Tibú es un sitio peligroso. Allá ha pasado de todo y se vive con ese presente que quiere ser distinto a lo sufrido, pero tiene un pasado pegajoso. La Gabarra y El Tarra son lugares del Catatumbo donde hubo masacres en la década del 2000 que resuenan aun en los oídos de Colombia y que no se les han olvidado tampoco a los campesinos que huyeron a Venezuela y aún andan por esas tierras hermanas.
Hace un tiempo que podría ser hoy, hay una reunión con el obispo hablando de la continuidad del conflicto armado a pesar de la firma del Acuerdo de Paz con las Farc-EP. Aun hay un proceso de paz que espera un futuro distinto; que se extienda a otros actores y se consolide; que se cumplan las medidas que traerá y se aliente el desarrollo de las regiones más excluidas del país, donde la hoja de coca es la única esperanza, porque ni el banano ni la yuca ni un Estado que ayude dan para vivir, a la vez que la cultura del dinero fácil y las armas se consolidan.
Algunos obispos de Colombia han tenido un papel clave en la defensa de una salida política al conflicto armado colombiano. Monseñor Jaime Prieto era uno de ellos. El obispo de Barrancabermeja —cuando lo conocí— tenía esa lucidez que te da haber estado en todos esos lugares en los que la gente habla de oídas o esos nombres que nos recuerdan el horror. En 1999 empezamos un proyecto con los equipos de Pastoral Social que se llamaba Teveré (Testimonio, Verdad y Reconciliación). Formamos equipos y tomamos testimonios en medio del miedo. Esa era la única posibilidad de hacer algo para lo que no había condiciones políticas, pero sí la voluntad, aunque la conferencia episcopal de aquel momento se dejó atrapar por la cautela o el miedo. La falta de esas condiciones subjetivas dejó el proyecto en el aire. Hay cosas que no han visto la luz, pero la acumulan para un día.
Los obispos del Pacífico colombiano o la Pastoral Social y sus equipos que no se ven —pero ahí están— son en estos días los abanderados de convertir las líneas rojas que delimitan los territorios y lo que se puede negociar o no con la sangre de la gente en propuestas para la vida y la esperanza. Hay calles que vemos movilizadas, veredas en cambio confinadas. Todas son parte del mismo anhelo que a veces se desespera, precisamente porque tiene esperanza.
El obispo de Tibú habla con cerca de 400 jóvenes, en ese encuentro en Catatumbo donde participa el equipo de la Comisión de la Verdad. Comparte sus reflexiones sobre un tipo de bicho estrella. Somos —ojalá— luciérnagas. En medio de la noche cerrada, cuando no hay luna y las nubes lo ocupan todo, las luciérnagas son trocitos de osa mayor o estrellas polares que dan la única luz que tienes para ver un camino. Así son los jóvenes, los líderes y lideresas, y las comunidades movilizadas estos días. Puede parecer poca cosa, pero si tienes 400 luciérnagas y hoy decenas de miles que quieren, no solamente ser escuchadas sino hablar, ahí no puedes ver solo la noche, sino el futuro.
Sobre el blog...
Este blog recoge experiencias del exilio colombiano, y de todos sus nombres, refugio, asilo, víctimas en el exterior, desplazamiento transfronterizo. Todo ello habla del trabajo de la Comisión de la Verdad, en esa Colombia fuera de Colombia. Ese otro país, inexistente en este otro dentro de las fronteras.
Las víctimas que tuvieron que huir. Los defensores de derechos humanos perseguidos. Los secuestrados que se fueron después de ser liberados. Los militantes políticos que huyeron detrás de las balas. Las mujeres campesinas que salieron con sus familias. Los líderes cuya vida corría peligro. Las amenazas para la vida que unen tantas diferencias de periodos históricos, responsables y afectados, incluyendo familias y comunidades.
De todas esas víctimas, sobrevivientes, historias y escuchas de las que somos testigos, habla este blog. Y ojalá dialogue con quienes lo lean.
Carlos Martín Beristain