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Relatos del porvenir: reconocer los árboles, los caminos y pobladores como sujetos de dolor.
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Desde el litoral, caminando por los territorios en la búsqueda de la verdad del conflicto.
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Una Maleta colombiana, la experiencia del exilio colombiano y la Comisión de la Verdad.
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Los Diálogos para la No Repetición son espacios de participación y discusión social.
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En borrador: intuiciones, experiencias, llanto, canciones, reflexiones, certezas y todo aquello que sea parte de esta transición histórica.
Las dos catástrofes
“Muchos países del norte del mundo, están viviendo en su propia carne lo que tantos del sur han sufrido durante décadas”.
Muchos países del norte del mundo, están viviendo en su propia carne lo que tantos del sur han sufrido durante décadas. La normalidad en muchos países ha sido la catástrofe, ya sea por el hambre, la malaria o la guerra, y el desastre de la inequidad que siempre está detrás. Ahora, un virus extiende la amenaza a proporciones que no conocíamos. Hasta ahora los países, o los sectores, más ricos tenían la ilusión de que podían detener las amenazas poniendo barreras, expulsando gente, haciendo vallas, aunque eso no fuera cierto para nada. Pero no hay mascarilla cuando la amenaza viene de ti mismo. Al norte le toca aprender del sur, de la creatividad, lo comunitario y la solidaridad. Y al sur no olvidarse de sus fuentes de sentido.
La ilusión de invulnerabilidad
Para hablar del hoy, vuelvo a las cosas que escribí hace 20 años sobre catástrofes y comportamiento colectivo. La ilusión de invulnerabilidad que lleva a no tomar decisiones y esperar, como en la crisis de las vacas locas en Europa que llevó a difundir un tipo raro de encefalopatía a través de pienso contaminado a los animales, y de ahí a estos otros bichos que somos los humanos. Como Boris Johnson, que pensó que era mejor esperar a que el 60% hubiera pasado el coronavirus, hasta que le tocó a él. Aunque parece contradictorio, no hay nada como la experiencia directa para que dejes de pensar en ti mismo.
Presión para la conformidad
Durante un par de meses, la represión de la verdad del coronavirus en China fue una que venía de lejos y llevó a silenciar a Li Wenliang, el médico que alertó de la pandemia en Wuhan, y que después de morir se convirtió en héroe de la gente. En tantos lugares, las autoridades tienden a tildar de alarmistas a quienes advierten de un peligro que no quieren ver. La presión de grupo para minimizar la amenaza llevó a que no se evacuara Armero en 1985, cuando aún la catástrofe se podía evitar, por las presiones de gremios de Caldas. El VIH se extendió en Francia de forma fatídica cuando se minimizó el contagio por medio de transfusiones que los hemofílicos necesitaban, lo que llevó a que muchos enfermaran cuando se trataban de curar. En el caso de la explosión del transbordador espacial Challenger en Estados Unidos, hubo también presiones para la conformidad: los administradores de las compañías que trabajaban para la NASA les pidieron a los ingenieros que opinaran como administradores y no como ingenieros. O sea, a los científicos como políticos. El resultado fue que explotó en el aire. El ministro de Salud de Brasil fue cesado hace unas semanas por pensar en salud en lugar de en propaganda.
Exposición al peligro
Habitualmente tiende a pensarse que las personas se exponen a circunstancias peligrosas por falta de conocimiento, o por mala intención o desinterés, en vez de porque no tienen otras posibilidades. Las encuestas muestran que a mayor cercanía de una central nuclear más cree la gente que está segura. En el mismo sentido, los trabajadores de industrias de fuerte riesgo profesional se niegan a reconocer la peligrosidad de sus trabajos, hasta el punto que resulta difícil hacerles aplicar las indispensables medidas de seguridad. La convivencia diaria con el peligro también puede dar lugar a un comportamiento de indiferencia aparente, que corresponde ya sea a la resignación o a la negación del peligro, centrándose sin cambios en las actividades cotidianas, como si no pasara nada. Además de esta actitud de negación, frecuentemente una parte de la colectividad tiene un comportamiento de aprensión o exageración de la amenaza. Esos extremos que no nos dejan ver.
Pensar, hablar, guardar
En el momento de la catástrofe, o cuando ésta amenaza de forma persistente, aunque los rumores sobre el fenómeno circulen, las personas prefieren no hablar ni reflexionar sobre el tema. Este mecanismo de evitación cognitiva y comunicacional se puede explicar como una forma adaptativa de enfrentar momentos de gran tensión.
James Pennebaker, un profesor de psicología social de Texas, Estados Unidos, comparando dos comunidades que afrontaron una catástrofe colectiva (erupción de un volcán), encontró que en la comunidad en que el volcán había afectado poco y aún podía afectar, la gente rechazaba más ser entrevistada sobre el hecho y declaraba no sentirse alterada afectivamente, en comparación con la comunidad en que la erupción ya había ocurrido y que sentía que la catástrofe ya había pasado. La gente que está en medio de una tarea inacabada, como afrontar una catástrofe, puede tratar de enfrentarla inhibiendo los pensamientos y sentimientos.
Así que esta pandemia que supone una catástrofe que se alarga, toca tomársela como una tarea inacabada porque todavía no ha terminado, y a la vez como si la erupción ya hubiera ocurrido para no dejarnos llevar por la minimización o por el silencio. Pero también toca protegerse del efecto rumiación. Tras los terremotos de El Salvador en 2001, uno de los factores de mayor estrés era escuchar repetitivamente las noticias de la televisión sobre el desastre. Esa incapacidad de desconectar está asociada a retomar el control de la propia vida y evitar ese efecto olla a presión de dar vueltas y vueltas a lo mismo.
Una lógica que no lo es
Svetlana Aleksándrovna escribió sobre Chernóbil, en esos intersticios de la mitad del camino que son los más fértiles, entre la literatura y el periodismo, con ese método de escuchar a la gente, cerca de 500 personas fueron su testimonio, no solo su fuente. Algo así como el maestro Alfredo Molano en Colombia. Entre tantas experiencias, cuando las cosas se cubrieron con un manto de silencio en ciudades cercanas, la gente había buscado mecanismos de negación del peligro para disminuir su ansiedad (“no queremos tener información”) manteniendo actitudes de pasividad, impotencia y uso de alcohol. Sin embargo, la parálisis comunicativa e inhibición se asocian a tasas de mortalidad y morbilidad comunitarias más elevadas, en función del tiempo. El riesgo para el futuro pasa por esas formas de limitar la comunicación y la movilización social. Después de hechos traumáticos graves, se necesitan respuestas colectivas. En Guatemala, las comunidades afectadas por masacres colectivas tenían un mayor impacto, pero a la vez eran las que más se movilizaron por una memoria que se aferraba a la vida.
Las formas de negación del peligro también han sido frecuentes frente a amenazas sociopolíticas graves. Por ejemplo, en Colombia, ante el enésimo escándalo por chuzadas de servicios de inteligencia del Estado, la tendencia es a minimizar los hechos como si de personas sueltas se tratara. He conocido ya varias veces en que Colombia ha necesitado que periodistas decentes le despierten de su mismo sueño. Estas cosas tienen impactos en la democracia. Además de la incapacidad de ver el peligro, estas formas de minimización de la amenaza hacen que las víctimas pierdan el marco de sentido. Cuando no se reconoce la responsabilidad, las víctimas parecen las culpables. A pesar del peligro, el discurso de la lógica de proporcionalidad, “si nada debes, nada temes”, ha sido en muchas guerras determinante para justificar el asesinato o la persecución y olvidar al responsable.
La falta de respuesta frente al peligro
En Colombia, muchas comunidades y líderes siguen viviendo en lugares de peligro, donde la vida está amenazada no solo por el virus, sino por el miedo y las balas. Algunos se desplazan, otros se exilian, la gran mayoría se queda porque quiere defender su territorio o porque no ve otro remedio. El asesinato de líderes antes y durante la pandemia muestra que es un fenómeno con un fuerte arraigo, y que las políticas de protección no funcionan si la protección no se convierte en fundamento de la política. Para proteger la vida de los y las líderes hay que proteger el proceso de paz, antes de que termine entre las buenas propuestas de la historia. Tras el atentado a un grupo de líderes afrodescendientes del norte del Cauca hace unos meses, la asamblea de víctimas a un lado tenía asamblea de escoltas al otro lado. La acumulación de carros y de armas no sirve frente a esa otra pandemia de muertes y amenazas. Uno de los factores que lleva a no tener respuestas adecuadas, es minimizar lo que está sucediendo, “eso es solo en algunos lugares” dicen.
La respuesta frente al coronavirus nos enseña algunas cosas para esa epidemia de muertes de líderes y sus impactos en las comunidades afectadas, la confianza política y la reconstrucción del tejido social. Si se necesita una política grande como es la de confinamiento en una, en otra necesitamos una política también amplia, de un Estado que no deje a la gente sola, y que ponga en el centro de nuevo el proceso de paz. Si de la pandemia se va saliendo por fases políticas y económicas, en esa otra también se necesitan fases de implementación de lo pactado y de ampliación de la paz.
La pandemia y el proceso de paz
La fase de reconstrucción en una catástrofe se caracteriza por actividades de reorganización social y medidas de apoyo para retomar la vida cotidiana. En esa fase, la gente tiene que aprender a vivir una cierta normalidad y reconstruir sus proyectos vitales con el impacto de la situación vivida. En la salida de la guerra, las fases se acumulan. En la epidemia por un virus, se concentran en que disminuyan los contagios y haya medidas adecuadas de atención. Las medidas generales de desescalamiento del conflicto armado, por una parte, y las UCI de atención a los casos o amenazas graves, por otra. Ahora que toca hacer dos cosas a la vez, en vez de verlas como opuestas, tal vez se puede aprender de una para la otra.
Las víctimas y sobrevivientes en Colombia han demostrado muchas veces su capacidad de recuperación, pero el efecto a largo plazo del estrés colectivo en el país puede llevar a una visión de que no hay otra posibilidad que seguir así. El “sálvese quien pueda” no es remedio para la guerra ni para la pandemia, es la continuación de las dos. En cada país, una catástrofe deja lecciones aprendidas. En Colombia, la gran política nacional para la que fue creado el Sistema integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, no puede seguir esperando las fases de la pequeña política del poder. Los ejemplos positivos, como el de la verdad de Li Wenliang tendrían que ser lecciones que no se nos olviden.
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