tierra. En euskera, exilio se dice erbeste, que se traduciría, si es que eso se puede hacer, como ser otra vez otro o estar en otro pueblo.
La primera conversación con su familia tardó seis meses. Y había que llamar con unas tarjetas de 5 francos, que solo te daban un minuto de conexión. ¿Cómo estás? Bien. Y ya no había tiempo para más. Un día, su hermana le dijo: “No queremos que nos llames más”.
En Urabá. para ir a hablar por teléfono tenían que desplazarse a una cabina del pueblo y ese rito de mantener el vínculo era un hecho social intolerable. El terror es parte de esa herida. Antes había dejado todas sus cosas a su hermana, pero terminó quemándolas porque no quería que, si allanaban su casa, encontraran documentos de la UP. El miedo la obligó, insiste ella.
Al exilio te llevan muchas situaciones obligadas. Aunque no quieras, tienes que salir. El exilio es también una ruptura psicológica de la continuidad de la vida. Y sabemos que retomar el control de la propia vida es un elemento clave de la salud mental. La persona refugiada queda siempre en manos de otros, los que le interrogan, los que le acogen, los que deciden si sí o no. Los que protegen o vulneran. El derecho con que se creen otros al desprecio. Todo eso te quita el control.
Cuando te has quedado sin tu tierra, sin tu territorio, tener control sobre tu propia vida se convierte en una tarea heroica. Además, la UP estaba llevando a cabo proyectos sociales en medio de la paz que se trataba de construir y la guerra que se vivía. En Urabá hubo tantos muertos en ese tiempo, de lado y lado, o sea del mismo lado, que los huérfanos y las mujeres necesitaban ese abrazo colectivo que a veces puede ser la política que pasa por un centro de acogida, por una escuela, por un lugar donde comer. Dejarlo todo no es borrarlo todo, aunque no hubiera tiempo para las despedidas.
En Suiza, a los pocos meses de llegar, como pasa en el exilio, el futuro era el día siguiente. Pero, aunque lo hayas perdido todo, no has perdido las herramientas. Todas las que traes, te sirven.
III
Escuchar los testimonios, tomarlos, es hacerte parte de esa historia. No es una concesión de la víctima, es un compromiso de quien escucha. Antes de salir de Ecuador, ella quedó embarazada. En muchos testimonios, la fuerza viene de la semilla. Cuando tienes que reconstruir tu mundo, también hay que pensar en el de dentro: “Tuve que reconstruirme interiormente, tanto mi cuerpo como mi pensamiento”.
Muchas víctimas y sobrevivientes sufrieron como consecuencia el desapego. Cuando los vínculos se han destruido de forma forzada y traumática, poner distancia del dolor puede llevarte a no establecer de nuevo nada que pueda romperse. Mucha gente en el exilio se ha pasado años no comprando una cama ni poniendo bonita su casa, porque el hogar es un lugar donde se reconstruyen los vínculos y ellos se sentían no solo de paso en un país nuevo, sino de paso por la vida de los demás. Las formas de protegerte del sufrimiento tienen mil maneras de buscar cómo mantener lejos el futuro.
El desgarro viene con algo pegajoso que no te quitas de encima. Cuando ella nació, Andrea empezó a despegarlos de la tragedia. Los hijos e hijas han sido para muchas personas la experiencia resignificante de la vida. O sea, un tipo de rescatista.
El futuro no es solo Andrea, pero venía con ella.
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